La guerra: un entretenimiento imperial

  • 07-04-2018

En septiembre de 2014, cuando regresaba de un viaje a Corea, el Papa Francisco sentenció que: “la tercera guerra mundial ya comenzó, sólo que se libra en trozos pequeños, en capítulos”. A la luz de los acontecimientos recientes, y de esta afirmación, tal vez se haga necesario actualizar el tradicional concepto de Clausewitz quien estableció que la “guerra es la continuación de la política por otros medios”. Vladimir I. Lenin, agregó que estos medios eran siempre violentos. Clausewitz había afirmado que se debía entender la guerra como una acción de carácter político, que estaba sustentada en la enemistad, la violencia y el odio entre partes y que además, tenía un alto componente de casualidad y de manejo de probabilidades.

En estos términos, en los que se concibe a la guerra como una acción política, deberían estudiarse y definirse los múltiples enunciados que se están usando en años recientes (pero sobre todo, desde que Donald Trump asumió la administración del gobierno de Estados Unidos) y que hacen alusión, -por ejemplo- a “guerra verbal”, “guerra económica”, “guerra comercial”, “guerra diplomática”, “guerra mediática” y “guerra jurídica”, por mencionar algunas de las que más se utilizan.

Por supuesto, como todo fenómeno de carácter político y/o social, estas modalidades no se manifiestan aisladas una de otra, al contrario, lo común es que unas y otras estén imbricadas y se desarrollen de manera simultánea, sin embargo, no deben confundirse con el concepto de “instrumentos” que son los recursos que se utilizan para llevarlas a cabo.

Trump ha inaugurado una etapa de guerra verbal a través de las redes sociales, lo cual le permite enmascarar su ignorancia y carencia de recursos intelectuales para la toma de decisiones. Así, en pocas palabras, da a conocer sus ideas, insulta a otros líderes y a pueblos enteros, incluyendo a algunos de sus aliados. Uno de los preferidos, ha sido el presidente mexicano Enrique Peña Nieto, pero en este caso no ha habido guerra, sino sumisión y aceptación de los dichos del agresor. En días recientes: dos cachorros imperiales Benjamín Netanyahu, líder del Estado sionista y Recep Tayyip Erdogan, presidente de Turquía la emprendieron a insultos en los que cada cual acusaba al otro de tener una calidad genocida superior: el turco, después de decir que su colega sionista era un “carnicero”, le espetó que “No tenemos la vergüenza de los invasores, Netanyahu. Eres un invasor y estás presente en aquellas tierras como invasor. Al mismo tiempo, eres un terrorista”, a lo cual el verdugo de Gaza le respondió: “Él, que ocupa Chipre del Norte y la región kurda, y organiza carnicerías de civiles en Afrín, no debería sermonearnos sobre la moralidad y los valores”. Están a la vista los “altos principios” de estos líderes y sus países que se enfrentan en este tipo de guerra.

Pero la pugna más divulgada de los últimos tiempos, es aquella que confronta el planeta tras recibir los embates comerciales de Estados Unidos, país que – mientras su economía era boyante, abarcadora y capaz de penetrar exitosamente y a su favor, todos los mercados del planeta- era el mayor promotor del libre comercio, se ha transformado en altamente proteccionista cuando el presidente-empresario se dio cuenta que su nación ha perdido competitividad científica y tecnológica y ha gastado inútilmente gigantescos recursos financieros exportando (casi siempre por vía de la fuerza) la destrucción y la muerte a todos los rincones del globo, con el objetivo de imponer su modelo de expoliación capitalista.

Para ello, se vale de todos los recursos, desde la bufonada que ha dejado en ridículo a los personeros del gobierno británico desmentidos por sus propios científicos respecto de un ataque ruso que no han podido probar, hasta las supuestas injerencias del Kremlin en cuanta elección haya en el mundo, lo cual tampoco han demostrado. Sin embargo, estos han sido los argumentos para la guerra comercial, la aplicación de sanciones y el incremento del gasto militar, a fin de intentar apuntalar su economía por esta vía.

En el caso de la guerra económica, comercial y financiera contra China, que parece ser el objetivo número 1 de Trump en su política exterior, dados los indudables avances que la potencia asiática ha tenido en los últimos años, se ve poco probable que la misma conduzca a Estados Unidos al éxito. Según el economista japonés Takehijo Nakao, presidente del Banco Asiático de desarrollo, la economía china ha tenido un crecimiento acelerado que ha llevado al país a de uno de los ingresos per cápita más bajos del mundo al de uno de renta media-alta, llegando a 2017 con 30 millones de pobres de una población de 1.380 millones de habitantes, es decir alrededor del 2,2%, mientras que en Estados Unidos es de 41 millones en una población de 325 millones, equivalente al 12,6%. Según Nakao “China se ha convertido en un líder en áreas como el comercio electrónico y la economía compartida. La nueva tecnología y los emprendedores están propulsando el surgimiento de grupos industriales innovadores”. En cuanto a los factores del éxito de China, el ejecutivo definió a los “motores sociales” como “la clave”.

Ante las restricciones que pudieran generar las recientes medidas adoptadas por el presidente Trump para aplicar nuevos aranceles por valor de 50 mil millones de dólares a las exportaciones chinas a su país, el economista estadounidense Joseph Stiglitz afirmó que China tiene mejores condiciones y posee una mayor gama de instrumentos que Estados Unidos para enfrentar las perturbaciones económicas que se pudieran generar tras estos hechos que configuran el inicio de una guerra comercial. Estas acciones, respaldadas por la “doctrina” Trump en esta materia, que expone que: “las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”, además de poner de relieve la estupidez característica del inquilino de la Casa Blanca, esconde su gran ignorancia en el tema.

Según Stiglitz, los sectores de la economía china que podrían salir perjudicados por las medidas, pueden ser redirigidos por el Estado a aumentar la demanda interna en áreas deprimidas, toda vez que las decisiones en materia económica del gobierno chino en los últimos años han estado orientadas a impulsar este tipo de demanda. El economista opina que incluso si China cambiara sus políticas comerciales, Washington no podría solventar el problema que le genera el déficit comercial, porque éste es una “consecuencia de macroeconomía y Estados Unidos entonces tendrá un déficit más grande con otros países”. Agregó que su país tiene muchas limitaciones en cuanto a las medidas correctas que pudiera tomar porque se ha vuelto muy dependiente de las importaciones de bajo costo. Ejemplificando su afirmación dijo que si le aplicara aranceles a los artículos textiles chinos, el costo de la vida aumentaría en Estados Unidos, lo que conducirá a un aumento de las tasas de interés, volviendo más lenta la economía y creando desempleo. En resumen una nueva guerra perdida.

Mientras tanto, la guerra diplomática de Gran Bretaña con Rusia, a la que se plegaron 26 países, la mayoría de Europa y que afectó a 153 diplomáticos por cada parte, ha resultado en un total ridículo, toda vez que además de los contratiempos generados a los 306 funcionarios y sus familias, la medida no ha tenido ningún impacto, y ya las cancillerías están negociando para reponer a los diplomáticos expulsados, con otros en los mismos puestos. Un gran escándalo, innecesario y que comienza a desvanecerse, otra guerra perdida, esta vez por gobiernos que cada vez más hipotecan su soberanía a favor de Estados Unidos, que además los obliga a pagar el 2% de su PIB para protegerlos, nadie sabe de quién, porque las únicas guerras que se han producido en su territorio en el último siglo y medio han sido gestadas por ellos mismos, por sus ambiciones colonialistas, imperialistas y de expansión.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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