Pareciera que estamos recién en el vendaval. Y, por lo que se ve, el temporal será fuerte. Sin embargo, como la política se guía por patrones distintos a los cambios climáticos, el desarrollo de los acontecimientos lo tratarán de contener y presentar de una manera menguada. Haciendo lo posible, hasta el final, para que las cosas sigan como le conviene a quienes tienen el poder. No sin antes denunciar que todo es una conspiración que se atribuirá a los contrarios. De allí a la represión hay un paso. Y el temporal podrá derivar, como ha ocurrido en el pasado, a una hecatombe. De cualquier modo, ya que la evolución humana no camina por los senderos políticos o climáticos, los cambios se producirán. La política tendrá que hacer lo posible por rearmarse y adecuarse a los acontecimientos, que es lo que la define.
Son muchas las correcciones que la sociedad requiere…y ahora exige. La falencia de las instituciones, el maltrato a las mujeres, la educación sexista, los abusos previsionales, la desprotección de los cada vez más numerosos ancianos, y hasta el derrumbe moral de la Iglesia Católica, son parte del recuento lamentable del momento histórico que nos está tocando vivir.
Sin duda, en estos días son las demandas femeninas las que más se escuchan y parecieran tener mayor repercusión. Pero eso no asegura que los cambios de fondo se producirán. Se trata de una manifestación mundial, que tuvo la explosión actual en el reclamo en contra de los abusos que se producían en el ámbito del cine en los Estados Unidos. Luego, la protesta se fue ampliando. La situación de desmedro de la mujer es un hecho claro que refleja la sociedad machista global.
Pero vivimos una realidad en que el control emocional es una constante. Por eso es que mensajes que envían los medios de comunicación incrementan el temor y la banalidad. Una sociedad banal, sometida por el miedo, alejada del poder de decisión que debiera darle la democracia, es fácil de manejar. El pavor, la desconfianza, el pánico, son estados emocionales que dificultan organizarse para exigir mejoras de manera permanente. De allí que, por lo general, las protestas parezcan más fuegos fatuos que fraguas en que se funden nuevas ideas para una sociedad en creación. Y ante ese panorama, las respuestas son disímiles. En Estados Unidos, el presidente Donald Trump juega con las emociones de los sectores más desprovistos de educación. Casi sin dificultad los lleva a respaldar posiciones retardatarias. Y es así como una de las grandes potencias se encuadra en posturas aislacionistas, provocadoras, que amenazan la estabilidad del comercio mundial y manosea la idea de una conflagración nuclear. Pese a todo ello, Trump sigue contando con un respaldo contundente a nivel local.
La aparición de atisbos de una nueva sociedad se entrecruza con esfuerzos por detener la consolidación de nuevos valores humanistas. Allí es donde chocan visiones conservadoras y progresistas. Las respuestas más retardatarias intentan frenar avances ya logrados. Por eso el rechazo a las migraciones, la acentuación del aislacionismo o el intento de retroceder en derechos femeninos como el aborto. Las propuestas más progresistas apoyan los cambios, pero cuando cuentan con el poder para llevarlas adelante, dilatan su concreción. Algo de eso ha ocurrido en Chile.
En la actualidad, el gobierno de Sebastián Piñera hace guiños a peticiones que van directamente en contra del pensamiento de integrantes de la coalición que sustenta su administración. Y la mayoría se estrella con los cimientos de lo que es la derecha chilena. Por ello, no debe llamar la atención que el ministro de Justicia, Hernán Larraín, confunda la acción judicial con un mero ejercicio político más. A eso se debe su aseveración de que la mayoría de los jueces de Chile son “de izquierda”, situación que habría que equilibrar. Como si la justicia no debiera estar lejos de los parámetros de las preferencias políticas. El ministro Larraín opina así respondiendo a lo más profundo de su concepción de lo que es el poder. Una mirada que viene del señor feudal y que ahora se extiende por el mundo a través de las transnacionales y la globalización. Pero que nada tiene que ver con la democracia.
Por ello es que hoy dentro de la derecha la discusión está marcada por las concesiones que se debe hacer ante las demandas de la ciudadanía. Los más conservadores -Unión Demócrata Independiente (UDI) y las figuras más retardatarias de Renovación Nacional- sostienen que ceder a las demandas femeninas -incluido, obviamente, el aborto- es una trasgresión a principios irrenunciables. Algo similar se plantea respecto a la adopción homoparental.
Pero no sólo la derecha tiene problemas para adecuarse a lo que viene. En el centro, las dificultades son similares. La Democracia Cristiana se debate hoy en la necesidad de fijar nuevos rumbos después de la última justa electoral en que logró un magro resultado. Los sectores más conservadores, encabezados, entre otros, por Mariana Aylwin, Soledad Alvear o Gutenberg Martínez, no han tenido éxito al tratar de que el que fuera su Partido se alinee en posturas más derechistas. Su propuesta tampoco ha contado con respaldo en el nivel internacional. El representante en Chile de la Fundación Konrad Adenauer, Andreas Klein, ya dejó en claro que a su organización no le interesa la fragmentación de la DC. Y el parecer de la Fundación alemana es relevante. De ella depende, en términos prácticos -económicos- parte fundamental de la subsistencia de la Democracia Cristiana chilena.
En la izquierda, las definiciones también están por venir. El acercamiento de la socialdemocracia hacia los postulados neoliberales dejó con poco piso ideológico a buena parte de las colectividades de izquierda en el mundo. Ahora vemos que hacia allá van también las agrupaciones que se definían como más extremas. El Partido Comunista no rechaza la posibilidad -impensada antes de la caída del muro de Berlín (1989)- de alianzas con el centro o la centroderecha. El Partido Socialista sigue debatiéndose ante decisiones que pugnan entre el pragmatismo y lo ideológico.
En los momentos actuales en que los ventarrones arrecian, no hay nuevos aportes ideológicos definidos. Los referentes actuales no serán los arquitectos de la estructura ideológica del mañana.