“Convocamos a la Iglesia de Santiago y a los hombres de buena voluntad a conmemorar durante 1978, el año de los derechos humanos en Chile, mediante la reflexión, la oración, el intercambio de experiencias, estudio y difusión, tanto del magisterio de la Iglesia como de los documentos y declaraciones universales sobre dicha materia”. Firma: Cardenal Raúl Silva Henríquez.
En 1978, el Arzobispado de Santiago convocó a la celebración del año de los Derechos Humanos. Con ello, la Iglesia pretendía iniciar una discusión sobre la violencia generada en el país a raíz de la llegada de la dictadura.
Por ello, a través de la Vicaría de la Solidaridad, comenzó a organizarse una celebración que consideraba todo tipo de actividades, desde la realización de concursos literarios y de artes visuales, hasta la realización de una gran exposición internacional y un simposio.
Lilia Santos, quien fue encargada cultural de la Vicaría durante esos años, aún conserva los vestigios de aquella planificación: en su poder hay cuadernos, recortes de prensa y cartas que evidencian cómo, una vez anunciada la conmemoración del año de los DDHH, los artistas respondieron a la convocatoria.
“El llamado a defender los Derechos Humanos es un hito importante en la historia chilena, porque a raíz de esa conmemoración se pudo reflexionar sobre lo que estaba sucediendo en educación, en el trabajo, en lo sindical, en lo campesino, en el derecho de expresión. Durante un año se hicieron seminarios, lo que originó una gran discusión, con documentos elaborados, que pesaron en el pensamiento de lo que en Chile significaba perder el miedo. Es decir, en esos años la gente fue teniendo cada vez más valor”, comenta.
Sin embargo, hubo un hecho puntual que marcó la festividad: la realización de la Exposición Plástica Internacional que se realizó en noviembre en el Museo del Convento de San Francisco.
En la muestra participaron 170 artistas visuales, entre ellos, Gracia Barrios, José Balmes, Francisco Brugnoli y Mario Toral. Pero la convocatoria también se extendió a otros países, lo que dio como resultado que se sumaran exponentes de Argentina, España, Inglaterra y Francia, entre otros.
Francisco Brugnoli, quien fue prácticamente el curador de la muestra, recuerda claramente cómo se gestó la exhibición: “Con Lilia comenzamos a llamar por teléfono a todo el mundo y tuvimos una respuesta salvajemente buena”.
“Finalmente, armamos una lista enorme, lo que provocó que el patio del Convento de San Francisco se hiciera chico: las cosas quedaron apretadas, hubo que poner paneles adicionales. Pero tuvimos la presencia de artistas internacionales de primer nivel. O sea, la exposición también fue una especie de punto de reunión, de unificación, del interior y el exterior, del exilio y de quienes estábamos en el país”, añade el también director del Museo de Arte Contemporáneo (MAC).
Contra el miedo
Lilia Santos recuerda que la planificación del evento no estuvo exento de conflictos: su equipo, más que nadie, sabía que los seguían, que sus nombres figuraban en las listas del enemigo. Sin embargo, señala que, pese al miedo, los artistas comenzaron a participar activamente en la exhibición.
Este relato es compartido por Francisco Brugnoli, quien afirma que los artistas chilenos, en un primer momento, se asustaron con la campaña que se estaba gestando.
“Cuando llamé a Nemesio Antúnez, él se asustó un poco. Me dijo: ‘¿Qué pasa? Nos van a matar por esto. Luego, comenzó a hablarse de que este era un momento crucial de los DDHH y para la solidaridad con el pueblo de Chile. Fue una discusión muy trascendente”, señala.
Para el artista Eduardo Vilches, la participación en el evento también significó un riesgo. Es por ello, que rememora: “En esa época cualquier actividad que tuviera relación con la defensa de los derechos de actuar libremente era peligroso”.
Pero, más allá de los temores, para el grabador no había otra opción: “Había que defender los derechos que en ese momento estaban siendo violados”, subraya.
Una carpeta serigráfica
Pero previo a la exhibición también hubo otro antecedente. Francisco Brugnoli comenta que antes que la exhibición internacional se generó una Carpeta Serigráfica que contenía el trabajo de 30 artistas chilenos.
Este proyecto pretendía que cada uno de los participantes creara una obra inspirada en uno de los artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
“Lo primero que sugerí fue hacer una carpeta de serigrafías en que cada artista, elegidos de manera muy transversal, exonerados, no exonerados, más de izquierda, menos de izquierda, participaran. Pensamos de esta forma el proyecto porque la Declaración de los DDHH era algo muy transversal y a ellos les pareció bien la iniciativa. A partir de ello, comenzó la conversación sobre por qué no una gran exposición”, comenta Brugnoli.
Desde ese punto de vista, el artista advierte que durante dictadura nunca existió un “apagón cultural”.
“Eso fue un mito. Si bien se afectó a las universidades, a las instituciones, los artistas producimos mucho. Se creó todo un movimiento muy especial en el arte”, dice.
El presente de las obras
Durante casi 20 años, las obras donadas en el marco de la celebración del año de los DDHH permanecieron resguardadas en las oficinas de la Vicaría de la Solidaridad: allí fueron almacenadas en un mueble especial que se construyó con sus respectivos detalles.
“Me hice responsable de la parte gráfica, hice fichas muy completas sobre gramaje, papel, calidades de tinta, etc. Se enmarcaron todas las obras y se hizo un mueble especial para contenerlas. Luego de ello, ya no tuve más relación con las piezas”, comenta el director del MAC.
Esto significó que, con el paso del tiempo, las obras así como las actividades celebradas en 1978 fuera quedando en el olvido.
Según comenta Lilia Santos, el curso que siguieron las piezas – de la Carpeta Serigráfica y de la Exposición Plástica Internacional- es incierto. Esto, porque durante los últimos años las piezas salieron a la luz en diversas ocasiones: en una primera instancia para conmemorar los 20 años de la exhibición y en otras dos para itinerar por diferentes centros culturales.
En este camino, según recuerda, se extraviaron seis obras. Luego, este patrimonio se dividió en dos lugares: el grueso del contenido pasó en comodato al Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, mientras que el resto permaneció en manos de la Fundación Documentación y Archivo de la Vicaría de la Solidaridad.
En este sentido, Lilia Santos advierte: “Hoy es importante mostrar todo lo que se hizo en el área cultural en esos años, sobre todo, porque es algo bastante desconocido”.
“Nos parece importante mostrarlo a las generaciones actuales por la calidad de los artistas que se presentaron, por el compromiso que significaba esto y por el impacto que tuvo en los lugares donde pudo llegar”, concluye.