El presidente del PPD en una entrevista a El Mercurio explica la derrota presidencial Alejandro Guillier y de la coalición oficialista en la renuencia de los partidos a asumir un rol más decisivo en la campaña electoral. Lo curioso es que él mismo resultara derrotado en su postulación parlamentaria, como otros tantos dirigentes y figuras visibles de las distintas colectividades. Desconoce con sus juicios el alto descrédito que afecta hoy a los partidos y no alude, por ejemplo, a la pavorosa pérdida de popularidad de la Presidenta Bachelet, en que muchos analistas explican el descalabro electoral.
En el mismo diario, el hijo de Guillier nos recuerda que su padre fue proclamado candidato después de ganarle a Fernando Atria, José Miguel Insulza y al propio Ricardo Lagos Escobar, desestimados por el mismo PPD, los radicales y los socialistas. Venciendo, posteriormente, ya en la primera vuelta, a Carolina Goic, Marco Enríquez Ominami, Beatriz Sánchez, Eduardo Artés y Alejandro Navarro, todos militantes orgánicos. La explicación de la derrota más bien habría que encontrarla en la falta de compromiso de los partidos, como en las incesantes pugnas entre ellos y al interior de los mismos; sin desconocer el impacto que tuvo la campaña del terror de piñerismo, en cuanto advertir que un triunfo de Guillier podría llevarnos a una situación como la de Venezuela. Valiéndose, con esto, de las caricaturas propiciadas por los medios de comunicación y los periodistas más abyectos y desinformados.
Cualquier análisis que se haga de los resultados presidenciales y parlamentarios lleva a la certeza que los partidos fueron castigados severamente en no pocos casos. Al grado que los comunistas no pudieron elegir a ningún senador y la Democracia Cristiana disminuyó más que considerablemente su representación en el Poder Legislativo. El Frente Amplio, hasta allí una fórmula electoral, fue más en los escrutinios que casi todo el espectro de colectividades de la llamada centro izquierda, varias de las cuales ahora están forzadas a desaparecer o integrarse con fines competitivos, más que afinidades ideológicas.
En su ya habitual espacio mercurial, el ex ministro y ahora comentarista político Francisco Vidal se lamenta de que el gran caudal de votos obtenidos por Michelle Bachelet en una comuna popular y de clase media como La Pintana haya disminuido en veinte puntos entre una elección presidencial y otra. En la idea, nos suponemos, que los más pobres y postergados tendrían que haberse mantenido fieles a los candidatos de la ex Nueva Mayoría y ex Concertación, sin cuestionarse que Piñera venció casi en todas las regiones y provincias del país. O que lo único que se mantuvo es la enorme cantidad de los ciudadanos (más de la mitad) que se abstiene y que, a todas luces, manifiesta con su apatía o encono la falta de confianza en la política y los políticos, como se asegura frecuentemente. Sin aludir a que la corrupción y las colusiones de grandes empresarios y políticos, si bien son transversales a toda la clase dirigente, sin duda resultaron más lesivas para el oficialismo. A pesar de que la millonaria práctica del cohecho es la derecha la más involucrada.
Desgraciadamente, las cúpulas políticas vuelven a manifestarse como verdaderos “monos porfiados”, levantándose prestamente con los golpes y sin darse espacio alguno para la necesaria autocrítica. Claro; es más fácil imputarle a Guillier la hecatombe electoral, olvidándose de que él asumiera como abanderado justamente por el apoyo de los partidos oficialistas, salvo por el PDC que compitió por fuera con resultados aún más magros.
Como si nada hubiese ocurrido, algunas directivas partidarias ponen sus cargos a disposición, pero no así los comunistas que mantienen cual esfinges a los miembros de su triunvirato dirigente. Para colmo, ya se postula en las demás colectividades que el control de estos referentes se les reponga a las más añosas figuras. Incluso a un Ricardo Lagos Escobar, quien fuera menospreciado por sus propios correligionarios y aliados, mientras que su respaldo público a varios candidatos condujera a éstos al cadalso electoral. Hasta aquí, por lo que comprobamos, no hay en los autodenominados vanguardistas agrupaciones ni dirigentes que decidan jubilarse de la política, aunque ya sumen dos o tres derrotas consecutivas y, más encima, disminuyendo su caudal electoral entre una brega y otra.
La razón radicaría en su mera obsesión por el poder, en la necesidad de mantenerse vinculados a las magníficas oportunidades laborales que ofrece el “servicio público”. Aunque se lo tildara como un acto de suyo republicano, la verdad es que nos pareció patético el desfile de ministros y subsecretarios por la residencia santiaguina del Presidente Electo. Seguramente que a varios de ellos los animó el deseo de mantener su estatus en la nueva Administración, aunque sea desde otro frente o en alguna designación en el extranjero. En el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional, por ejemplo, donde van a descansar los elefantes de la economía política. Lo que no sería tan extraño si se considera la gran afinidad que ha existido entre todos los gobiernos y principales actores políticos respecto del modelo neoliberal sacralizado por la posdictadura.
Es posible que el propio Piñera se afane por abrirle cupos en La Moneda a aquellos demócrata cristianos que en estos días se desafilian o deslindan de su partido. Mal que mal, se trata de figuras con las cuales ha tenido histórica empatía, si se considera que entre los personajes que dice admirar más se encuentra el propio ex Presidente Patricio Aylwin. Para el nuevo gobernante podría ser una gran oportunidad para ensanchar más su base de apoyo y contrarrestar la influencia que se propone ejercer el pinochetismo y la “familia militar” en su gestión. Liderados por un José Antonio Kast que se concibe, asimismo, como uno de los puntales del triunfo de Sebastián Piñera en la Segunda Vuelta y el que sedujo, además, a muchos evangélicos del país. Quienes se han demostrado mucho más conservadores o tradicionalistas que los católicos en los temas considerados valóricos.
Tampoco podemos descartar la posibilidad que algunos miembros del “socialismo renovado” pudieran incrementar el apoyo al Nuevo Mandatario. Aunque aquí las afinidades son más familiares y amistosas que ideológicas. En la importancia que tiene el haber pasado por los colegios y universidades de elite, donde se forjan relaciones personales que, aunque puedan ser como el aceite o el vinagre durante la juventud, a la postre culminan reconociéndose como parte de una misma casta o clase.