Muchos debates interesantes para el futuro de la oposición y del Frente Amplio dejan las elecciones de Revolución Democrática. Algunos de ellos los hemos venimos abordando en las últimas horas a través de nuestros distintos espacios y formatos., Hay, entre ellos, uno de alcance más general y que parece ir más allá de lo formal, que es el sistema de voto electrónico remoto.
Respecto al procedimiento mismo, prácticamente todas las elecciones partidarias que se han realizado en los últimos años a través de esta modalidad han tenido problemas. Cortes de luz, problemas con los accesos y caídas en el sistema, entre otros, no solo han impedido que el proceso que se desarrolle con normalidad, sino que han llegado a instalar dudas sobre el conteo mismo.
Las desconfianzas se acrecientan ante la mayor dificultad de fiscalización de quienes no tienen el control del proceso. Es una obviedad que para la legitimidad de los cargos es imprescindible que la elección dé garantías, cuestión que es mucho más posible con el respaldo material de los votos físicos. En caso contrario se abren incertidumbres: especialmente alarmante es la mirada del fundador de Wikileaks, Julian Assange, quien afimó que “como experto en seguridad, el voto electrónico es un suicidio para las elecciones nacionales. La criptografía es fácilmente modificable (…) además, la gente que votará en los comicios no puede saber si los controles que supuestamente existen, realmente se establecerán. Para una votación presidencial, es una locura absoluta establecer el voto electrónico”.
El sistema no solo tiene problemas de confiabilidad, sino que modifica lo que hasta el momento hemos entendido por participación y representatividad. Recuerdo a mi abuelo en el plebisicito de 1988 y en las primeras elecciones de la década del 90 levantándose temprano, poniéndose su mejor traje y corbata porque para él el ejercicio democrático de votar era un rito. La posibilidad del voto electrónico entraña la ilusión de aumentar la participación, pero modifica radicalmente la vivencia. En tal caso es posible, disculpe la caricatura, levantarse al mediodía después de un carrete y sin necesidad de entrar a la ducha y lavarse los dientes, votar en el smartphone mientras se calienta el desayuno. Nos parece legítima la pregunta sobre si tal acto convierte a quien lo ejerce en sujeto de la democracia.
En tiempos donde ha quedado demostrado que la voluntad de los pueblos puede ser intervenida y manipulada a través del big data, los algoritmos y las noticias falsas, esta modalidad puede alentar además la construcción de mayorías distraídas, que con la misma facilidad con la que pueden apretar un botón podrían formarse convicciones de carácter político-electoral. Por último, hay quienes creen que el acto de concurrir a votar es consustancial a la experiencia democrática, porque quienes lo hacen participan del colectivo, interactúan con personas de carne y hueso y se encuentran cara a cara con quienes piensan parecido o diferente.
A estas alturas, hay países que se embarcaron en la experiencia del voto electrónico, pero han decidido devolverse al voto físico, tales como Alemania, Reino Unido y Holanda. La ilusión del voto electrónico empieza a convertirse en desilusión y es necesario abrir el debate sobre qué forma de participación queremos para Chile.