En su ensayo acerca de la mentira en política, Hannah Arendt sugiere que en la política se ha impuesto la mentira puesto que los gobiernos, sus asesores, así como la oposición y los suyos, han suplantado la verdad por la necesidad de satisfacer a la opinión pública inventando realidades paralelas. De esta manera se llega a un punto en que no se puede discernir entre la verdad y el discurso que circula desde los centros de poder hasta la sociedad.
El caso peruano es sintomático ¿cuál es la verdadera coyuntura? ¿es la supuesta caída del Presidente en las encuestas? ¿lo son las versiones que quieren introducirlo al club de los políticos corruptos, ese que suma adeptos día a día? ¿Dónde está pues la realidad? ¿se puede acceder a una verdad distinta al discurso que trata de explicarla?
Vamos por partes, la verdad es que somos un país de políticos corruptos, salvo honrosas excepciones, también lo son las empresas privadas que, de una u otra forma, han contratado con el Estado. No todas, seguro, pero sí muchísimas y podría continuar páginas describiendo las diferentes modalidades de corrupción a través de las cuales la sociedad se relaciona con el Estado.
El discurso a través del cual los peruanos nos vinculamos con dicha realidad es el celebérrimo “roba pero hace obra” tan criticado por algunos “políticamente correctos” que en realidad resultaron no ser muy distintos que el resto de nuestra fauna política. El “roba pero hace obra” no fue inmoral, fue sabio: expresó el hartazgo y resignación sociales frente a la corrupción crónica de sus autoridades, entonces, si todos meten mano, voto al que metiéndola, al menos me mejora la pista, el muro de contención, las redes de agua etc.
Pero súbitamente una nueva verdad se abrió pasó en dos momentos muy puntuales: el primero fue el escándalo de los sobornos de #Odebrecht que estallara a finales de 2016. El segundo fue el de los audios de los cuellos blancos del puerto de mediados del 2018. Pero ¿cuál es la nueva verdad considerando que de la corrupción supimos siempre?. La nueva verdad podemos dividirla en tres actos:
En primer lugar, la calidad de la información, la certeza de quiénes eran los corruptos, de cuánto recibieron y de cuáles eran las modalidades utilizadas por los corruptos, como la celebérrima y patética pregunta del juez Hinostroza ¿está desflorada? para así establecer el monto de la coima a un violador.
En segundo lugar, la súbita celebridad adquirida por algunos jueces y fiscales como Richard Concepción Carhuancho, Rafael Vela y José Domingo Pérez, dispuestos a aplicar la ley sin los atenuantes, ni la complacencia de siempre, ni con aquella nefasta disposición a dejarse coimear para zanjar el asunto. A ese nivel, la prisión preventiva de los esposos Humala Heredia y de Keiko Fujimori supusieron un despertar de la opinión pública a la verdad, aún a medias, de que los políticos y jueces corruptos finalmente sí podían pagar por sus delitos; ¡inédito!.
En tercer lugar, la firmeza de un Presidente que decidió, no sólo respaldar el trabajo de los magistrados honorables, sino aplicar una serie de reformas políticas y judiciales para modernizar el estado y fortalecer las instituciones democráticas, incluidos los partidos políticos, desgraciadamente infiltrados por mafias de lavado de activos, entre otras perlas.
¿Dónde nos encontramos? Pues en el centro de la encrucijada, la nueva verdad que se abrió paso el 2017 y se consolidó el 2018 tuvo sin duda una dimensión espectacular debido a su frecuencia: las denuncias sobre #Odebrecht, la prisión de los #Humala, los audios de #IDL, la detención y encarcelamiento de los jueces del Callao, la de Keiko Fujimori, el referéndum sobre las 4 reformas y, como cierre de fiesta, el intento del ex fiscal Chávarry de excluir al equipo anticorrupción de la fiscalía de las investigaciones que viene llevando a cabo. Todo ello sin mencionar el frustrado, y no por ello menos espectacular, intento del expresidente Alan García de asilarse en el Uruguay.
El espectáculo no ha terminado, pero si de veras queremos cambiar nuestra sociedad, y consolidar esta nueva verdad de un país que fortalece sus instituciones y disminuye sustancialmente sus índices de corrupción, pues entonces no podemos dejarnos llevar por la cultura del instante, ni por la civilización del espectáculo, como diría Mario Vargas Llosa.
Si algo deja en claro esta reflexión es que la verdad es un tema mucho más complejo de lo que solemos pensar. Para eso las metas ayudan y me permito proponer una. Apuntalar al presidente Martín Vizcarra, apoyarlo en primer lugar para que llegue al 2021 y en segundo lugar, para que profundice todo lo posible su programa reformista y la lucha anticorrupción.
La única “verdad verdadera” hasta hoy es que somos un país demasiado corrupto, casi tanto como el día que estallaron los escándalos de Odebrecht. Pero también es cierto que hemos alcanzado a divisar la imagen de un país más institucional y honesto; consolidemos la meta, resistamos el encarnizado ataque de los que quieren mantenernos en el reino de la impunidad. Así, mañana, nuestra verdad podría ser otra, mejor y muy distinta.