Lenín Moreno, culpable de su propia suerte

  • 09-10-2019

Ya sea honesta o no, resiste poco análisis la interpretación lineal del presidente de Ecuador, Lenín Moreno, para la crisis que tiene en situación de caos a su país y contra las cuerdas a su gobierno. Incluso si la supuesta conspiración encabezada por Nicolás Maduro y Rafael Correa fuese cierta, es absolutamente incapaz de explicar cómo se ha llegado a una situación que en estas horas podría ser terminal para el mandato del actual presidente.

En primer lugar, corresponde precisar el uso de los términos respecto a lo que está ocurriendo en el país. Las grandes cadenas mediáticas y algunos gobiernos se han referido a estas protestas como atentados contra la democracia. Incluso se ha usado la palabra “golpe”. Pues bien, imagino que todos los latinoamericanos y latinoamericanas sabemos y podemos entender que es muy distinto un golpe, una irrupción en la que se usa la fuerza bruta (por lo general militar y con el apoyo de la oligarquía) para derrocar a un gobierno legítimo, que un levantamiento popular donde muchedumbres desarmadas, sin más instrumentos de coerción que su propia voluntad y determinación, ocupan las calles para confrontar las políticas injustas de un gobierno. Es evidente que lo que está ocurriendo en Ecuador es lo último y no lo anterior.

En segundo lugar, el presidente Moreno ha naturalizado algo que, independientemente de cuáles sean las ideas políticas, no debería ser nunca tolerado: postular ante el pueblo con un cuerpo de ideas y un programa y terminar haciendo algo radicalmente distinto. Moreno no fue elegido para subordinarse a Estados Unidos, ni para hacer propio el programa del Fondo Monetario Internacional, ni para reducir el tamaño del Estado ni para privatizar empresas públicas. Si esas ideas fueran las adecuadas y el electorado estuviera de acuerdo, muy bien, pero debió explicitarlo en campaña y no recurrir a esta pirueta sorpresiva, que le ha valido por doquier el apelativo de “traidor” y que, por citar otros ejemplos de la Historia, recuerda en Chile el giro del presidente Gabriel González Videla respecto al Partido Comunista.

En tercer lugar, Moreno ha desdeñado la alta impopularidad que en general tienen en el continente, y en particular en Ecuador, las medidas del Fondo Monetario Internacional que, en resumen,  buscan reactivar o sanear las economías sobre la base de reducir los beneficios sociales y el marco de acción del Estado, mientras al mismo tiempo se dan todas las facilidades a los inversionistas para realizar su labor. Parece muy fácil desde la estratósfera del poder eliminar un subsidio o un bono, pero en el caso de los sectores más pobres esos beneficios suelen marcar una diferencia fundamental.

Por último, la medida que ha provocado el alzamiento social indígena es apenas el primer signo hacia un paso mayor, que es la profundización del modelo extractivista operado por privados en el país. En esta jugada concesiva con el FMI, Moreno no sopesó adecuadamente el enorme peso de la organización política de las comunidades indígenas, que en la historia reciente del país ya había hecho caer gobiernos y que, en las actuales circunstancias, no iba a aceptar que sus territorios se convirtieran en pozos petroleros y centrales hidroeléctricas. Lo que el pueblo organizado ha hecho hoy es ejercer su soberanía y, simplemente, decirle No a las intenciones de su presidente.

Es la falta de autocrítica de Moreno, su audacia camaleónica y la subestimación de las organizaciones sociales de su país lo que lo ha llevado a una situación que podría ser terminal para su gobierno. Y quizás, para él ya sea demasiado tarde un eventual intento de volver atrás.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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