La supresión de la Historia

  • 29-05-2019

Hay muchas formas de hablar de la supresión de la Historia por el MINEDUC.

Por ejemplo, Carlos Peña, filósofo oracular de El Mercurio, recurre a sus recurrentes pensadores varones Heidegger, Ortega y Gasset y Julián Marías, para defender la historia pues el ser humano “no tiene naturaleza”, sólo historia (El Mercurio, 26.5.2019, D6). En televisión por cable un abogado y político democratacristiano, Matías Walker Prieto, diputado por Coquimbo, Ovalle y Río Hurtado, ha citado al respecto con unción a Peña (CNN Chile, 27.5.2019).

Un conjunto de historiadores, entre ellos los Premios Nacionales de Historia Lautaro Núñez, Jorge Pinto, Gabriel Salazar y Julio Pinto, han titulado un manifiesto aguerrido: “Resistir el ataque contra la historia, la memoria y el pensamiento crítico y emancipatorio”. Dicen: “Estamos ante una tentativa de adecuar la Educación Media a las necesidades del sistema capitalista neoliberal, buscando reforzar sólo aquellas competencias de los estudiantes en tanto futuros trabajadores y consumidores acríticos del modelo”. Se trata de un “adoctrinamiento para la formación de sujetos irreflexivos, incapaces de contrastar conceptos teóricos con la realidad pasada y presente, por ende, dóciles reproductores del orden existente”. Hacen un llamado a las comunidades educacionales y a la ciudadanía en general, a “organizarse y movilizarse para resistir la inducción a la desmemoria, la ahistoricidad y el sometimiento al ‘pensamiento único’ de esta malhadada reforma” (Santiago, 26.5.2019).

Otro conjunto numeroso de historiadores e historiadoras, entre ellos los Premios Nacionales de Historia Jorge Hidalgo y Eduardo Cavieres, han dado a conocer otro manifiesto más moderado que reivindica la disciplina y a los cultores de la disciplina. Especialmente exigen más transparencia en la gestión del Estado. Denuncian “la escasa consideración del protagonismo que debe tener la sociedad civil en procesos tan relevantes para el presente y futuro de una comunidad política”. “Los historiadores, historiadoras, profesores y profesoras de historia abajo firmantes solicitamos a la Ministra de Educación y al CNED que entreguen toda la información sobre este proceso y que se abra una ronda de consultas y espacios de participación a los actores relevantes: profesores de aula (…), historiadores (…), así como especialistas en didáctica de la historia y las ciencias sociales”. Critican especialmente al CNED, “cuya composición responde más a equilibrios político-partidarios” (CIPER, 28.5.2019).

Se han expuesto notablemente reunidas en pocos días por un común malestar sensibilidades de derecha, de centro, y de izquierda.

¿Qué hace que converjan todos en una común defensa de la Historia? ¿Es Chile un país de historiadores? ¿Será posible ir un poco más allá en la apreciación crítica sobre el asunto?

Sería conveniente ofrecer una perspectiva histórica de más larga duración acerca de los procedimientos pedagógicos del Estado chileno, y sus diseños y fundamentos patriarcales ajenos consuetudinariamente a los intereses comunes de la población local. Gabriela Mistral le manifestó a Pedro Aguirre Cerda en diciembre de 1925: “He perdido mi vida haciendo clases conforme a los planes oficiales, en los que no entra para nada ni un alto idealismo ni un practicismo salvador de este pueblo pobre” (La Serena, 7.12.1925, Antología mayor. Cartas, 1992, 136). Al año después, en 1926, recuerda desde Europa su paso por Chile en una nueva misiva a su amigo Aguirre Cerda: “Vi una maffia pedagógica de gente inepta, sin una luz de creación, queriendo dominarlo todo, y me parecieron más puros los pobres bolcheviques de la Asociación de profesores.” (Fontainebleu, 28.12.1926, Antología mayor. Cartas, 145).

En el Estado chileno se había instalado una elite pedagógica, sin espíritu, pero con una desmedida ambición política. ¿Nada nuevo bajo el sol? Ha pasado casi un siglo de esta mirada mistraliana. ¿Seremos capaces de brindarle a Gabriela un presente distinto? ¿Seremos capaces de ofrecerle a la juventud de Chile un gustoso e ininterrumpido reconocimiento del acontecer histórico local y del mundo desde la perspectiva de la Tierra? En caso contrario tendremos que concluir diciendo con Mistral en 1938: “De la educación siempre creí que hasta la buena era pésima” (Carta a Victoria Ocampo, 1938, Gabriela Mistral y Victoria Ocampo, Esta América nuestra. Correspondencia 1926-1956, Buenos Aires: El Cuenco de Plata, 2007, 82). Por de pronto abandonemos el habla oficial santiaguina, lugar de enunciación de las elites del poder. Como le escribía la maestra de Elqui a una querida amiga chilena: “Me alegra sentir el tono feliz de tu carta. Nadie escribe así desde Santiago. Todos están un poco ahogados por el vaho calenturiento de esa ciudad dividida y politiquera” (Carta de 1947, Antología mayor. Cartas, 428).

 

Maximiliano Salinas, escritor y académico de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Santiago de Chile. 

 

 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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