Elogio a la insumisión

  • 06-11-2019

“Lo peor que nos puede pasar es volver a la normalidad” se leía en el texto levantado como consigna en una de las marchas. Un poeta escribía hace unos días en estas mismas pantallas que siente estupor de volver a la normalidad al tiempo que centenares de miles, que son millones, han optado por permanecer en las calles, en las plazas y levantar sueños colectivos, una ilusión que une hoy en día en este trance a una comunidad que fue durante décadas aislada y enemistada bajo un proyecto económico y cultural de características catastróficas.

El Chile neoliberal, ese país imaginario de las elites arrogantes ha colapsado. Lo que presenciamos no es un colapso económico ni político, sino cultural. Lo que cruje hoy es la fatiga del material del capitalismo extremo, es la fractura de la hegemonía neoliberal. Aquello que hoy presenciamos en las calles y plazas de Chile no es, o no solo es, el rechazo al control económico y político, a la soga del trabajo extenuante, de las asfixiantes  horas en el transporte y las deudas en el cuello, sino la emergencia, cuan erupción, de otra cultura o contracultura. El Chile insumiso parece germinar desde las comunidades como una nueva fuerza cultural. Como ya han escrito otros, hemos pasado de un yo, egoísta, temeroso y desconfiado, a un nosotros, que nos conforma y nos refuerza.

Estamos en un quiebre de la historia. En qué sentido. El curso de la historia, que para los marxistas clásicos conduciría al socialismo, parece dar otras vueltas. La rebelión en Chile no sabemos si es una revolución, y ningún analista ni observador ha querido usar (todavía) esta expresión o conceptualización, sino es una insurrección contra el autoritarismo neoliberal, contra el látigo de las oligarquías. Desde este momento podemos ver con claridad la continuidad de la dictadura desde los cuarteles a las elites políticas y económicas. El peso insoportable del neoliberalismo es la dictadura capitalista expresada por otras instituciones, o la dictadura perfecta, si se nos antoja citar a Vargas Llosa cuando definió al corrupto México bajo el PRI.

Los sanguinarios militares chilenos no fueron necesarios durante treinta años. Estaban bien alimentados y acariciados por las elites en sus cuarteles. Eso es un hecho porque el mercado, el consumo y una corrupta y comprada clase política hicieron el resto. Una supuesta democracia, binominal, espuria, con senadores designados, con un tribunal constitucional lleno de pinochetistas y privilegiados, ha sido el reemplazo de los fusiles y los agentes de la CNI. Un armazón provisional que ha vuelto a mostrar hoy su estructura original contra un pueblo en rebeldía. Desde el inicio de las manifestaciones la única respuesta del gobierno  ha sido nuevamente los fusiles y proyectiles con un número creciente de personas asesinadas, heridas y torturadas. Bajo ciertas intensidades, los derechos humanos no son parte del régimen neoliberal. Bajo ciertas presiones, el neoliberalismo tenderá a olvidarse de la democracia liberal y regresar a sus orígenes militares.

De todo eso nos hemos dado cuenta. Del autoritarismo y la violencia del Estado, pero también del control permanente bajo cuerdas, del desprecio y el clasismo, de la prensa mentirosa, de la insoportable clase política. Del sistema como aquella estructura instalada  para convertirnos en piezas al servicio de las oligarquías y corporaciones. Nos hemos dado cuenta y ya no nos amedrenta. Nos indigna.

Estamos en un proceso de descubrimiento de nuestras libertades y posibilidades. De reconocimiento, de exhibiciones y aprendizajes. En las marchas y concentraciones son miles con sus propias consignas trazadas a mano, miles en su humanidad y colectividad. Este es un movimiento de comunidades libres en expansión y diversión, un grito iconoclasta que surge de los territorios, que esperó siglos para levantarse y derribar estructuras fusionadas con una república desigual y mentirosa.

La acumulación de fuerzas emergió desde los territorios y subjetividades, desde las orillas. Una fusión brillante que se ha tomado las calles para reclamar simplemente el derecho que tienen los pueblos a la autodeterminación, a establecer sus destinos.  En este proceso, solo queda seguir adelante.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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