Está por verse todavía si la Democracia Cristiana y el PPD logran superar sus profundas crisis internas con la renovación de sus directivas y luego que no pocos militantes han renunciado a sus colectividades. Lo que sí está quedando claro es que la coalición gobiernista, cuyos dirigentes se ufanaban por el alto grado de unidad que habían alcanzado sus partidos, presenta ahora los primeros síntomas de malestar con el gobierno de Piñera. Los dimes y diretes entre la UDI y Renovación Nacional se han hecho tan ostensibles, como que el propio Presidente de la República ha mostrado su malestar por las críticas y él mismo ha atribuido tales disputas al afán de “cuoteo” de los partidos de Chile Vamos. Parece ser que los viejos rencores de RN hacia la UDI vuelven a manifestarse por la habilidad del gremialismo en alcanzar mejores y más influyentes posiciones en La Moneda y en los cargos públicos a disposición del nuevo mandatario.
La desconfianza que despierta Sebastián Piñera en quienes alguna vez fueron sus camaradas vuelve a manifestarse al igual que en su primera administración. Solo que esta vez el Jefe de Estado parece irritarse más que antes al respecto, al grado de fustigar abiertamente a los dirigentes en disputa de estar preocupados más en ganar cargos que asumir su compromiso con el programa de gobierno.
Del Partido Comunista se sabe que es el más hermético de los referentes, sin embargo parece claro que sí o sí va a tener que definir próximamente su política de alianzas. Esto es, si insiste en buscar acuerdos pragmáticos con los socialistas, radicales y demócrata cristianos, o si va a poner sus fichas en un acuerdo más estratégico y electoral con las nuevas expresiones de la izquierda.
La mala noticia para muchos es que el Frente Amplio, que tantas expectativas causara su primer desempeño electoral, está manifestando ríspidos y públicos disensos entre sus múltiples colectividades. De esta forma, todo indica la reciente entrevista en El Mercurio del alcalde Jorge Sharp que es posible que su unidad sufra un grave deterioro, a causa de las intenciones hegemónicas de Revolución Democrática (RD) y su principal líder, el diputado Giorgio Jackson. Profunda es la molestia que le ha provocado al sector autonomista del Frente que, con los votos de los representantes estudiantiles de RD, se haya censurado y removido de su cargo al Presidente de la FECH. Un militante, por cierto, del mismo sector del edil de Valparaíso y de otros ex líderes universitarios, como Gabriel Boric, hoy instalado en la Cámara de Diputados.
A menos de seis meses de los últimos comicios, nadie podría hacer un pronóstico certero de cuáles podrían ser los partidos y coaliciones que podrían consolidarse para enfrentar las elecciones municipales venideras. Para mayor dificultad, no sería extraño que prosperara una nueva reforma constitucional, pero esta vez para restringir el número de legisladores, además de rebajar sus escandalosos sueldos. Se sabe, naturalmente, que el haber elevado el número de diputados y senadores no tuvo en cuenta mejorar el desempeño legislativo, sino darle cabida en el Congreso Nacional a sectores que o tenían ninguna posibilidad de imponerse al sistema electoral binominal que nos rigió por tanto tiempo. Los mismos que podrían arriesgar ahora su reelección o representación, sobre todo si se disminuye el número de parlamentarios.
Las tensiones que vuelven a estallar en toda la política desgraciadamente no entrañan diferencias doctrinarias o programáticas como ocurría en nuestro pasado institucional. Es decir cuando nuestra democracia era reconocida por la expresión de diversas ideologías y la existencia de distintos “proyectos históricos”. Por lo que votar por uno u otro candidato no nos conducía al más de lo mismo actual. Y, por el contrario, la política pudo consolidar grandes transformaciones económico sociales; implementar una reforma agraria y nacionalizar el cobre, entre otros múltiples logros.
Aunque moleste a los principales actores de los partidos, tenemos claro que las disputas se explican fundamentalmente en la búsqueda de mayor influencia al interior de las coaliciones y asegurarse más cargos en el aparato estatal. Así como también empieza a evidenciarse que en los nuevos actores de la política también se manifiesta una perniciosa avidez por escalar posiciones en el Parlamento o el Gobierno. Que con menos de 30 años de edad ya hay quienes toman aire de presidencialistas, sin probar todavía dentro del Poder Legislativo o los municipios aptitudes convincentes para aspirar más alto en nuestra política.
Topo esto explica, además, que en el comidillo político haya quienes lamentan que Sebastián Piñera no pueda aspirar a una tercera elección, al mismo tiempo que para otros no sería tan extraño que, en la vorágine de disputas y el mero afán de poder de algunos protagonistas, de nuevo algunos se propongan convencer a la propia Michelle Bachelet de repostularse a un tercer período. Lo cual indica la pobre capacidad de relevo de nuestras colectividades políticas, así como las desproporcionadas ambiciones de algunas de sus figuras más jóvenes. En quienes se había depositado muchas esperanzas.
Pese a la crisis de liderazgo y los episodios de corrupciones que atravesaron prácticamente todo el espectro político, las promesas de un cambio vemos que se hacen agua y que vamos a arriesgar una nueva decepción ciudadana, igual o peor a la que nos llevara a niveles de abstención cercanos al 60 por ciento. Que ni el gobierno va a mantener cohesión para hacer prosperar sus promesas, cuanto que del disperso mundo de los opositores va a resultar muy difícil alcanzar un consenso y la posibilidad de llegar a La Moneda para hacerse cargo de las demandas sociales que se harán más urgentes y explosivas, muy difíciles de ser satisfechas por el sistema institucional y económico vigente. Por lo que no sería nada de extraño que las viejas y desacreditadas figuras de la política puedan seguir practicando sus rotativas y malas prácticas cupulares, gracias a la apatía ciudadana que siempre favorece a los regímenes oligárquicos.