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¿Ganó el Sí o el No dentro de nosotros?

Columna de opinión por Patricio López
Viernes 5 de octubre 2018 12:18 hrs.


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A estas alturas se ha dicho tanto sobre el plebiscito de 1988 que, como dice el poema, “es difícil decir algo que realmente no sobre”. La alusión a ese día histórico ha ido resultando imposible si no se habla también, yendo hacia atrás, del proceso de movilizaciones sociales que se sobrepusieron a la represión y, hacia adelante, de la construcción del llamado Chile de la transición que para muchos historiadores y expertos es una fase de la historia nacional aún en desarrollo.

Debido a la prevalencia del orden institucional, político y económico forjado por la Junta, algunos prefieren no usar la palabra democracia y reemplazarla por post-dictactura o post-pinochetismo. Otros reivindican el uso de la palabra democracia, pero prefieren agregar a continuación “de baja intensidad”.

Como puede verse con apenas estos pocos asuntos mencionados, la conmemoración tiene tantas derivas que podríamos hablar de muchas cosas teniendo como punto de partida al 5 de octubre de 1988.

Entre todas ellas, la fecha tiene también una dimensión emotiva y para muchos, nostálgica, pues remite a un Chile que, nos guste o no, ha dejado de existir. Tal como mostramos en un reportaje de nuestro medio de comunicación, por ejemplo, los viejos vecinos de poblaciones como La Victoria recuerdan cómo en medio de la peor adversidad, por la represión y por una precariedad económica inimaginable en los tiempos actuales de consumo y crédito, surgió lo mejor de la comunidad. La valentía para rebelarse aun cuando el miedo a morir o a ser torturado era más que justificado; el desarrollo de ollas comunes para enfrentar el hambre, o el rol de las capillas y parroquias católicas donde se defendió a las personas, en vez de vulnerarlas, por nombrar algunas cosas que se quedaron allá, en el pasado.

Otros recordarán cómo vencieron sus propios miedos o sus posiciones de comodidad porque Chile se jugaba algo muy importante. Era una forma de amor a la patria que no estaba remitida a una bandera o a unos límites fronterizos, sino que a nuestra vida en común. Es probable que para intentar cumplir ese sueño todos hayan hecho, al menos una vez, algo distinto a la propia conveniencia.

Mucho se ha dicho sobre qué cambió o no en términos institucionales, del sistema político o del modelo económico durante estos 30 años. Pero algo que sí cambió es nuestro paradigma, nuestra manera de relacionarnos entre nosotros. La vieja solidaridad que era un valor ha dado paso a un individualismo que nos ha penetrado profundamente. Usted que nos escucha y piensa que no le ha pasado y que no se siente identificado con este camnio, vaya al baño y mírese algunos minutos al espejo.

Todos los días ocurre que nos lamentamos por tener que hacernos cargo de problemas ajenos, que todo lo bueno que nos pasa es solo gracias a nosotros, que no nos conmueven los viejos, ni los extranjeros maltratados ni las personas en situación de calle. Pasamos por el lado. Que preferimos los objetos o el dinero al tiempo y la amistad. La consolidación de esta sociedad basada en las consideraciones individuales descansa en el cambio profundo ocurrido dentro de nosotros mismos.

Por eso emociona recordar tantos actos de valentía y generosidad que no aparecerán en ningún libro de historia, tal como aparecen cada vez menos en nuestra vida cotidiana. La transformación personal, la guerrilla interior a la que se refería Roberto Matta, es una tarea tan política como necesaria a propósito de ese 5 de octubre de 1988.

Envíanos tu carta al director a: patriciolopez@u.uchile.cl

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.