El robo de la pieza “El torso de Adele”, parte de la muestra de Auguste Rodin que en junio del 2005 albergaba el Museo de Bellas Artes de Santiago, es uno de los hechos policiales y artísticos más llamativos de las últimas décadas. Los documentalistas Cristóbal Valenzuela (“Año nuevo”), en la dirección, y María Paz González (“Hija”), desde la producción, decidieron retomar esta historia para investigar que había detrás de ese robo de arte que se presentaba a sí mismo como una acción artística.
Una de las cosas más interesantes del documental es la diversidad de voces que en él aparecen. Desde un guardia del museo pasando por sus autoridades de entonces, la directora de la Dibam y el ministro de educación de la época, los curadores de la muestra Rodin en Chile, los investigadores y el fiscal a cargo del caso, teóricos del arte nacionales y franceses, periodistas, diversos artistas y el mismo protagonista de la historia. Esta multiplicidad de testimonios no sólo da cuenta de la profundidad de la investigación realizada para la película, sino que al ponerlos en cámara y permitir que sea desde estas distintas voces que se va armando la narración, el documental también evidencia las diversas miradas que se desarrollan a partir de un mismo hecho, y como algunas de esas perspectivas van creando discursos que terminan apropiándose por el sentido común y siendo aceptados como “verdad”.
Es especialmente interesante ver este ejercicio en las entrevistas hechas a Emilio Fabre, el joven estudiante que desató este caso. La construcción del documental evidencia que son varias las entrevistas hechas a él, en distintos momentos, y va construyendo con sus retazos el discurso del protagonista, haciendo que esos discursos dialoguen entre sí conformando un relato coherente, pero que también se contradice por momentos. Otro recurso muy bien utilizado es el material de archivo, tanto el que se vincula con el caso –material de prensa o imágenes familiares del protagonista- como aquel tomado de películas antiguas y que sirven para representar algunos momentos del relato. La artificialidad de ese ejercicio hace que esa representación sea al mismo tiempo evidente, irónica y eficiente.
“Robar a Rodin” es un documental entretenido de ver, que mezcla la intriga policial con la comedia de equivocaciones. Que puede ser visto como una crítica al sistema del arte, a sus pretensiones y precariedad, o como un interesante retrato de un joven y complejo artista que provoca la ausencia –en este caso de esa obra de Rodin- para fortalecer la presencia del arte y que con ello nos obliga a reflexionar sobre como aquello que nos falta se hace más poderosamente presente en nosotros. En un país en donde la ausencia de la figura paterna es una historia conocida y que nos cruza como nación, la experiencia del joven artista genera ecos que no justifican su acción, pero permiten entender desde donde viene.
Sea cual sea el camino que el espectador decida transitar frente a “Robar a Rodin” lo más probable es que al mismo tiempo que se entretiene con el relato dinámico y bien armado, pueda encontrarse con más de una idea sobre el arte, la sociedad o las relaciones que le dé para pensar más allá de los límites de la sala de cine, y eso siempre se agradece.