La satisfacción de votar


Miércoles 15 de noviembre 2017 6:29 hrs.


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Señor Director:

Pienso en las elecciones de unas horas más y en todo lo que ha pasado durante el último tiempo. Engorroso, endiablado tiempo. Desde los últimos meses del año pasado hasta ahora hemos vivido en un ambiente de relación con lo eleccionario y que parece infinito. Cansador pero necesario. ¡He asistido a tantas elecciones en mi vida! Cada vez que lo hago me siento bien, soy ciudadano y se me dan las posibilidades de manifestarlo. Y, si venimos saliendo no hace muchos años de cuando el derecho de elegir estaba prohibido, bienvenidos sean estos tiempos de normalidad democrática.

Miro mi país hacia atrás. Varias décadas, una realidad lejana, en algunos aspectos. Recuerdo que, de niño, partía caminando con mis padres desde nuestra casa en los entonces campos precordilleranos de La Reina Alta, que aún no era institucionalizada como comuna. Lo digo con su qué: costaba bajar a la ciudad los días feriados y ese viaje en horas de descanso sólo se hacía para las actividades importantes. Ya mucho se agotaban mis padres yendo en la semana a sus trabajos y lo mismo mis hermanos y yo a nuestros respectivos colegios. Eran cuadras largas llenas de frío en las madrugadas de invierno y llenas de sol en las sosegadas tardes de verano.

Tengo un recuerdo especial, que me ha acompañado gran parte de mi vida: en días de elecciones y aunque yo no tenía ni siquiera cercanamente la edad para votar, mi padre me hacía acompañarlo hasta llegar al Colegio La Salle en la avenida Ossa, entonces el límite oriente de Ñuñoa. Aunque caluroso el día (no recuerdo elecciones en días fríos), mi padre me exigía vestirme con ropa seria, de salida. De respeto. Se iba a elegir a nuestros representantes, ya fuesen regidores, que así se denominaba a los concejales. O al alcalde o a los parlamentarios. O al mismísimo Presidente de la República  Carlos Ibáñez o Arturo Matte por ejemplo, en mis recuerdos de niño. Mi padre se vestía de corbata, camisa blanca, traje oscuro, zapatos muy lustrados y su infaltable sombrero de felpa. ¡Era una respetable fiesta nacional el día de las elecciones! Había expectación. Había orgullo. Se conversaba entre los vecinos, se comentaba el país, se estaba decidiendo el futuro de la Patria ese día. Yo sentía que la educación cívica se me iba metiendo en el alma, de la mano de mi padre. Y también la recibía de los demás votantes, a quienes observaba digna, serena y seria actitud de entrega y con miradas que se notaban interesadas. Sentía también que los candidatos eran unas personas muy importantes, merecedoras de toda nuestra consideración y respeto. ¡Qué suerte tuve de niño!

Pienso, entonces, en la elección presidencial de las próximas horas y en qué les está deparando el futuro cívico a la juventud de hoy, que en el fondo es la misma juventud de la cual formé parte algún día. Niños, jóvenes chilenos como yo lo fui. Es que los tiempos, en algunos sentidos, no cambian. En otros sí. Entonces, no puedo negar que observo, quizás anonadado o quizás comprensivo, el entorno que vivimos, tan enmalezado de indiferencia. Nos corroe el irrespetuoso fantasma de la abstención. ¡Qué ganas de borrarla del mapa!

¡Cómo se añoran otros tiempos!

Principalmente, hay un sector joven en la ciudadanía que alimenta con su desdén esos porcentajes de abstención que andan rondando. Y, sin embargo, debemos seguir votando y con la misma emoción e interés por estar decidiendo el futuro de la Patria. Sí, es la Patria, el factor emocional del país. Yo lo haré porque así me lo enseñaron y agradezco infinitamente que mi padre me haya inyectado el sentido cívico frente a las cosas de la vida. Sé que hoy, a duras penas algunos caballeros inyectan civismo a sus propios hijos, a pesar de los pesares. Es decir, a pesar de las incongruencias, las indecencias, los malos gestos, las liviandades de todos conocidas. A pesar de la tan cuestionada falta de ética en la vida diaria y en los organismos que nos representan.

A propósito, ese verbo “añorar” que cito algunas líneas más arriba está, por lo demás, tremendamente ajustado a la actualidad: no solamente se añora la seriedad y la entrega cívica de una gruesa parte de la ciudadanía, ese gran vacío que hoy se llena de indiferencia, flojera e irresponsabilidad.  Dicho sea de paso, con los avances tecnológicos ha mejorado la cantidad de medios radiales, televisivos y escritos pero ha disminuido ostensiblemente la proyección y la interpretación de los hechos que importan a esta ciudadanía, la misma que siempre mereció, merece y merecerá información seria sobre los escenarios de futuro.

¡Y qué futuro que se nos  viene, más aún si no nos preocupamos!

Muchas décadas después de mis primeras visitas a los lugares de votación, espero el domingo próximo y votaré en La Reina, como antaño y como en cada oportunidad vivida antes y después de la dictadura de Pinochet. Si regresó la democracia y luchamos por ella, yo la aprovecho. ¡Es tan indispensable entregar algo del tiempo y la voluntad de cada cual para colaborar con los demás! Todos somos los demás. Yo iré a votar no solamente porque me lo inculcaron de niño sino también porque quiero defender lo que siento y manifestar con toda la fuerza de un lápiz lo que deseo para el presente y el futuro de mi país. Es, en el fondo, también una entrega emocional.

Y todo esto que pienso y digo aquí no es proselitismo ni propaganda por uno u otro candidato o candidata. Al contrario, defiendo absolutamente que cada uno piense y decida como quiera, pero que decida. Que ejerza su rol de ciudadano. Lo mío al escribir estas líneas es solo un acto de sinceridad, a escasas horas de la elección. Siento, en consecuencia, que todos los candidatos y candidatas son unas personas muy importantes, merecedoras de todo nuestro respeto. No miremos en menos a quienes compiten.

¡Qué suerte tuve de niño, la misma suerte que tengo ahora al poder y querer practicar la democracia!

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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