El año para el continente se inició ayer en Brasilia con la toma de posesión de Jair Bolsonaro. Bajo la promesa de liberar a Brasil del socialismo y de erradicar incluso a Paulo Freire de los colegios de su país, el nuevo jefe de Estado no siguió la máxima de ser más conciliador con la banda presidencial al pecho. El continente lo mira con atención: mientras mandatarios de derecha como Mauricio Macri esquivaron ir al cambio de mando, otros de izquierda como Evo Morales sí lo hicieron. El presidente Piñera optó por darle un abrazo afectuoso y abundar con optimismo en los desafíos comunes. De todos modos, tiene razón cuando afirma que para conocer a una persona hay que darle poder y esperar. Una espera que en este caso no exenta de preocupación, por cierto.
Un segundo hito importantísimo ocurrirá a fines de la próxima semana, cuando en Caracas el presidente Nicolás Maduro asuma un nuevo periodo presidencial. Bajo el asedio de Estados Unidos, la Unión Europea y el denominado Grupo de Lima, el gobernante deberá enfrentar un nuevo mandato con menos amigos en el barrio y con el desafío de revertir la severa crisis económica que afecta a su país. Aunque no hay ninguna acusación de fraude electoral en su contra, Maduro deberá lidiar con la afirmación de que en Venezuela no hay democracia, asunto que sigue causando apasionados debates, incluso en el seno de las izquierdas.
En febrero y mayo habrá sucesivas elecciones en El Salvador y Panamá. En el primer caso, luego de un largo periodo del Frente Farabundo Martí, la izquierda corre por primera vez en mucho tiempo el riesgo de perder los comicios, en parte por el desgaste natural del cargo y en parte por la corrupción que asecha por aquí y también por allá. Un asunto que no es menor, puesto que El Salvador es uno de los aliados más geográficamente cercanos de Cuba y Nicaragua. En tanto Panamá, histórico amigo de Estados Unidos, deberá sortear también las crisis por corrupción y elegir un futuro que, en todo caso, no se vislumbra tan lejos del actual presente.
Octubre será un mes crucial. Bolivia deberá decidir la continuidad de Evo Morales, luego de una reforma que permitió una nueva postulación a la presidencia. La obra en términos de transformaciones materiales, sociales y culturales del Movimiento al Socialismo ha sido enorme y los vientos de la macroeconomía soplan a favor, lo cual debería hacernos prever, con la pequeña salvedad de que diez meses en política son una eternidad, una decisión de continuidad del pueblo boliviano. Esto, en todo caso, no se puede afirmar taxativamente, puesto que la oposición por primera vez en muchos años ha albergado esperanzas y el asedio internacional contra el Gobierno será mayor que en ocasiones anteriores.
En un mismo día, el 27 de octubre, habrá elecciones a ambas orillas del Río de la Plata, en Argentina y Uruguay. La continuidad de Mauricio Macri no está para nada asegurada y las mismas poderosas columnas que ayer apoyaron al Presidente se muestran hoy decepcionadas y pesimistas. Las acusaciones prácticamente cotidianas contra la expresidenta Cristina Fernández, fundadas o no, no han logrado impedir que sea hoy la dirigenta con mayores posibilidades de encabezar el nuevo gobierno. En este periodo, los delitos de los que se le acusa podrían llevarla a la cárcel, lo cual podría empezar a transformarse en un peligroso precedente si se suma su caso al del expresidente Lula Da Silva. Se trata, por cierto, de asuntos más complejos que jugar a quiénes son los buenos y quiénes los malos.
En Uruguay, el presidente Tabaré Vázquez finalizará su segundo periodo, luego del interregno de José Mujica, con lo que se acabará el ciclo de estos dos dirigentes que representan las almas moderada y más de izquierda del Frente Amplio, respectivamente. La renovación generacional en un contexto de doce años de gobierno será un gran desafío para la coalición progresista de ese país, que críticas aparte ha logrado sostener un particular mecanismo de toma de decisiones de gobierno sobre la base de la consulta y la decisión de los partidos y las bases y no sobre el solo criterio del Presidente o sus ministros.
No existiendo para nuestra labor las bolas de cristal y en un escenario especialmente voluble, donde cada factor afectará a los otros, no es posible prever hoy cuál será la forma política que al cabo de 2019 tendrá nuestro continente hoy, en el punto de partida. Sí cabe tener este itinerario entre nuestras prioridades, pues pocas de las cosas que se han dicho durante estos años en el país es más falsa que aquella según lo cual el devenir del continente no nos afecta. Hablar de América Latina y el caribe es solo otra forma de hablar de Chile.