La vida que nos cambió la vida: el nacimiento de Mistral

  • 07-04-2020

“Los hindúes me enseñaron con más fuerza que nuestro pobre catolicismo criollo español que la sangre daña, en gotas, un suelo cualquiera, por leguas. Pero su España, querida y venerada mía, se puso hace siglos a matar y a morir. Y aquí paro. Porque no acabaría nunca”. 

(Gabriela Mistral a Sara Izquierdo de Philippi y a Jaime Eyzaguirre, 14 de noviembre de 1947). 

Hay vidas que nos cambian por completo la vida. Porque son tanta vida. Es tanta su vida que las nuestras resultan llenas, colmadas, rebosantes. Esto se vuelve más luminoso si el tiempo que atraviesan trasciende la muerte de las guerras y del odio inhumano. Gabriela cruzó sus días en los años devastadores de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Nace el mismo mes y año que Adolfo Hitler, demiurgo del racismo, el odio y la muerte. En las antípodas de esa violencia colectiva, como una pandemia, Gabriela nace en el delicioso valle de Elqui, valle generoso y soleado de Chile, el domingo 7 de abril de 1889. 

Se dice que conversar con ella era una suerte más embriagadora que su poesía y su prosa. 

Eduardo Frei Montalva, por entonces estudiante universitario, la visita en Madrid en 1934, y queda transportado ante su palabra y su imagen acogedora y creadora: “Tenía el extraño semblante y actitud de las antiguas sacerdotisas. Pero nada igual a oírla conversar: parecía que su mente estuviera en perpetuo trabajo, y en el lento desgranar de sus palabras, había como una continua búsqueda de las raíces esenciales de la vida […]. Y a la verdad es que cuanto más se penetra en la vida y en el pensamiento de esta mujer que nos lega un inagotable manantial de belleza y de bondad, todo lo mejor que tiene el alma de Chile cobra en ella una nueva y más rica expresión.” (Eduardo Frei, Senado de la República, 22 de enero de 1957). 

¡Con qué lucidez sabe detectar los defectos, las mezquindades de los chilenos, especialmente de los santiaguinos, con su miedo a una vida verdadera y generosa! La gran prensa seria de la capital elude publicar sus artículos: “El Mercurio me paga mi sueldo generosamente, pero no tiene ninguna voluntad de publicar lo que le mando, por parecerle malo” (Gabriela Mistral a Carlos Préndez Saldías, 14 de noviembre de 1932). La clase media a mediados de siglo se le manifiesta en todo su arribismo. Hasta el comunismo chileno, según ella, parece aburguesarse: “La clase media se porta muy mal. Su cursilería le sale cara y la agitación de ella se llama abrigo de piel, casa en las calles Huérfanos y Moneda, y joyas. ¡Qué horror! Hasta el comunismo chileno ha comenzado a aburguesarse. Se aburguesa todo.” (Gabriela Mistral a Victoria Ocampo, 10 de noviembre de 1951). Los arrestos burgueses y letrados sepultan la cultura y el esplendor de la tierra, don precioso de la vida indígena: “Mucho me temo que sean los países semi-burgueses de nuestra América los que peor se porten en lo que viene. ¡Ay, si se quedan indios! Sabrían lo que es la tierra y sabrían ‘las palabras elementales’, las primarias, que hay que decir. Saben las otras, que en nada salvan, porque no salen con un empujón de sangre ‘y no queman’” (Gabriela Mistral a Victoria Ocampo, 10 de diciembre de 1942).  

En una sociedad que mantiene los heroísmos nacionales de la guerra del Pacífico, Gabriela sabe decir una palabra más valiente que los ideales patrios: “Alguna vez, en discusiones de esas que se pasan del patético al trágico, perdí un amigo muy querido, por haberle dicho, como respuesta a su regodeo en héroes de su familia que tomaron Lima: ‘Yo tengo la honra de saber que no fue sangre de uno solo de los míos a hacer las jornadas de Lima’. Ese hombre era mi jefe en el ministerio, el subsecretario de instrucción; salió de mi colegio sin darme la mano y pasó a ser mi enemigo, y lo es hasta hoy” (Gabriela Mistral a Francisco García Calderón y Gonzalo Zaldumbide, abril de 1934). 

La vida que brinda Gabriela nos cambia la vida. 

En ella se acopian todas las vidas del mestizaje de América. Sus genes, como una selva exuberante, tienen herencias españolas, indígenas, africanas, judías y portuguesas. Todas esas vidas en su vida. Todas esas culturas en su vida. ¡Para qué privilegiar una entre tantas! Gabriela sigue así renaciendo en medio de este confundido siglo XXI. Aportando su tanta vida, como un manantial para nuestra tierra convertida en un desierto por las élites: “El profesor de la Normal, presbítero M. Munizaga, hacía también clases allí y tenía mucho ascendiente sobre la directora. Me hizo ella una observación dura respecto a mi ateísmo y a ésta siguió otra sobre mis tendencias socialistas […]. Con esos cargos, buscó ella un discreto modo de eliminarme: no me dio trabajo” (Gabriela Mistral a Pedro Aguirre Cerda, 1 de febrero de 1920). 

Ante ese Chile poca cosa que se creía la muerte, Gabriela exalta el valor escandaloso de la Vida. ¡Como una oportunidad feliz! En el actual tiempo, que ya arrastra años, donde las instituciones del país se arrastran por el suelo, es más que sano ser invitados por esta poeta al misterio de su paso por este mundo. Su amor a la vida la hace repudiar hasta las imágenes de Cristo en la cruz: “Yo no soy partidaria de que en la sala de clases se coloquen imágenes dolorosas de Jesús. Cuando tuve una escuela mía puse siempre delante de las niñas láminas en que la figura de Cristo era serena o el Jesús rodeado de los niños, que dijo la frase eterna, o el Jesús glorioso que ha vencido a la muerte” (Gabriela Mistral, La imagen de Cristo en la escuela, 1926). El transcurso del tiempo revela en esta mujer creíble e increíble las claves inequívocas de un misticismo popular. Lejos de los supuestamente ‘afortunados’ del país, junto a los humildes y los pobres, que son -dicen las Bienaventuranzas en que ella firmemente creyó- quienes heredan la Tierra: 

“[Y] las santiaguinas sólo
me ven escandalizadas
y gritan –‘¡Válgame Dios!’
o me echan perros de caza. 

Pero pasaré de noche
para no verlas ni turbarlas.
¡Qué buenos que son los pobres
para ofrecer sopa y casa!” (Gabriela Mistral, Poema de Chile: Jardines). 

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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