Las apariencias muchas veces engañan. Este es un refrán popular, la verdad, muy sabio. Más de alguna vez, todos nosotros lo hemos utilizado, cuando percibimos o intuimos que lo que se presenta de una manera, en realidad, debajo de su apariencia, no es tal. Y esto de seguro nos ha sucedido en el plano interpersonal, como en el plano de las instituciones o de la política, por nombrar algunos. Sin embargo, en el presente actual no es fácil ir más allá de las apariencias: el “todo el mundo lo dice”, “en la televisión salió”, “hay una foto”, “alguien estaba allí”, dominan el espacio de posibilidades para el ejercicio de la duda, la pregunta o la crítica. Quizá estemos viviendo los años más opacos y oscuros en cuanto a búsqueda e interés por la veracidad, la justicia o la comprensión efectiva de lo que no aparece a primera vista, del ejercicio de la duda crítica, del saber informado. En tiempos de neoliberalismo, priman los intereses minoritarios, sea de poder, de tener, de figuración, vehiculados y controlados por un puñado de corporaciones transnacionales a su favor. El inmediatismo mediático y opinante mucho tiene que ver con la psicopolítica que ha logrado imponer esa ideología en la cultura de nuestros países.
Me estoy refiriendo a la campaña de adalides de la exConcertación y otras voces políticas , que predican el “cuidar la democracia actual”, frente a la manifestación popular, sus expresiones y demandas. El estallido social también tendría que servir para debatir entre todos qué entendemos por democracia. Por ahora, la derecha y sus aliados quieren confiscar y apropiarse del significante “democracia”: sólo ellos saben y manejan la noción de “democracia”. Los otros, -especialmente si son izquierdistas o lo parecen – tienen ser excluidos, cuando no, perseguidos. Muy propio de una concepción elitaria, oligárquica y “plural” de la política. Afortunadamente el pueblo no ha caído en la trampa: pide una democratización de la democracia; una democracia “real”; no su simulacro; no su realidad ficticia. Cómo vamos a “cuidar” una pseudo-democracia que nos tiene con casi 400 casos de jóvenes que han perdido uno o dos de sus ojos? Puede haber algo tan cruel e inhumano? Podemos tener “democracia” con miles de detenidos que aún no se sabe qué pasará con ellos? Con cientos de golpeados, humillados, gaseados? Con desprecio hacia los Pueblos originarios y sus demandas
¿Qué “democracia” es aquella que nos impide a nosotros, los soberanos, manifestarnos en la plaza pública sin pedirle permiso a la “autoridad”? ¿Qué democracia es una en la cual la policía o carabineros hace lo que quiere y no asume responsabilidades? ¿Puede llamarse “democracia” un orden que se plaga de “leyes” represivas para impedir el ejercicio de la ciudadanía activa y que aprueba la presencia militar en las calles?
¿Qué “democracia” podría ser aquella que en verdad funciona para el 1% que detenta y concentra el poder decisorio en función de sus intereses privado-particulares? Como bien lo dijo un juez en los Estados Unidos, “podemos tener democracia o podemos tener riqueza concentrada en pocas manos, pero no podemos tener ambas cosas”. Por lo mismo, hoy se vuelve necesario implementar un proceso constituyente que sobrepase la pseudo-democracia de estos años; que permita, al mismo tiempo, que se reconozca la legitimidad constituyente que tiene el pueblo chileno y que, por su intermedio, podamos idear y materializar otro orden político-jurídico, cultural y socioeconómico que vaya más allá del neoliberalismo imperante. Una nueva Constitución para otro proyecto-país, en función de una democratización real del lazo social y de sus instituciones, comprometida en primer lugar con los intereses de las mayorías. ¿Hasta dónde? Pues, hasta “que la dignidad se haga costumbre”, es decir, hasta la concreción de un nuevo ethos; de una otra manera de imaginar, ordenar, y construir el vivir juntos.