Jaguares de telenovela

  • 05-10-2018

Parece que hay consenso en que los chilenos somos pesimistas. Y, por agregado, amargados, criticones, envidiosos, desconfiados, aprovechadores, tiradores pa´bajo, tristones. Algo de razón debe haber en juicios tan lapidarios. Pero, a la vez, se dice que somos ocurrentes, ingeniosos, solidarios, generosos cuando llega una catástrofe. Como alguna vez dijo Raúl Ruiz, los chilenos somos de telenovela.

El problema es descubrir si éstas son características adquiridas o algo tienen que ver con el esquema genético que nos acompaña. En eso último, los especialistas aún no se pronuncian. Por lo tanto, no queda más que mirar hacia el entorno social, político e histórico que nos ha tocado.

Geográficamente no hallamos alejados de las rutas internacionales más frecuentadas. Claro, hoy los avances tecnológicos han hecho que eso ya no sea un obstáculo significativo, como antaño. Pero Chile sigue siendo una lengüeta que se adosa a una cordillera abrupta y soporta las embestidas de un mar al que, tal vez irónicamente, denominaron Pacífico. A todo eso hay que agregar que no es un terreno muy estable. Por razones que los geólogos atribuyen a las placas tectónicas, el piso se mueve aquí casi a diario. Y no hay para que seguir con los volcanes. Hasta allí algo de lo que nos entrega la madre Tierra.

Pero hay más. Bastante más. Hemos vivido experiencias políticas fuertes. Incluso, algunas hasta ahora exclusivas. Como que aquí naciera -como expresión política exitosa- el primer Frente Popular que unía a la mayoría de la izquierda. O que un presidente cuya propuesta era una revolución socialista, se impusiera a través de una elección democrática. O que fuéramos el punto de partida, cual laboratorio primigenio, de lo que en la actualidad se conoce mundialmente como neoliberalismo.

Hoy Chile forma parte del grupo más conservador de América Latina.  Ese que integran los presidentes de Colombia (Iván Duque), Argentina (Mauricio Macri), Paraguay (Mario Abdo Benítez), Perú (Martín Vizcarra), Brasil (Michel Temer), México (Enrique Peña). En tal condición, La Moneda pretende imponer conductas políticas a otras naciones del continente. Entre ellas está, obviamente, Venezuela. También, obviamente, Bolivia no es mirada con buenos ojos. Aunque en este caso no se puede argüir, como lo hizo el presidente Trump con Venezuela en las Naciones Unidas, que el socialismo ha hecho más pobre, ni provocado una diáspora de bolivianos en el continente.

Hasta marzo pasado, Chile era administrado por una corriente de centro que aglutinaba desde democratacristianos a comunistas. Un amplio arcoíris que reflejaba claramente que la izquierda ya no levantaba ni someramente sus alternativas tradicionales, sino que se plegaba sin remilgos a postulados socialdemócratas más bien conservadores. Por ello es que, transcurridos 45 años desde el golpe cívico-militar de 1973, y 28 años del retorno a la democracia, el esquema impuesto por la dictadura sigue vigente.  Incluso la Constitución Política creada en aquel oscuro período, con algún maquillaje menor, es la misma. El sistema económico que delinearan los chicago boys continúa sin variaciones. Y de esos 28 años de democracia, durante 24 han sido gobiernos progresistas los que gobernaron Chile.

Aunque no es una exclusividad, a los chilenos les gusta sentirse exitosos. En especial si se los compara con el resto de los países del continente. En ello hay gran responsabilidad de los dirigentes. El ex presidente Ricardo Lagos vaticinó, durante su mandato (2000 – 2006), que Chile sería nación desarrollada en 2010, gracias a reformas impulsadas por él. También aseveró que en Chile “las instituciones funcionan”. Varias de esas instituciones han dado muestras palpables de incapacidad para enfrentar sus responsabilidades.  Entre ellas, las dependientes del sistema judicial.

Sin duda, el crecimiento económico de Chile es una realidad.  Sin embargo, también lo es la vergonzosa inequidad con que reparte su riqueza. Recientemente, el Banco Central entregó un estudio que señala que el 72% de la riqueza se concentra en las manos del 20% más rico del país. Y la concentración es aún más pronunciada si se fija la mirada en el 1% de los chilenos más adinerados.

Evidentemente el ex presidente Lagos se equivocó en su diagnóstico. Como se puede apreciar, el desarrollo no ha llegado y la sociedad chilena muestras diferencias aberrantes. En especial en materia de impuestos. Los gravámenes personales exhiben también una clara diferencia entre ricos y pobres. Estos últimos, proporcionalmente, aportan más que los primeros. El Impuesto Global Complementario hoy es burlado de manera grosera por entidades conformadas por profesionales de distintas especialidades. Los médicos prácticamente ya no entregan boletas personales. Las que dan pertenecen a entidades integradas por varios colegas, con lo cual el monto de los impuestos a pagar disminuye ostensiblemente. También se crean empresas para poder evadir otro tipo de impuestos. Por ello es frecuente ver, en supermercados o tiendas de diversa índole, a personas pidiendo que se les entreguen facturas, no boletas, por las compras, personales o para sus casas.

La falta de previsión  y el deseo desmedido de lograr riqueza ha llevado a realidades que claramente amenazan la salud y el bienestar de la sociedad chilena. La polución parece no tener control en las grandes ciudades, mientras el parque automotriz sigue aumentando sin medida.  O en zonas pobladas se instalan faenas contaminantes. Los más perjudicados son los niños y los ancianos. La mayoría parientes de trabajadores de esas mismas empresas.  Y cuando se produce una situación, como la ocurrida recientemente en Quinteros y Puchuncaví, la gente sale a protestar.  Pero, al mismo tiempo, los trabajadores de esas empresas -padres, hermanos, cónyuges de los afectados- se manifiestan contra las autoridades por el cierre. O éstas no toman las medidas que la urgencia impone, porque tienen relaciones familiares con propietarios o altos ejecutivos de las compañías contaminantes.

En este mismo sentido la derecha entrega cotidianamente ejemplos. El sector empresarial chileno, que es la base en que se sustenta esta rama ideológica, es reconocido como falto de creatividad y excesivamente cauto. Der allí que la industrialización del país sea un objetivo que va quedando rezagado constantemente.  Y, así, Chile sigue siendo país dependiente de la producción de materias primas.

Al parecer, Ruiz tiene razón, somos de telenovela.

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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