Parece comprensible o al menos nos hemos acostumbrado a que la opinión pública vaya saltando de una noticia a otra, dejando atrás la anterior para concentrar en el nuevo asunto la atención nacional y los puntos de vista y acciones respecto a cómo enfrentar los problemas. Sobre la base de esta dinámica y estos ritmos cada día se van construyendo las decisiones de las autoridades, los titulares de los medios de comunicación y las acciones de diputados y senadores.
Esto no en sí mismo malo, pero en un país como éste, donde además los gobiernos se rigen por encuestas semanales, los periodos presidenciales duran apenas cuatro años y el Estado cumple un mero rol subsidiario, la consecuencia principal es que andamos todos como hámsters en una rueda, pedaleando incansablemente sin saber hacia dónde vamos o, peor aún, sin ir hacia ninguna parte.
No hay largo plazo ni propósitos estructurales en el debate contingente. Todo se agota en las medidas efectistas, como lo hizo el presidente Piñera al anunciar un Comando Jungla aparatosamente, para luego enterarnos, por voz del general director de Carabineros, que en realidad no existe, que solo exista el Gope. No rendimos con facilidad ante tareas que no sean cortoplacistas, como lo hizo el Presidente al afirmar que no resolverá todos los problemas de la Araucanía, lo cual sería válido si no fuera porque tampoco se señala ninguna dirección hacia la que el país pueda caminar. Siendo así las cosas, el Plan Araucanía empieza a parecerse más al efectismo del Comando Jungla que a una política de Estado de envergadura.
En estas horas, es probable que el escándalo por las declaraciones del comandante en jefe del Ejército empiece a dejar atrás la pregunta de por qué murió Camilo Catrillanca.
Las autoridades, los dirigentes, los medios de comunicación y al fin y al cabo la ciudadanía, nos hemos convertido en consumidores voraces de conflictos, que por lo general se solucionan con la caída de alguien que se convierte en niño o niña símbolo y que, cual cordero, es llevado al altar del sacrificio para limpiar los pecados del mundo. Es lo poco que nos queda de los graves casos de financiamiento irregular de la política, de lo cual pasamos luego a la ola feminista y luego a Quintero-Puchuncaví y luego al asesinato de Camilo Catrillanca. Ya un poco cansados de seguir en la rueda como hámsters, nos preguntamos para qué hacemos noticias en circunstancias tan evanescentes.
Las dirigencias políticas, conocedoras de esta inercia de una manera consciente o intuitiva, ya saben cómo maniobrar en estas circunstancias. Si se está en el Gobierno, la fórmula será hablar de reformas estructurales aunque no lo sean; ante los conflictos, ofrecer mano dura y aguantar para que ojalá no caída nadie y, si ya no es posible, entregar cabezas siempre desde el rango más bajo hacia más arriba. Si se está en la oposición, lo primero será olvidar que cuando se estuvo en el gobierno se hizo más o menos lo mismo; luego se tratará de propiciar el mayor daño posible a las autoridades en ejercicio, importando por cierto más eso que ir a los problemas de fondo.
Frente a estas circunstancias, si de verdad queremos hacer una contribución a un país mejor y no quedarnos en un espectáculo vacuo disfrazado de debate político, deberíamos proponernos que el objetivo de todo esto debería ser cambiar estructuras, lo cual debería implicar entre otras cosas no saltar como polillas de una noticia a otra, sino quedarnos iluminando lo que el vértigo hace empezar a olvidar.