Las últimas horas han desahuciado la posibilidad de establecer un espacio de negociación entre el gobierno de Lenín Moreno y el movimiento social alzado en Ecuador. Apreciamos a estas alturas un alto nivel de determinación del movimiento indígena ecuatoriano, punta de lanza de la movilización en repudio al plan económico neoliberal del Ejecutivo. La protesta fue iniciada el 3 de octubre por la Asociación de Transportistas, que rápidamente delegó el protagonismo a la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie).
La Conaie, desde mediados de los 80 y principalmente en la década del 90, fue el principal actor del movimiento anti-neoliberal en Ecuador. Luego tuvo una relación tensa con el gobierno de Rafael Correa, por lo que es insostenible la afirmación de Lenín Moreno de que el expresidente estaría detrás de las protestas.
Es su declaración fundacional de 1986 afirma que su objetivo es “consolidar la lucha de los pueblos indígenas por la tierra y los recursos naturales, por la igualdad y justicia social, contra el colonialismo y el neocolonialismo representado por las empresas trasnacionales en territorio indígena, para construir una sociedad intercultural promoviendo la participación en el ejercicio de la democracia representativa con el fin de descentralizar el poder y los recursos económicos…”.
En cumplimiento de dicho mandato fue que esta vez la Conaie demanda revocar el acuerdo con el FMI, revertir las privatizaciones y terminar con el extractivismo petrolero en territorios en conflicto. Como puede verse, hay en el movimiento social ecuatoriano articulado por los indígenas una concepción sobre las políticas que se tienen que implementar en el país que va mucho más allá de la eliminación del subsidio a los combustibles.
No es de extrañar. Éste no es un conflicto solo de intereses, sino de formas de entender la presencia en el mundo, puesto que, tal como lo señala el concepto del Buen Vivir, los pueblos originarios de América Latina buscan habitar en armonía con los demás seres humanos y la naturaleza, sobre la base de la unidad, la solidaridad y la empatía, retomando en estos tiempos los principios ancestrales. Esta mirada no es antropocéntrica: formamos parte de la misma unidad y así como “nosotros somos montañas que caminan, los árboles son nuestros hermanos”, dijo alguna vez el ex canciller boliviano, David Choquehuanca, para explicar el punto. Lo más importante es la vida en un sentido amplio, no el individuo ni la propiedad.
Tal cosmovisión en búsqueda de la armonía exige, como es obvio, la renuncia a todo tipo de acumulación, lo contrario del orden trasnacional al que Chile adhiere con tanto entusiasmo y al que quiso adherir Lenín Moreno, aparentemente a estas alturas sin éxito.