Una de las acciones más enaltecedoras para el ser humano es la educación, aunque en sus procesos también se puede colar la enseñanza de la tontera, de la discriminación, de creer cosas que no son. Una de las cosas de seguro absurdas y aparentemente inofensivas que aprendimos fue que había colores para niñas y colores para niños. Para ellas correspondería el rosado porque es el color de la suavidad, de la dulzura, de lo femenino (según la mirada masculina, por cierto). Y para los hombres tocaría el azul porque es el color de la fuerza, de la seriedad, de la reciedumbre. Pero tiene que ser un azul muy intenso, eso sí, que no se vaya a parecer al calipso porque ése ya no es color de hombre.
En fin, solo se trataría de una tontera si no fuera porque en este asunto de los colores van de contrabando los roles que mujeres y hombres deberían jugar en una sociedad estereotipada. El rosado expulsa de los imaginarios a las mujeres fuertes, luchadoras, insumisas. Y el azul nos impide a los hombres ser frágiles, sensibles, vulnerables. El intento por salir de estas cárceles culturales, que se ha debido fundamentalmente a las luchas del movimiento feminista, es uno de los grandes avances de los últimos lustros y una de las más grandes contribuciones para la construcción de personas y sociedades más sanas, tolerantes y diversas.
Así las cosas, una declaración reivindicando los viejos roles asociados al azul y el rosado podría ser solo un anacronismo, y de hecho lo es, si no fuera porque lo dijo la nueva ministra de Educación del país más grande de América Latina, Damares Alves. Representa, para decirlo claramente, una brutalidad, según el significado coloquial validado por la RAE que refiere a lo “que no tiene inteligencia y por tanto conocimientos”. La ministra, en la representación de su gobierno recién asumido, pretende dar un gran movimiento de remo hacia atrás y devolver a toda una generación a una época a la que, en nombre de los prejuicios ignorantes, se condenó a millones de personas a la infelicidad, al obligarlas a ser infieles a sí mismas.
Una aberración como ésta justifica el gran escándalo y repudio político acaecido y la reacción de personas tan admiradas como Caetano Veloso. Quien más que él, que ha roto todos los estereotipos y entremedio de construyó una de las obras más bellas y brillantes de la música popular de todo el siglo XX y lo que corre del siglo XXI, podría tener la autoridad política y estética para liderar el combate contra el oscurantismo. La polera rosada que Caetano ha vestido y exhibido en la redes sociales va en su mismo recorrido que antes mezcló el rock con el bossa nova, el inglés con el portugués y el castellano y los estereotipos de lo masculino con lo femenino, para demostrar que el resultado de eso, en vez de ser despreciable, puede resultar el arte y la poesía del más alto nivel.
En Chile, la campaña ha hecho eco y se ha llamado a que a propósito de la próxima vista de Jair Bolsonaro a Chile, todas las mujeres nos vistamos de azul y todos los hombres de rosado. Se trataría de una acción profundamente política e incuestionablemente pacífica, para decirle a ciertas señoras y señores que no queremos que ningún dirigente ni ninguna iglesia ni ningún prejuicio nos obligue a ser quienes no queremos ser.
Sería una muestra sobria y una clara moción de respeto entre nosotros.