En mis tiempos de boxeador aficionado se decía que el que rehuía el combate, perdía y que luego sólo serviría, a cambio de unos pocos pesos, de “paquete” para que otros hicieran carrera.
Bolsonaro ha ganado. Ha ganado porque el Partido de los Trabajadores (PT) ha perdido. ¿Cómo puede ocurrir que un admirador confeso de Pinochet triunfe electoralmente en un país que vivió una brutal dictadura por 20 años ?
El PT rehuyó el combate como tantas otras izquierdas latinoamericanas y no se enfrentó al gran capital. Pretendió coexistir con este y, además, hacer negocios. Lo mismo ocurre en Chile, partieron llegando a acuerdos que dejaron intocados los abusos (AFP, Isapres, servicios básicos, educación etc…) y la super explotación del trabajo por el capital en aras de la “gobernabilidad”. Luego, le toman el gusto al dinero y son de precios módicos. En Perú le permitieron a Odebrecht que aumentara el precio de obras públicas en 3.000 millones de dólares por 20 millones de coima.
Luego de algunos gobiernos, la diferencia entre derechas e izquierdas se hace imperceptible. En Brasil Dilma era presidenta y Temer (un derechista) el vicepresidente: la misma fórmula electoral.
De Carlos Marighella no quedaba ni el recuerdo. El recuerdo de lo que fueron lo expresan con políticas asistenciales que les permiten mantener clientelas electorales para sus disputas intra partidarias. Se crea también una “burguesía fiscal” que succiona el gasto social del Estado.
Este rehuir el combate es la fuente primaria y principal de la derrota estratégica.
Como no hay voluntad de tomar el cielo por asalto, la utopía se desvanece. Ante ello se levanta una agenda de minorías que por ser tal lleva a sus propulsores a una condición de minoría. En Chile se promueve la legalización de la marihuana, eso es una cosa inocua en sectores medios pero en las poblaciones populares una maldición que destruye a los jóvenes por miles.
Se actúa con la prepotencia de la vanguardia fanática y se insulta al mundo evangélico que debería ser un aliado natural de todo esfuerzo de transformación social. En Chile fueron determinantes para la creación del Comité Pro-Paz.
La delincuencia tiene dos expresiones; la de cuello y corbata y la callejera. Los sectores populares no sienten que la primera les afecte (aunque objetivamente lo hace) y es respecto de la segunda donde se sitúan sus percepciones de desprotección y abandono.
La izquierda debe tener una dura agenda de seguridad ciudadana. El pueblo cada vez que pide mano dura con la delincuencia obtiene de respuesta explicaciones sociológicas e históricas, donde el delincuente termina siendo la víctima. Esta forma de razonar de los progresistas ha desprestigiado los DD.HH. al punto que sectores importantes de la ciudadanía los ven como una tapadera de los delincuentes.
En Brasil se cometió un error anexo y muy grave. No se juzgaron los crímenes de la dictadura militar, no ha existido memoria, justicia ni reparación. Las jóvenes generaciones entran cantando alegremente a la boca del lobo, no saben lo que es el fascismo. Afortunadamente en Chile eso no ha pasado y no ha sido por las expresiones partidarias del progresismo.
Decir que esto de Brasil es una ofensiva triunfal e inevitable de la derecha es un análisis poco abarcador. En México triunfó la izquierda y ganó porque tiene utopía.