Vuelta a la democracia para qué!
Para que se repita la película?
Nóóó…
Para ver si podemos salvar el planeta:
Sin democracia no se salva nada
Nicanor Parra, Happy Birthday (Discurso del Caupolicán), 1993
Hace un mes parece decantar uno de los misterios más guardados de la historia de Chile: no sólo el de la historia republicana sino el de su tiempo más largo y tendido. Permanecer en los límites de la república no consigue abarcar las estratas subterráneas del cataclismo que vivimos. “Por más que busco una analogía con lo vivido estas semanas, más inédito me parece” (Sol Serrano, Violencia y política en la historia de Chile, El Mercurio, Santiago, 9 de noviembre de 2019, A 2). Lo que emerge en estas semanas es un conflicto irresuelto de larguísima duración. Es la propia condición colonial de América y de Chile que lastima y se retuerce ante nuestros ojos. La invasión europea del siglo XVI no nos deja tranquilos: hiere y duele, vuelve y repunta. El ingreso de Chile a la historia de Occidente es un proceso de expolio, esclavitud y violencia (Álvaro Jara, Guerre et société au Chili: essai de sociologie coloniale. La transformation de la guerre d’Araucanie et l’esclavage des indiens du début de la conquête espagnole aux débuts de l’esclavage legal, 1612, Paris: Institut des Hautes Etudes de l’Amerique Latine, 1961).
Así podemos observar mejor la historia del tiempo presente. Es posible entender que la guerra europea moderna desde el siglo XVI ha recurrido por doquier a una violencia y a una codicia desenfrenadas, a un saqueo sistemático de territorios y personas (Geoffrey Parker, El éxito nunca es definitivo. Imperialismo, guerra y fe en la Europa moderna, Madrid: Taurus, 2001). Cuando la palabra ‘saqueo’ se hace reiterativa y alarmante no es ocioso observar el proceso histórico de las guerras modernas en Occidente, con su prolongación en ámbitos transatlánticos. Lo pueden recordar los habitantes de Lima en la guerra del Pacífico de 1879, o los balmacedistas saqueados en Santiago en la guerra civil de 1891 (Alejandro San Francisco, Santiago en tinieblas. La guerra civil chilena de 1891 y el saqueo a las propiedades de los balmacedistas, Jaime Valenzuela editor, Historias urbanas. Homenaje a Armando de Ramón, Santiago: UC, 2007; Carmen Mc Evoy, Guerreros civilizadores: política, sociedad y cultura en Chile durante la guerra del Pacífico, Santiago: UDP, 2013).
La guerra colonial decretada por España en el siglo XVI deja huellas indelebles. En pleno siglo XX las elites en desconcierto invocan con singular derecho un retorno a los orígenes. Un historiador chileno postula la absoluta vigencia de Carlos V en 1962. Durante la Guerra Fría la violencia estatal en América Latina puede identificarse como un regreso colonial a los orígenes modernos de la guerra primordial de Occidente (Sergio Fernández Larraín, Vigencia de Carlos V, El Diario Ilustrado, Santiago, 16 de diciembre de 1962, reprod. en Boletín de la Academia Chilena de la Historia, XXIX, 67, 1962, 5-38; Marvin Goldwert, History as neurosis: paternalism and machismo in Spanish America, Lanham, MD: University Press of America, 1980; Marcia Esparza, Henry Huttenbach, Daniel Feierstein, State violence and genocide in Latin America: the Cold War years, London; New York: Routledge, 2010).
¿Cómo sanarnos decididamente de este complejo social y mental?
Lo primero es identificar y fortalecer a todas luces un ideal democrático y pacifista. Pero ya no al modo de las limitadas democracias de la post – Guerra Fría. Éstas hoy fueron emplazadas por las movilizaciones populares. En Chile se pretendió una vuelta a la democracia a gusto del ideal eurocéntrico. En el Parlamento Europeo expresó Patricio Aylwin en 1991: “América Latina es el mayor espacio futuro de desarrollo de Occidente” (La Época, Santiago, 23 de abril de 1991. Carlos Huneeus, La democracia semisoberana: Chile después de Pinochet, Santiago: Taurus, 2014).
El ideal democrático de hoy necesita recoger todas las energías reprimidas por la modernidad. Se nutre de los espíritus y los cuerpos de los pueblos indígenas, de las mujeres, de los niños, de los jóvenes, del agua, del aire, del bosque: el conjunto de sacrificados por el patriarcado global del viejo Occidente. Así despierta Chile. El protagonista agotado de hoy es el blanco, adulto y machista, del régimen histórico moderno, encarnado en el político incompetente o en el policía indescriptible, en el empresario inaccesible y en el intelectual falto de imaginación, en todas las manos invisibles y visibles del orden mantenido de origen colonial. Sus rostros, descubiertos o cubiertos, se vuelven impresentables. Así se entiende el retiro de los ministros más vergonzosos de la actual administración de La Moneda, o la prestancia, en las manifestaciones multitudinarias, de las banderas de Chile y del pueblo Mapuche.
Es ahora el tiempo de la democracia de la Tierra.
Un ideal que cuestiona de raíz el escenario urbano, monarquista o burgués, de la política, de la ética, y de la cultura al uso. Un ideal que exige la recuperación de las certezas mínimas, inapelables, primordiales de la condición humana preterida por una civilización colonial. Su sustento espiritual es la defensa de la Tierra como horizonte común, inclusivo, que comparten, de suyo, los pueblos indígenas, y, por afinidad histórica, los pueblos mestizos. Esta es la sensibilidad incomprendida por las elites cada vez más ajenas al tiempo y al espacio de América. ¿Qué pueden decir los pensadores del sistema, sus filósofos, periodistas, científicos sociales? A veces la prensa oficial ofrece la palabra a analistas de la historia que serán leídos más desde la lógica del poder establecido que desde la pasión y la complejidad de las experiencias populares. Hay que comprender mejor esas experiencias desde las sabidurías ancestrales indígenas, o desde las sabidurías ancestrales del mestizaje reconocido y profundo: las sensibilidades políticas, culturales y místicas de una Gabriela Mistral, un Pablo Neruda, un Nicanor Parra. Ellos supieron expresar nuestro ser profundo. Con ellos tenemos que recobrar la armonía y la conjunción originaria de lo humano y lo natural, lo material y lo espiritual, la masculinidad y la feminidad, sin las heridas coloniales de la guerra, la ciudad, el lenguaje, y la publicidad, modernas (Lorena Figueroa, Keiko Silva, Patricia Vargas, Tierra, indio, mujer. Pensamiento social de Gabriela Mistral, Santiago: LOM, 2000; Eugenia Neves, Pablo Neruda: la invención poética de la historia, Santiago: RIL, 2000; entre otros).
Es el momento de reconstituirnos política y espiritualmente. ¿Cómo lo haremos? ¿Con los odres gastados del ‘hombre viejo’? Es necesario pensar y sentir con otros lenguajes, con otros sentidos y sensibilidades, sin las ambiciones y las trampas de la urbe colonial. Inventemos una democracia que nazca de la Tierra. Detener el saqueo histórico que inició el hombre blanco en América con el “requerimiento” español y su violencia religiosa a partir de 1512. Los europeos militarizaron Chile durante su ocupación colonial con más de 150 fuertes en el país, de los cuales 96 se construyeron en Arauco (Geoffrey Parker, El éxito nunca es definitivo. Imperialismo, guerra y fe en la Europa moderna, 2001, 205). La máquina de la guerra colonial terminó empleando mano de obra de color: obligando a indígenas, africanos, y mestizos, subyugados, a hacer el trabajo sucio. ¡Nunca más ese miedo colonial!
La democracia que necesitamos tiene que ser, surgir, ahora, de la Tierra. Habitándola de paz y de convivialidad con todos, sin excepción. En los siglos XIX y XX el ideal republicano hegemónico, tantas veces despotismo ilustrado, no emergió ni del pueblo ni menos de la Tierra. Ese es pues el desafío, ahora planetario, del siglo XXI. Como bien dice Vandana Shiva: “La Democracia de la Tierra vincula lo particular con lo universal, lo diverso con lo común y lo local con lo global. Incorpora lo que en la India llamamos vasudhaiva kutumbkam (la familia de la Tierra): la comunidad de todos los seres que tienen la tierra por sustento. Los nativos americanos y las culturas indígenas de todo el mundo han entendido y han experimentado siempre la vida como un continuo entre especies (humanas y no humanas) y entre generaciones (presentes, pasadas y futuras). […]. Sobre esta respuesta a la privatización que obedece a la descabellada ideología de la globalización empresarial se construye la Democracia de la Tierra. Para la globalización empresarial, el mundo solamente es algo que debe poseerse y el mercado únicamente se mueve por el negocio y la rentabilidad. […]. [El] programa de la globalización empresarial no ha dejado de topar con la respuesta creativa, imaginativa y valiente de millones de personas que ven y viven la Tierra como una familia y una comunidad formada por la totalidad de los seres y personas de todos los colores, creencias, clases y países.” (Vandana Shiva, Manifiesto para una democracia de la Tierra: justicia, sostenibilidad y paz, Barcelona: Paidós, 2006, 10-11).