Cincuentenario


Martes 27 de febrero 2018 11:38 hrs.


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Señor Director:

Los días pasan e inevitablemente las marcas van quedando, algunas sobre la piel y otras quien sabe dónde. Somos y no somos, aprendemos y olvidamos, amamos y odiamos. En la disputa de estos dos polos se nos va la vida y no alcanzamos ni siquiera a sospechar, si todo esto, tiene algún sentido. Limitados en nuestro entendimiento, bajamos la cabeza y nos concentramos en que cada paso que damos, mantenga un precario equilibrio,  con la tierra que se pisa y el aire que se respira.

Sin poder dejar de ser lo que somos, intentamos sentir , en las escasas ocasiones en que la bulla exterior se apaga, el latir del corazón, que de alguna manera nos conecta con lo más primitivo de nuestro ser y nos enlaza en ese oscilar, con el origen del Big Bang y con la profundidad del ying y el yang.   Un palpitar que se expande en un aura amorosa que sobrepasa los sentidos y permite endulzar, como la miel, la materia que nos envuelve.

Siempre imperfecto, camino  entre piedras y ventoleras imposibles de anular. Por más que intente volar con la imaginación, la falta de alas me pasa la cuenta. Es la cruda realidad, como dicen los abuelos, que tanto tiene de sol como de luna. Un simple mortal eso es lo que soy, sin apoyo divino y sin ningún santo en la corte. Con la mochila más liviana realizo un gesto angustiante que me diferencia  y que me libera. Pese a saber que quedo en la más absoluta soledad, intento tomar el cielo por asalto y me  permito dudar de la institución religiosa y sus decretos jerárquicos de leyes celestiales desconocidas, por más milagros que dicen, que una vez, hace tiempo, en una tierra lejana, en que parece que un amigo de un amigo, vio que fueron realizados. Decido seguir sin religión para que no  adormezca el crujir de la mente,  cuando intenta liberarse de la opresión de siglos y la comodidad de las respuestas fáciles a los enigmas permanentes del origen,  del sentido y  de la  muerte.

Siempre equivocándome, acepto que no existe una verdad única y total que esclarezca la visión, porque somos incapaces de comprender y contextualizar absolutamente todos los hechos que componen una situación y porque somos siempre parte del problema. Y por lo tanto carecemos de parcialidad para determinar lo completamente correcto. Entiendo que sin una iluminación que nos guíe, caminamos en una permanente oscuridad sólo alumbrados intermitentemente por la luz que entra desde fuera de la cueva de Platón, con una llave que abre puertas que nos da la razón y un tercer elemento cuyo nombre se me escapa porque se escabulle de las reglas y de las letras, pero que a decir de los poetas, engendra maravillas y transforma todo en una bella locura.

Siempre inconformista, no acepto la fatalidad y la carga de injusticias y prejuicios como consecuencia de un destino inevitable. Sucede que por algún motivo desconocido, no nos enfermamos de apatía y depresión. Siempre algo nos está llamando a la acción y al pensamiento. A tomar partido y no dejar que las cosas permanezcan eternas, repitiendo su ciclo en una aparente inamovilidad  para beneficio de unos pocos. Nos sentimos sacudidos por los elementos y procedemos en consecuencia. No dejamos de condenar lo malo y aplaudir lo bueno, disquisición moral que innatamente aparece en nosotros. Vamos desde la desdicha a la búsqueda del placer. De asumir que el goce propio se vincula ineludiblemente con el bienestar ajeno e incluso con los que vendrán.

Así, con un poco de luz del exterior, una llave mental y un maravillómetro del corazón, vamos por la vida dando palos de ciego y pegándonos costalazos por doquier.

Pero los dados están echados, corren sobre la mesa para estrellarse con la muralla final. Sin embargo, no dejan de aparecer contradicciones vitales, cuando el desarrollo de la inteligencia humana crea un sistema de vida tan perverso que determina su propia destrucción. Expulsados del falaz paraíso y no por culpa de Eva sino que de nuestra evolutiva mente que fue capaz de discernir, de apropiar y de intervenir un medio natural que sin nuestra preciada inteligencia probablemente habría encontrado su ciclo natural quizás hasta la eternidad.  Nos tocó vivir un modelo  enfermo de consumo y alienado por el deseo de crecer sin freno que suma a millones en el mundo y también en Chile. Cuya ética del sálvese quien pueda o de quien tenga más, es la única norma valedera. Triunfo del lado oscuro y sonreímos porque esa victoria también es nuestra victoria que sale de nuestros poros y a veces, nos asustamos de nosotros mismos, cuando con gusto nos distanciamos del que está enfermo, del que no tiene agua, del marginal, del inmigrante, del indígena, del miserable porque aún no somos parte de lo desechable y podemos sobrevivir en los charcos de lodo, escuchando nuestras risas, transformadas en las noches de luna llena, en horribles carcajadas similares a las de las hienas.

¿Qué nos va quedando? Restos de razón, un poco de locura para soltar las amarras y una voluntad maniatada pero con la esperanza de no estar totalmente esclavizada. En esos espacios damos rienda suelta a ese engranaje con hilos de lana  que Cupido nos dejó en los sueños de ayer. Anhelamos vivir con dignidad en el tiempo que nos queda y esa palabra cual fecha envenenada nos atraviesa el corazón. Intento darle contenido y solo se me aparecen palabras sueltas como libertad, coherencia, respeto, felicidad en que cada una de ellas cabe en el silencio que nos provocan.

Así creo que voy pasando, desde la niñez hasta los cincuenta años que acabo de cumplir.

 

El contenido vertido en esta Carta al director es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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