El fútbol no despertó

  • 11-12-2019

Mientras crujen  los cimientos de la casa que se nos quiere presentar como de todos,  pero de  la cual la mayoría está afuera observando atónitos el privilegio de unos pocos comensales que se reúnen en la cocina iluminada por el fuego inexorable de los consensos, son millones los que  pugnan porque esa casa aparentemente sólida se devele como una mera quimera de un pacto de octubre que un nuevo aire primaveral desmonta como una carpa de  circo evidenciando el  triste espectáculo de actores ya desgastados por su cinismo, en donde la diversión que nos quieren proveer resuena a risa agónica y fantasmagórica.

Pero en este escenario, en donde todas las certezas y símbolos comienzan a desmoronarse como un castillo de arena golpeado por el mar, hay una actividad – quizás la más enjundiosa del espectáculo – que parece inmune a los cambios y a las exigencias de un nuevo contrato social. Lo más paradójico es que se asigna a sí mismo el rol del deporte del Pueblo, concibiendo  a éste como un espectador inerte dispuesto a aplaudir cada jugada de sus magnificentes empresarios que sostienen con amor patrio a los  amados clubes de los hinchas, del cual nunca participaron o participarán.

Pero este tinglado del espectáculo aparentemente perfecto, en donde empresarios y pueblo se abrazan en una sola causa, también comienza a desmoronarse para horror de sus financistas, y del propio gobierno, que lo veía como el engranaje perfecto del circo.  Nada se dice o se hace respecto de hechos impresentables como que un ex presidente del espectáculo esté de testigo protegido en Miami, o un alto dirigente del club más popular haya sido multado por conductas inapropiadas en el mercado accionario, total así es el Fútbol, o al menos lo que han hecho de él.

Esta semana sin duda han ocurrido los actos más jocosos de los propietarios   del fútbol, pero no precisamente por hacernos disfrutar de la vida, sino por el contrario, por mostrarnos el lado más absurdo del ser humano. Incapaces de reanudar el espectáculo y ya cansados de golpearse contra el muro de la realidad, en su genialidad del egoísmo corporativo  no hallaron nada mejor que solucionar el problema del ascenso de la Primera B, a partir de una fórmula irrisoria e indignante. Los flamantes dirigentes decidieron reconocer a Wanderers como campeón e integrarlo a la élite del fútbol chileno, pero a cambio de no distribuir equitativamente los ingresos que pudiesen afectar los selectos dieciséis equipos de primera división, y al mejor estilo de bonos y migajas se le ofrece unos partidos de beneficiencia. Realmente impresentable la demostración más empobrecida de lo que podríamos llamar el libre mercado.

Así los sanos principios enarbolados por millones de chilenos en sus plazas y barrios, como colaboración, justicia  e igualdad, en la sede del fútbol rebotan como himnos de niños supuestamente adoctrinados, porque su propia doctrina de mercado debe ser inmune a esas quimeras de la calle. Para eso existen los bunkers en donde treinta y dos dirigentes pueden manejar sus clubes y trabajadores con hilos de marionetas exonerando a sus propios ídolos como mercancía intercambiable, u otros con prepotencia propia del siglo XIX amenacen con  no continuar los contratos de sus trabajadores si no juegan a riesgo de sus propias vidas. Qué importa, el espectáculo debe continuar.

Este mundo paralelo de la industria del fútbol, como le gusta llamarlo a sus financistas, parece no querer ceder al sentido común. Aún llora no haber podido celebrar la final de la Copa Libertadores en casa mientras el país se incendiaba. Lamenta a sollozos no haber podido terminar el espectáculo para alimentar la parrilla televisiva, mientras otros contertulios del show culpan a las barras bravas de todos los males. Mientras ellos sean los responsables todos pueden dormir tranquilos – diría Altamirano- total  así se  puede ocultar la  ineptitud y la codicia de sus dirigentes manifestada en la pugna bananera entre Unión y la U, más que por el cupo de la pre Libertadores, por unos cuantos dólares más. En el fondo pareciera eso es lo que los mueve, no el sentido de justicia deportiva, mucho menos de ética humana.

Todos estos actos cantinflescos evidentemente no empezaron en este nuevo octubre, pero se hacen más irrisorios en el nuevo contexto social. Costaría encontrar el momento en que el fútbol como deporte se fue al carajo. ¿En el gol de Chamaco con presos políticos en el Estadio? ¿Con  el fútbol empresa del Colo Colo de fines de los setenta? ¿Los clubes intervenidos por personajes siniestros en Dictadura? ¿En el Maracanazo del Cóndor? Si bien todos estos son hechos insoslayables, humildemente aventuro una hipótesis: todo este descalabro se profundizó con  la privatización del fútbol simbolizada en la quiebra de la Universidad de Chile por una deuda con el propio Estado, que inflexibilizó cualquier acuerdo provocando así  la concesión del club a manos de gente de dudosos antecedentes pero con el dinero suficiente para hacerse del conjunto universitario, ante la anuencia de los concertacionistas y la actitud obsecuente de las autoridades universitarias, dejando el club en manos justamente de aquellos que aborrecen los valores de la Universidad de Chile.

Pero no sólo el club universitario vivió este proceso;  clubes señeros y de tradición como Unión Española, Santiago Wanderers  u O’Higgins pasaron a tener propietarios sin ninguna participación de sus socios e hinchas. Paradójicamente les fueron expropiados por empresarios. Por eso hoy el modelo cruje como la casa de todos, porque el fútbol refleja la condición indigna a la que nos ha sometido un sistema que lo devoró todo; hasta el amor por una camiseta hoy se transa en la bolsa. Pero quizás es momento de devolver dignidad a esta actividad, que los clubes vuelvan  a manos de sus propietarios, dado el fracaso social de las sociedades anónimas deportivas. Tal vez así podamos salvar al glorioso Santa Laura de la especulación inmobiliaria, repartir los excedentes del CDF en forma igualitaria, o traer de vuelta a un señor  del fútbol como Bielsa, que se ganó el cariño de los chilenos no tan sólo por sus resultados sino principalmente por su sencilla humanidad, y ahí sí quizás podamos escuchar en las gradas de todo Chile un grito de esperanza: “Ohhhh…el fútbol despertó”.

 

El autor es  académico de la Escuela de Posgrado de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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