Cuando Marcelo Ríos sacó al centro de la cancha central de Key Biscayne la historia del deporte chileno había estado marcada por el infortunio. El “casi, casi” se había transformado en un dogma para nuestros representantes. Salvo la Copa Libertadores de América de Colo Colo, ningún representante chileno, a nivel individual o colectivo, había obtenido un reconocimiento tan importante como el que iba a conseguir Marcelo Ríos Mayorga.
Al frente de él, uno de los mejores tenistas de la historia: Andre Agassi. Por eso, cuando el estadounidense devolvió larga aquella pelota servida por Ríos, la explosión de alegría entre los seguidores del deporte nacional fue instantánea: por primera vez, un chileno era reconocido como el mejor de su actividad en el mundo, el “Chino” alcanzaba el número uno del ranking ATP.
Era el premio a una carrera que había comenzado a fines de la década de los ochenta, cuando un desgarbado joven proveniente de Vitacura, con una insolencia marcada disfrazada de irreverencia, empezó a destacar dentro del circuito juniors hasta convertirse en número uno del ranking juvenil.
De ahí el paso al profesionalismo era esperado y su estreno ante la élite del tenis mundial no pudo ser de la mejor forma. En su primer torneo de Roland Garros puso “contra las cuerdas” al mejor tenista de aquella época, el estadounidense Pete Sampras. Cinco largos sets en donde uno de los mejores tenistas de la historia tuvo que sacar su mejor repertorio para derrotar a un desconocido joven de 18 años.
De ahí en más la fama y el éxito, pero también, en paralelo al reconocimiento mundial por su innegable talento, empezó a relucir la cara menos amable de Marcelo Ríos, un deportista antisocial y deslenguado, que comenzó a ganar enemigos al tiempo que aumentaba la idolatría por parte de sus seguidores.
Pero todo era disfrazado por su buen juego. Marcelo Ríos ha sido catalogado por sus contemporáneos como uno de los tenistas más talentosos que han pasado por el circuito ATP. Así lo dijo el español Alex Corretja quien no duda en reconocer que el chileno tenía un talento “por sobre la media”, al igual que el sueco Thomas Enqvist, quien una vez dijo que “por el único tenista por el cual pagaría una entrada sería por Marcelo Ríos”.
Fue ese talento el que lo llevó al número uno del mundo en el año 1998, pero fue un logro efímero, solo 40 días, nada en comparación con otras leyendas del tenis. Pete Sampras apretó el acelerador y derrumbó al chileno que nunca recuperaría dicho sitial de honor.
Las lesiones y el comienzo del declive.
Marcelo Ríos, a diferencia de otros tenistas de su generación, tenía una agenda de campeonatos durísima. Prácticamente no tenía descanso y ese ritmo (alentado principalmente por su padre) lo mantuvo durante años hasta que finalmente se quebró.
A fines de la década de los noventa aparecieron las lesiones y las constantes molestias a su espalda que bajaron dramáticamente su nivel. Empezó a perder puestos en el ranking y ya sin el aval del bueno juego, su comportamiento extradeportivo empezó a destacar por sobre su rendimiento en la cancha.
La primera campanada de alerta fue en los Juegos Olímpicos de Sidney 2000 cuando se negó a ser el abanderado de Chile en la inauguración de dicha cita deportiva, ¿la razón? La negativa del Comité Olímpico de regalar entradas a la familia de Ríos para que presenciaran el evento. El resultado dentro de la cancha, eliminado en primera ronda del campeonato.
Una vez retirado el comportamiento grosero de Marcelo Ríos, junto a su problema para controlar la ingesta de alcohol, acercaron al “Zurdo” a las páginas de las revistas de farándula, por sobre las deportivas.
Episodios como cuando orinó a una persona en un bar de La Serena u otros episodios de violencia, comenzaron a minar su valoración dentro de la gente, pese a que la prensa lo galardonó como “deportista chileno del Siglo” por sobre a otras figuras rutilantes como Marlene Ahrens, Arturo Godoy o Elías Figueroa.
El número uno de Marcelo Ríos ha sido puesto en entredicho en múltiples ocasiones. La principal crítica en contra del chileno es que llegó a dicho sitial sin haber ganado nunca un Grand Slam, de hecho, en Chile también han surgido críticas al respecto. El destacado ex tenista nacional Jaime Fillol dijo en una ocasión que “sin ganar un Grand Slam es imposible que te consideren una leyenda del tenis” y así ha sido.
A la hora de los balances, son pocos los que ubican a Ríos dentro de los mejores de la historia, sobre todo si se le compara con carreras como la del suizo Roger Federer o el español Rafael Nadal, quienes a pesar de su veteranía, siguen dando lecciones de tenis y disputando el primer lugar del ranking mundial.
Esa es otra crítica que se realiza a Ríos, la mezquindad que en más de una ocasión mostró hacia el tenis. En Argentina fue definido como “un ilustre botador de partidos”, lo que en el fondo significa que cuando el partido le era favorable derrochaba calidad y talento; pero cuando las cosas le eran adversas, fácilmente regalaba los partidos, sin que eso pareciese importarle.
La guinda de la torta en esta tormentosa carrera de Marcelo Ríos fue el ataque verbal que tuvo hacia los medios de prensa durante una concentración del equipo nacional de Copa Davis.
Dicho exabrupto le valió a la Federación Nacional una millonaria multa y revivió las críticas hacia la figura del “Zurdo” que se aprestaba a festejar los 20 años del mayor logro de su carrera.
En esta fecha, donde se recuerda el innegable triunfo de Marcelo Ríos dentro del circuito mundial, cabe reflexionar respecto del legado de nuestros deportistas y si su construcción termina cuando deciden poner fin a sus carreras o si acaso hay que ponderarlas por su comportamiento más allá de lo deportivo.