La Legua insumisa, incómoda para el poder

  • 06-12-2018

La Legua, como otras, es hoy una población estigmatizada y con ella sus habitantes. Los medios de comunicación le ponen atención siempre o casi siempre a propósito de situaciones vinculadas con el tráfico de drogas que es, por cierto, un problema real que no se puede negar. Pero cuando se habla de un espacio territorial determinado en medio de esta construcción compleja llamada ciudad de Santiago, donde se expresan las políticas públicas y el territorio, no es posible hacer un análisis auto-referido y se hace necesario pasar a una mirada más compleja que, entre otras variables, considere la dimensión histórica.

Porque la Legua tiene, en realidad, un pasado fundacional del cual sentirse orgulloso. Fue una de las primeras poblaciones de la capital que rebasó el anillo capitalino de principios del siglo pasado y surgió producto de la acción de sus fundadores, obreros venidos por un lado desde el Norte cuando declinaba la industria del salitre y, por el otro, campesinos de la zona centro sur que llegaban a Santiago en trenes en busca de nuevas oportunidades, tras la crisis de 1929. Es, por lo tanto, en su origen una población de migrantes aunque, a diferencia de ahora, de aquellas olas que se trasladaron desde regiones a la ciudad. En un momento de la historia de Chile de ascendente politización de los sectores populares, hubo en ese germen una fuerte influencia de la organización política más importante del mundo obrero, el Partido Comunista. De hecho, uno de sus diputados, Abraham Quevedo Vega, construyó su casa allí en 1928. Eso que ocurrió hace casi 100 años sigue de alguna manera vigente, pues uno de sus concejales es Gustavo Arias, conocido como el Lulo Arias y músico del grupo Legua York, es militante de la misma tienda. En distintas etapas de su crecimiento hasta la década del 50, la población fue fraguando zonas como La Legua Vieja, La Legua Nueva y La Legua de Emergencia, surgida esta última como consecuencia de la crisis habitacional de la ciudad de Santiago.

La Legua desarrolló para entonces una rica cultura poblacional y se convirtió en un modelo de la organización de los sectores populares en la capital del país. No es de extrañar entonces que buena parte de sus habitantes se comprometieran con los procesos sociales de la segunda mitad del siglo pasado y, luego, fueran brutalmente castigados por la dictadura. Este momento es central, puesto que no se puede entender la realidad actual de La Legua sin analizar el asedio desde el 11 de septiembre de 1973, cuando la población combatió contra las fuerzas militares. Fue la única comunidad urbana popular en que los jóvenes rechazaron en combate abierto la imposición de la dictadura, apoyados por trabajadores de SUMAR, industria vecina de La Legua. Ahí se resistió y rechazó a fuerzas de Carabineros y del Ejército desde el mismo día 11. Un bus de carabineros fue completamente inutilizado y un helicóptero del Ejército debió reportar emergencia y regresar a su base cuando fue alcanzado por varios proyectiles. Después, las acciones represivas se sucedieron con rapidez y varios pobladores perdieron la vida. Hasta entonces el encono entre los pobladores y la Policía es la expresión de aquella memoria colectiva.

Llama profundamente la atención que las poblaciones que fueron más insubordinadas a la dictadura padezcan hoy la fuerte presencia de las drogas en sus calles. El director de la DINA, Manuel Contreras, acusó en su momento a Pinochet de participar del negocio del tráfico de drogas e incluso las investigaciones por el Caso Riggs buscaron establecer un vínculo entre esa hipótesis y el inexplicable enriquecimiento de la familia Pinochet. En ese contexto, investigaciones acusan al dictador de haber usado la pasta base como un mecanismo de anestesia social y política en las poblaciones periféricas de Santiago, práctica que antes había usado la CIA en zonas de Estados Unidos donde el movimiento obrero era especialmente fuerte. Por este trabajo, incluso, el periodista Gary Webb obtuvo en 1988 el Premio Pulitzer.

Por otra parte, La Legua fue desmembrada de la antigua comuna de San Miguel, que incluyó solo a las zonas más acomodadas como el Barrio El Llano, para dar lugar a la comuna de San Joaquín, cuyos alcaldes han tenido que realizar muchos esfuerzos para lidiar con la precariedad. Esto lo decía el propio edil actual, Sergio Echeverría, en la inauguración del Foro de las Artes de la Universidad de Chile en el pasado mes de octubre, cuando contaba que el presupuesto de su comuna es diez veces menor que el de Las Condes, con una comunidad que tiene muchas más carencias y necesidades.

Hoy, San Joaquín es una de las comunas más pobres de Santiago con índices en torno al 25 por ciento. Tiene carencias significativas en áreas verdes, servicios y, en general, en los deberes propios del Estado para garantizar calidad de vida a los habitantes. No basta, por lo tanto, con derribar un muro a la hora de los noticiarios si, en paralelo, las políticas públicas siguen construyendo otros muros diversos y sofisticados en torno a la población. No olvidemos que La Legua, especialmente aquella Legua insumisa, fue desde siempre incómoda para el poder.

 

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

Presione Escape para Salir o haga clic en la X