Señor Director:
Discrepo de quienes critican, descalifican y condenan a aquellos que se han abstenido de participar en los ya numerosos procesos eleccionarios postdictatoriales. La abstención electoral ha sido un fenómeno en permanente aumento desde que volvimos a tener elecciones en 1989 y hasta el presente y ello no debiera sorprendernos.
Y es que nuestro doloso e impuesto diseño institucional estuvo siempre planeado para tornar intrascendente la voluntad mayoritaria expresada en el sufragio universal y otorgar un antidemocrático poder de veto a la minoría de derecha sostenedora y beneficiaria de la dictadura cívico-militar. Este dato de la causa que pudo resultar inicialmente un incentivo para concurrir a las urnas y entregar nuestro apoyo electoral a quienes prometían luchar por alcanzar la democracia, acabó generando sólo frustración, en la medida que tales líderes se fueron sintiendo cada vez más cómodos con el heredado diseño y empezaron a valorar los beneficios que les reportaba, dejando a sus supuestos representados en el olvido.
Aunque he votado en todas las elecciones de este período, no puedo negar que he estado tentado de no hacerlo en varias ocasiones, así que comprendo y justifico a quienes han adoptado tal actitud. Es más, me parece que la opción de abstenerse se fue haciendo progresivamente más justificada a medida que el largo y, a estas alturas, claramente fallido, proceso de transición a la democracia plena, avanzaba hacia ninguna parte, que no fuese el abrumador descontento ciudadano con sus prostituidos representantes, así como el generalizado rechazo a instituciones políticas diseñadas en dictadura por sus propios beneficiarios y sólo levemente retocadas consensualmente por los incumbentes y sin ninguna ratificación democrática de la ciudadanía.
Mientras sigamos sometidos a una institucionalidad tan ilegítima, fraudulenta y mentirosa como la actual, que bien pudiera calificarse de “marca Jaime Guzmán & made in UDI”, la abstención me parece una muy legítima y decente válvula de escape.
Finalmente, si bien la sustitución del fraudulento sistema electoral binominal (33%=66%) debió ser el incentivo determinante para recuperar el interés ciudadano en las elecciones de este domingo, lo cierto es que nuestra clase política ha acabado tan “binominalizada” que tanto políticos como partidos de toda tendencia han hecho todo lo posible para que el cambio no se note, evitando al máximo la competencia para sustraer la decisión del elector y conservarla en las cúpulas política que a nadie representan.
Rafael Cárdenas
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