Salgo a caminar por este Santiago del Nuevo Extremo nuevamente bajo Estado de Emergencia. La primavera me sonríe desde las buganvilias bermejas que se ciernen sobre las muchachas y muchachos que marchan alegres por la avenida Eliodoro Yáñez hacia Plaza Italia, batiendo rítmicamente sus cacerolas, arropándose con banderas chilenas o mapuches -ninguna roja, ni verde, ni azul, ninguna partidaria- mientras una línea de militares equipados para matar les cierra el paso hacia las calles laterales. Pero los y las jóvenes acuden a protestar por lo que consideran justo, porque comparten la justa indignación generalizada por los abusos y el expolio al que están expuestos ellos y sus familias dentro de este modelo de sociedad. Por ello siguen adelante y les ignoran, sin temor.
¿Sin temor?
Sí, sin miedo, sin odio, sin temor a los soldados de la Patria.
“Son jóvenes -pienso- la gran mayoría nacidos en democracia”. Jóvenes que del Golpe cívico-militar de 1973 sólo han escuchado las narraciones de abuelos o de sus progenitores (tan jóvenes entonces como ellos ahora). Por lo tanto, tampoco conocieron de detenciones, torturas, exoneraciones políticas, desapariciones, exilios, retornos, protestas y más crímenes de lesa humanidad. Para estos muchachos y muchachas, eso pertenece al pasado remoto, no tiene que ver con su sentir, ni con sus historias.
Por eso no tienen miedo. Ellos son el presente marchando hacia el futuro.
Pero a nosotros, la generación que sí vivió el desmedido castigo de la ultraderecha vistiendo uniforme y que logró sobrevivir, se nos aprieta el estómago de sólo pensar que ante la gigantesca expresión de desobediencia civil de esas 500 mil personas que, como un río, fluía por la avenida Providencia hacia Plaza Italia ayer, a un militar nervioso, a un joven conscripto -tan joven como los manifestantes- pero que sí tiene miedo, se le escapara un solo tiro, uno solo. Porque no sabemos qué podría venir a continuación, no nos imaginamos qué podría venir, suceder, acaecer. Ni queremos imaginarlo, ya que el Estado de Emergencia sólo restringe dos libertades, la de reunión y la de movilidad. Y estos chicos y chicas las desafiaron ambas, masivamente, pese a las (para ellos) inéditas noches de toque de queda, después de tres décadas sin experimentar la torpeza de un gobierno que apaga el fuego con bencina, un lugar común que nunca como ahora cobra tanta vigencia. Verlos así disipó la angustia que paseaba de mi brazo.
Salgo a caminar por este Santiago del Nuevo Extremo bajo Estado de Emergencia y ya no me importa el anuncio de otra noche de toque de queda. “Mañana las buganvilias bermejas seguirán sonriéndonos al sol de la primavera -me dije- mañana…”.