Las Redes Sociales en la política, participación y desafíos mediáticos

  • 05-11-2018

Luego del triunfo de Jair Bolsonaro (PSL) en  las elecciones presidenciales de Brasil, quedaron al descubierto una serie de supuestas noticias falsas, o como hoy se denomina a las publicaciones que promueven la desinformación, Fake News.  Estas noticias habrían sido compartidas en WhatsApp por grupos cercanos al ahora presidente electo de Brasil con la intención de desacreditar  al competidor oponente Fernando Haddad (PT), así lo han informado medios de comunicación internacionales, dejando espacio a la incertidumbre en cuanto a la responsabilidad política en el uso de redes sociales.

Estas redes se han transformado en una herramienta de difusión veloz y en un medio eficiente para compartir noticias (textos, imágenes, videos y audios). Son de abierto acceso y evidentemente nos permiten llegar a quienes se encuentran a kilómetros de distancia. El problema emerge cuando fuera de cualquier certeza, surgen enunciados carentes de veracidad y son rapidamente compartidos a través de una red de expansión masiva.

Son las consecuencias de vivir el fenómeno que Marshall McLuhan (1964) denominaría como  la Aldea Global. Un escenario en el que las redes conectan al mundo de forma amplia e inmediata, donde prima la interactividad y la comunicación se expande sin dirección única. Plataformas como Youtube, WhatsApp, Twitter, Facebook, Instragram y otras,  abren espacio a la participación de usuarios en la agenda mediática a través de diálogos, opiniones y publicaciones, situación que a la vez hace complejo el control y aumenta la cantidad de información circulante en el globo. Incluso más, queda abierta la posibilidad a que se pierda u omita la procedencia de la fuente que emite la información.

Claramente se vislumbra en este fenómeno una oportunidad en tanto la tecnología ha permitido a la sociedad democratizar la información, trasladando la atención de los comunicadores ya no al “cómo llegar al consumidor”, sino al “cómo hacer que prefieran mi contenido por sobre el de otros”. Entonces -insistiría McLuhan- en el marco de esta globalización, “transitamos desde la sociedad visual a la sociedad analógica”, donde prima lo táctil y las interconexiones se expanden como redes crecientes de una tela de araña digital. Las redes sociales se validan como medios, dándonos la posibilidad de ser fuentes de información masiva, incluso –si queremos- de jugar al anonimato, como al parecer habría ocurrido en Brasil.

De todas formas, no podemos desconocer el gran avance que arrastra este proceso, la información es más accesible y los medios tradicionales se han visto impulsados a establecer canales de interactividad con sus públicos a través de redes sociales. En términos políticos no existen grandes diferencias, la necesidad de interacción digital se ha instalado y una estrategia de fácil auto-apoyo son los denominados bots que vendrían siendo algo así como palos blancos de la era digital. A través de un perfil falso emiten juicios en favor de un(a) candidato(a) y en contra de otro(a).

En el caso Bolsonaro, la red social utilizada para instalar estas fake news fue WhatsApp. Según el informe de Global Digital de We Are Social y Hootsuite, WhatsApp es la tercera red social más usada en el mundo durante al año 2018 y la mejor aplicación de mensajería en 128 países a nivel mundial. A pesar de no contar con un modelo de negocios sólido como otras redes sociales que se financian con publicidad, WhatSapp es gratuito y ha logrado establecerse como una red de mensajería cotidiana en las relaciones interpersonales. A través de conversaciones individuales y grupales, es posible enviar contenido y que éste se expanda velozmente. Para la estrategia política, es claramente una herramienta ahorrativa y eficiente que podría instalar una noticia en cosa de horas incluso si no se conoce con exactitud la fuente de su procedencia.

Asumiendo esto, cabe preguntarse por la diferencia presente entre los medios de comunicación tradicionales y las redes sociales. Siguiendo en la óptica de McLuhan,  una hipótesis podría ser que la comunicación en los diferentes grados en los que se juega, brinda un estatus, un valor a cada uno de los medios que la emiten. Se instalaría esta diferencia en la cantidad de interconexiones presentes en las redes emergentes de este medio, por ende, tener mayor interconectividad significaría alcanzar un mayor grado de influencia. Estaríamos jugando el mundo digital en el escenario de la capacidad que tiene cada medio para interconectarse. Lo anterior se podría explicar como una situación autorregulada en la que ya depende del mérito de cada medio, la capacidad de interconexiones que logre alcanzar. Estableciendo lo anterior, se sienta como una alternativa, la posible influencia de los grupos cercanos a Bolsonaro sobre un segmento de los votantes, ya que al ser grupos con alto grado de seguidores, estas noticias podrían haber sido rapidamente masificadas.

Retomando la idea, los medios de comunicación tradicionales que antes se reconocerían como agentes de influencia mediática, aquellos que establecían la Agenda Setting, hoy aparecen como sistemas interconectados con mayor capacidad de interacción social. Habría que poner entonces la atención en los valores materiales que afirman a cada medio para mantener su posición dentro de la red y definir su grado de influencia. Así y todo, con esta diferencia latente entre medios establecidos y no establecidos, es inevitable que las redes sociales se vinculen a los medios tradicionales y viceversa, por lo que surge la necesidad imperiosa de regular la cantidad de información falsa que circula en este tránsito.

Si en este caso, son los medios tradicionales los que generan mayor confianza en la ciudadanía y a la vez, tienen mayor cantidad de seguidores, deberían ser los llamados a contribuir desde su meticuloso trabajo periodístico al control de las Fake News, sin embargo, esto generaría justamente el problema que en cierto modo intenta aplacarse con la instalación noticiosa en redes sociales, que es la inequitatividad en los niveles de cobertura política.

Por ejemplo, en Chile el año 2016 el Servicio Nacional Electoral  (SERVEL) publicó el “Manual de Consulta de Campaña y Propaganda” que dentro de sus puntos prohibía el uso de Redes Sociales para las Campañas Políticas, precisión que fue revertida días más tarde. Esta situación sin lugar a dudas perjudicaba por sobre todo a aquellos candidatos que no poseían grandes montos de financiamiento en sus campañas y acudían a redes sociales como alternativa de difusión para sus ideas. Sumado a esto, eran justamente los candidatos de partidos no tradicionales quienes tenían menor capacidad de financiamiento y a la vez, recibían menor cobertura mediática en comparación con las coaliciones tradicionales.

Para las elecciones municipales que se avecinan el año 2020 en nuestro país, se proyectan 2 grandes desafíos en términos de comunicación digital. El primero de ellos refiere justamente al control del contenido que flota en redes sociales de tal modo de aportar a los votantes información fidedigna y confiable. El segundo en tanto, hace referencia a la búsqueda del equilibrio responsable entre medios tradicionales y redes sociales que otorgue mayor equitatividad en la mediatización de todos los sectores políticos aspirantes a cargos públicos.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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