La campaña del terror

  • 03-12-2017

Si hay algo que se sintió en la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Chile realizadas el 19 de noviembre, fue la campaña del terror mutua entre las candidaturas de Sebastián Piñera, de Chile Vamos, Alejandro Guillier por la Nueva Mayoría y Carolina Goic por la Democracia Cristiana.

Piñera desenfundó para esa ocasión las más añejas diatribas del anticomunismo burdo, de ese antiguo y profetizó las penas del infierno para el país si no salía electo en primera vuelta y que Chile, irremediablemente, entraría al peor derrotero de su historia. Todo esto con grandes ecos en los medios de comunicación y avalado hasta por el presidente de la Bolsa, que predijo una caída bursátil semejante a la del año 29 en caso de no llegar a La Moneda. Detrás de él se alineó Goic, como una manera de potenciar su alicaída imagen y le achacó al PC chileno la capacidad de tener secuestrado al gobierno y sus integrantes-donde, dicho sea de paso, hay varios DC- y ser el causante de la “izquierdización” del segundo mandato de Bachelet y que la única solución era volver al centro político y sacar al PC de la órbita gubernamental y relegarlo a algún lugar donde no pudiera crear peligro.

Por su parte Guillier y su gente también hacían declaraciones llenas de pesimismo en el caso que Piñera volviera a ser elegido presidente. Que la calle no lo iba a dejar gobernar, que iba a arrasar con todos los beneficios sociales, que se acababa la menguada gratuidad en educación, que gobernaría sólo para los ricos y un largo suma y sigue.

A fin de cuentas, la primera vuelta electoral se transformó en un carnaval de la guerra fría en su más absurda versión, chilenizada, desnaturalizada y ajena a cualquier concepto de una campaña presidencial, donde nosotros, ciudadanos, hubiéramos querido escuchar más ideas y propuestas y menos descalificaciones personales.

Una vez conocidos los resultados, donde Sebastián Piñera y Alejandro Guillier pasaron al balotaje convocado para el 17 de diciembre, las cosas en vez de mejorar y dar a conocer al país su plan para los cuatro años de gobierno, nuevamente se han dedicado a descalificarse mutuamente en una espiral que aparenta un grado de polarización absolutamente innecesario y alejado de la realidad, ya que ninguno de los elementos que han saltado al tapete es verdad.

Ni la supuesta “venezualización” de la Nueva Mayoría, ni mucho menos que Guillier sea un Maduro en potencia, según las palabras del propio Sebastián Piñera, ni tampoco que Piñera sea inestable emocionalmente, según las frases de Guillier, son hechos de la causa, sino que simplemente reflejan la falta real de ideologías detrás de ambas candidaturas y la incapacidad tanto de ambos candidatos, como de los partidos que les dan soporte para conectarse con el sentir nacional.

Y acá aparece un elemento disruptivo a esta lógica llamado Frente Amplio, más allá que a uno u otro no le guste la manera en que se presenta y que, con fuerza irrumpe en la escena política nacional, ubicándose como el movimiento que desplazó a la Nueva Mayoría y a la izquierda tradicional con sus ideas y su manera de entender la política.

La candidata del FA, Beatriz Sánchez sacó la nada despreciable cifra de un 20,24 % de los votos, a dos puntos porcentuales del candidato del oficialismo, Alejandro Guiller e instaló 21 diputados y un senador, donde anteriormente tenían 3 en la cámara baja y ninguno en la cámara alta. Vale decir, se convirtió en una bancada y en una fuerza capaz de decidir varias cosas.

Pero esos resultados lo llevaron a convertirse en el blanco predilecto de una a veces sutil, a veces desatada campaña del terror por parte del actual oficialismo y oposición.

La actual oposición y la candidatura de Piñera los tilda de ilusos y peligrosos para la estabilidad económica y social, ya que se han pronunciado firmemente por la abolición del CAE-crédito con aval del estado-, por el término del monopolio de las AFP, por una educación gratuita universal y eso, evidentemente es un peligro para su segmento de apoyo económico.

Al mismo tiempo, el oficialismo y Guillier los tratan de “niños” irresponsables porque no le han prometido a él decididamente ese 20 % de votación que le permitiría llegar al poder, incluso haciendo circular cartas, mensajes telefónicos y similares diciendo que si la derecha vuelva al gobierno será única y exclusivamente culpa de ellos, del FA, ya que en su inmadurez no lograron comprender lo que ese hecho significaría.

Resulta a lo menos curioso que tanto la derecha como el oficialismo vean en el FA un elemento al cual hay que denostarlo con campañas del terror, por más sutiles que estas sean, lo que implica que ambas candidaturas no han entendido nada de lo que realmente pasó en la primera vuelta de estas elecciones:

  1. La gente que votó por el FA lo hizo porque consideraron que en esa fuerza nueva y emergente están representados los verdaderos anhelos de un cambio político, económico, social y cultural,
  2. Que, si el FA representa ese anhelo, la derecha tiene que cambiar su paradigma y empezar a pensar como una fuerza más inclusiva, liberal, meritocrática y moderna que los valores que actualmente representa. Parafraseando a Vargas Llosa en su reciente visita a Chile: tienen que dejar de ser una derecha cavernaria,
  3. La Nueva Mayoría tiene que asumir que hace rato que dejaron de representar el progresismo, el avance y los pensamientos de una izquierda moderna y que la ciudadanía los percibe, más bien, como un grupo anquilosado, girando sobre sí mismo y profundamente alejado de las necesidades del país real.

Ojalá que estos pocos días que faltan para la segunda vuelta, los candidatos nos den a conocer sus reales posturas frente a las demandas ciudadanas y no sigan descalificando al oponente para no tener que justificar sus cambiantes programas y mucho menos declarando al Frente Amplio enemigo público N° 1 ya sea por culparlos de ilusos o de mezquinos con sus votos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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