Una página en la historia

  • 29-12-2017

El niño que cuenta hasta el infinito es el libro más reciente de Francisca Yáñez. Es un libro para niños. Sin embargo, lo que caracteriza la literatura para niños es que, durante un período significativo de la infancia, los primeros años, los niños no leen solos. Leen de a dos. Alguien los acompaña, alguien se hace cargo de las palabras mientras ellos van recorriendo el libro entero: el paisaje completo formado por las imágenes y las palabras unidas, pero también por la voz que lee. Desde esa perspectiva, la mayoría de los libros para niños son sonoros, sin necesidad de ponerles una pila. Por lo mismo también, muchos libros para niños son libros para adultos, en el sentido de que serán leídos por adultos, elegidos por ellos, comentados por ellos en diálogo con los niños. Libros, entonces, que le hablan al niño y al adulto. Y, sin duda, al niño que sigue vivo en el adulto.

Pero sucede que acá y allá, vivimos en sociedades tan compartimentadas, que cuesta saber qué están haciendo los otros. No pocas veces, las personas tendemos a encerrarnos en nuestras casas, en nuestros oficios, en los temas de nuestra predilección y no siempre somos capaces de valorar algunos trabajos que se desarrollan en ámbitos diferentes. Trabajos valiosos en sí, pero además trabajos que tienden puentes, llenos de hilitos, que uno pudiera tomar si tan sólo pudiera verlos.

Por poner un ejemplo que tiene que ver con los niños y las bellas producciones que algunos crean para ellos. Hace unos años, Paka Paka introdujo una revolución en el mundo de las comunicaciones. Paka Paka fue el canal infantil del Ministerio de Educación argentino dirigido a niños de entre 6 y 12 años, con una franja especial para niños de 4 años. Desarrollado a mediados de los años 2000, Paka Paka produjo un material de una calidad nunca jamás vista. Produjo y difundió. Paka Paka fue una de las mejores noticias de los años 2000 y 2010 en Argentina. Nos vino a decir que los niños, en esta sociedad, podían ser considerados como sujetos de derecho y protagonistas de su propio proceso de conocimiento, a través de programas que le hablaban a su capacidad de reflexión; nos vino a decir que, por lo mismo, un niño no es prioritariamente un consumidor (no había pausa publicitaria, ninguna); nos vino a decir que la televisión, esa “cosa” tan compleja y que ha estado más bien del lado del embrutecimiento de la gente, podía constituirse en una herramienta de educación y acompañar la tarea de los docentes sin resultar tediosa para los niños; nos dijo también que era posible cuestionar estereotipos, dejar de difundir a lo largo del día modelos que son los de las clases altas, como medida de todo, valorizando las culturas populares de nuestro pueblo, no sólo argentino, sino también chileno, uruguayo, boliviano, latinoamericano. Todo esto y mucho más vino a hacer Paka Paka, pero cuando uno hablaba alrededor sobre este hecho tan importante, mucha gente adulta decía “ah no sé, no tengo hijos”, o “ah no sé, no tengo nietos”. Es decir que no se entendió, en muchos casos, la revolución que introdujo Paka Paka. Sin embargo, esa revolución era política. Un tema que sí interesa a muchos adultos.

Así ocurre a veces con la literatura infantil. No se toma la medida de lo que está sucediendo, tanto en nuestro país como en otros, donde ese campo está siendo desarrollado por extraordinarios artistas. La noticia importa en sí. Porque no es poco que nuestros hijos tengan acceso (aunque la cuestión del acceso merecería otros desarrollos) a libros que en más de un sentido son obras de arte. Obras que vehiculan visiones del mundo absolutamente contrapuestas a lo que durante siglos fue el imaginario de los libros “para niños”. Libros que contienen en sus páginas, en cada uno de sus detalles, otra visión de lo que niño quiere decir, pero también de lo que quiere decir adulto. Ya es mucho. Pero está además todo lo que ese cambio en gestación puede, en potencia, tener como impacto en otros ámbitos.

La obra de Francisca Yáñez, como ilustradora, cuenta con el reconocimiento de sus pares. Durante meses, su muestra sobre exilio desde la perspectiva infantil (“Un país sin nombre”) fue visitada en Buenos Aires en el Centro Cultural Haroldo Conti. Por lo mismo, y es una suerte, cuando en determinados ámbitos donde se estudian aspectos del pasado reciente (según la expresión consagrada, o sea sobre la dictadura, su antes, su durante, su después) no hace falta explicar mucho porqué el trabajo de Francisca podría resultar relevante para pensar mejor la cosa. Por ejemplo, para pensar los nexos, precisamente, entre ese mundo de la infancia y el de la historia. Esa historia.

¿Qué le vamos a contar a los niños sobre nuestro pasado? ¿Es necesario contar? ¿Qué se cuenta? ¿Qué no se cuenta? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Tomando qué resguardos? ¿En función de facilitar qué? ¿De preservar qué? ¿Cómo se cuenta lo que se haya decidido contar? ¿Se cuenta o se muestra? ¿Se cuenta y se muestra? Pero también, ¿dónde se cuenta? ¿En qué espacio físico? ¿Promoviendo qué tipo de encuentros? ¿Quiénes son los diversos tipos de profesionales qué podrían ser solicitados, convocados, para pensar estas cuestiones? ¿Quiénes son los posibles narradores? ¿Cómo generar un auténtico diálogo, intercambio, entre las diferentes voces involucradas?

El último libro de Francisca Yáñez, “El niño que cuenta hasta el infinito”, está disponible en Chile y fue publicado por la editorial Ulla. Ese libro tiene su propia razón de ser y ya lo están reseñando distintas publicaciones. Es cosa de buscar y encontrar. El motivo de esta columna no es resumir el libro ni elucubrar sobre sus intenciones. Sí en cambio mencionar un detalle. Un detalle que cuenta, por supuesto. Como la mayoría de los detalles.

Se trata de una página del libro que le hablará, así lo espero, a muchos lectores. En particular a esos lectores con los que venimos trabajando desde hace tiempo sobre estas cuestiones de educación y memoria.

©UllaBooks

©UllaBooks

Le pido a ese lector la máxima atención. Le pido que por favor tome cada elemento en cuenta.

Que sea capaz de tener la visión de conjunto que suelen tener los niños. Llegado el caso, si tiene uno cerca, pídale ayuda y a ver qué pasa. Quién cuenta qué.

Por mi parte, encuentro magistral que haya un libro para niños que pueda ubicar en una de las páginas de su historia, esta imagen.

La imagen no es LA historia. La imagen no es TODA la historia. La imagen es PARTE de la historia del niño protagonista.

Es ese lugar en la historia lo que se está construyendo hoy. En esa construcción, ninguna página escrita, pintada, ocupada por mano ágil, tierna, lúcida y valiente, puede ser dejada de lado. Necesitamos esas páginas. Ellas cuentan.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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