El vehículo evangélico del ultraconservadurismo

  • 23-09-2018

Desde la institución de los países de América Latina según los conocemos hoy, y para no ir más atrás, la religión siempre ha sido muy importante en lo cultural y en lo político. Es, por lo tanto, un asunto que atañe a todos, más allá de quienes la profesan. La gran diferencia para nosotros entre este momento y los anteriores es que coinciden un profundo retroceso de la Iglesia Católica con una importante arremetida de las iglesias evangélicas.

Hay datos duros al respecto. De acuerdo a un estudio publicado en 2018 por la Corporación Latinobarómetro, los países donde más del 50 por ciento de su población se declaran católicos son Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú, y Venezuela. En Chile y Uruguay, sin embargo, se evidencia un proceso de secularización acentuado ya que el porcentaje de personas que se declaran ateas, agnósticas o sin religión alcanza aproximadamente el 40 por ciento, acercándose cuantitativamente al grupo que se identifica como católico. Esto no es novedoso en Uruguay, que fue el país donde menos incidió la Iglesia Católica en el continente, pero Chile solía estar en el otro extremo. Al mismo tiempo, los países donde menos del 50 por ciento son católicos, pero más del 40 por ciento se declaran evangélicos, son Guatemala, Honduras y Nicaragua.

No abundaremos esta vez sobre los patrones comunes en el retroceso de ideologías y religiones en nuestra época, aunque es un asunto apasionante. Dejamos como recomendación al respecto, eso sí, los diálogos entre el filósofo y sociólogo Jurgen Habermas y el cardenal y teólogo Joseph Ratzinger, quien luego se convertiría en el Papa Benedicto XVI. Sí nos quedaremos en que en nuestro continente, mientras la iglesia católica pierde influencia y capacidad de intervenir en los debates políticos, la iglesia evangélica incide crecientemente, especialmente a través de posturas ultraconservadoras. Es difícil identificar otro fenómeno más relevante y generalizado en la política latinoamericana de los últimos años. La base de apoyo de la iglesia que irrumpe proviene de los sectores populares, al ocupar zonas que hasta hace pocos años eran ricas en tejido social a través de las capillas y parroquias católicas, los partidos de masas y los clubes deportivos.

No hay, en la identificación de este fenómeno, nada que pueda ser considerado una crítica a una opción de fe. Ninguna religión ha estado libre de pecados ni carente de virtudes. Por de pronto, en el transcurso de la historia de las religiones monoteístas la disputa por cuál es el verdadero dios entre judíos, cristianos y musulmanes, ha derivado en guerras y aberraciones de las que ninguno ha estado libre. También sería un error inducir a la idea de que solo hay una forma de ser evangélicos: su expresión es diversa, como en el resto de las religiones. Sí podemos decir que en América Latina los pastores evangélicos tienden a tener en asuntos de cultura, género y sexualidad valores conservadores, patriarcales y homofóbicos. Consideran que las mujeres virtuosas son aquellas que se someten a sus esposos. En todos los países de la región, y esto no es una interpretación sino una descripción, sus posturas en contra de los derechos de las personas homosexuales han sido las más radicales.

Solo este año, para no ir más atrás, estas posturas casi llegan al poder en Costa Rica y tienen ahora una situación expectante en Brasil. En el primer caso, el candidato presidencial Fabricio Alvarado casi gana liderando al partido Restauración Nacional, una tienda cristiana evangélica que hizo campaña sobre la base de la defensa de la “familia tradicional”, lo cual aterrizó en posturas como la oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, a la fecundación in vitro y el respaldo a la unión entre el Estado y la religión. Ideas que, sumadas por sus detractores, parecerían un retroceso de décadas para Costa Rica.

Situación parecida es la que hoy por hoy se vive en Brasil, el país con más católicos en el mundo, en una cifra que supera a los 200 millones de fieles y al 74 por ciento de la población. Pero en baja. Hoy, el 22 por ciento de la población es evangélica, en un auge explosivo que ya se ha traducido en una bancada de varios senadores y diputados, además de la candidatura presidencial de Jair Bolsonaro. Según afirmó a la revista Exame la publicitaria Ludmilla Teixeira, una de las creadoras del grupo de Facebook “Mujeres Unidas Contra Bolsonaro”, que suma más de dos millones de miembros, citada esta semana en el diario La Tercera “él representa todo lo que es el atraso en la lucha por los derechos de las mujeres, ataca directamente la licencia de maternidad, la diferencia salarial entre hombres y mujeres”. No es casual que se trate del candidato presidencial brasileño con mayor diferencia de intención de voto entre hombres y mujeres de su historia reciente.

Así como en Europa las posturas ultraconservadoras se han articulado contra la inmigración, aquí en nuestro continente lo han hecho desde la iglesia evangélica. Este fenómeno no es una particularidad de Chile y debe ser tomado debidamente en cuenta en su carácter propio de una época y de toda una región. No, ni por lejos, por señalar el legítimo derecho de las personas a adherir a la religión y a la iglesia que estimen, sino para responder al desafío de cómo construir sociedades más respetuosas, tolerantes y acogedoras para todos los seres humanos que viven en ellas.

 

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X