La segregación nos hizo vulnerables

  • 16-05-2020

La injusticia social chilena es la enfermedad de base. El Banco Mundial ha catalogado a este país como uno de los con ingresos más dispares del mundo. Es, asimismo, el con mayor desigualdad económica según medición Gini entre los miembros de la OCDE. La segregación entre esos ricos y pobres los convirtió a todos en vulnerables.

Desde el primer caso de contagio de Covid19, detectado en marzo último, el Colegio Médico y dirigentes sociales diversos, como la Mesa de Unidad Social, pidieron al Gobierno de Piñera una cuarentena total en la Región Metropolitana. Era la única forma de poder testear y seguir a los contagiados, todos del barrio alto, para trazar la ruta del mal y controlar su radio de acción hasta contar con la vacuna.

Entre respuestas sarcásticas y carentes de verdad científica, el Ministro de Salud se negó, una y otra vez, a reconocer el único mecanismo eficiente, probado en el mundo para la pandemia. No obstante, primero debió ceder a la suspensión de clases en los establecimientos, luego a al menos cierres comunales y en diversas ciudades. Nada lo hizo retroceder en su conducta y, por el contrario, él y Piñera siguieron el camino de la propaganda, en vez del de la prevención y planificación sanitaria. Siempre han pesado más en sus decisiones las consecuencias del paro de la economía, específicamente, de las ganancias, más que la salud.

La falta de capacidad para relacionar variables ha sido mortal. El 1% de la población chilena concentra cerca del 30% de los ingresos nacionales, y el 0,01% posee más de la décima parte de estos ingresos (López, Figueroa y Gutiérrez 2013). Ello no sólo es un peligro en sí por la injusticia que acarrea para las libertades de los más pobres, sino que también vulnera la promesa que conlleva el mandato presidencial de velar por la vida y la salud de quienes residen en este país. Además, deriva en hechos que profundizan la inequidad.

Los ricos viven en grandes terrenos, con cómodos espacios. Los pobres viven hacinados. Eso es lo que se denomina la desigualdad residencial. No sólo viven en espacios más chicos, la distribución territorial inequitativa conlleva carencias de infraestructura pública, servicios, empleos, transporte, plazas y parques, establecimientos de seguridad y otros recursos que determina la calidad de vida de un barrio y ayudan a aumentar el bienestar de los vecinos. Se trata de un ítem casi siempre invisible incluso para los medios de comunicación masiva y, por lo mismo, más difícil de observar, medir y evaluar.

La segregación concentra a los pobres en ciertas comunas y deja a los ricos en zonas con más espacio y mejores condiciones. Aleja a una clase de la otra, excluye y marginaliza, acumula las desventajas para la mayoría.

Esta separación clasista implica, además, obviamente, diferencias en el acceso a la educación y la salud.

Cuando en marzo aparecieron en el Saint George´s College de Vitacura, los primeros infectados, las autoridades fueron advertidas. Allá no es lo mismo un contagio que en Pudahuel, Puente Alto o cualquier población de Santiago, donde viven las empleadas, nanas, los jardineros o choferes de las zonas altas. El virus, cuando llegara a las zonas bajas podría provocar un colapso de los alicaídos servicios de salud pública, pues el contacto es más alto y rápido entre los pobres.

En abril, ese temido avance pareció lento y en el gobierno se ufanaban de sus “buenas medidas”. Piñera llegó a decir que gracias a sus acciones estábamos en una “meseta”. La población, ricos y pobres, creyó que Chile era una excepción y que el Covid19 estaba, prácticamente, controlado y se relajó. La discusión la centraron en los ventiladores y la economía, bonos más, bonos menos, montos de los bonos, destinatarios de los bonos, etc.

Se les dijo que el Covid19 es un tema sanitario con consecuencias económicas letales para los pobres quienes se veían obligados a salir de sus casas para trabajar, lograr dinero y así comprar lo básico para sobrevivir. No pusieron cerco a las alzas y sí a los montos máximos para exámenes o test que debieron ser gratuitos porque de ellos dependía el avance o no de los contagios.

Se olvidaron de lo invisible. La segregación los engañó e hizo a todos vulnerables. El estar tan injustamente separados, hizo más lento el viaje del virus a las zonas bajas, pero no lo impidió.

Desde el 1 de mayo, sin nada que celebrar, sino solo con la vergüenza de Carabineros deteniendo a reporteros en vivo y en directo, y golpeando a los pocos que se atrevieron a manifestar su oposición al régimen del sarcasmo y el toque de queda, el Covid19 se mostró con fuerza y avanzó por las poblaciones sin tapujo. Las comunas del barrio alto volvieron a tener contagiados y en las de abajo, la pandemia sumó más de dos mil personas cada día. La diferencia es que allá arriba sí tienen condiciones de salud óptimas, mientras los del estado llano sólo cuentan con sus vecinos funcionarios de la salud pública que denuncian incluso la falta de insumos.

La Doctora Mercedes López, vicepresidenta de la Sociedad Chilena de Inmunología, lo ha repetido: la pobreza es una clave que hace de Chile entero un país vulnerable, donde los con menos esperanza siguen siendo los que menos tienen si el Estado no se organiza en función de equilibrar las oportunidades y los gobiernos no entienden lo que es una pandemia.

Hoy, la cuarentena es casi regional y, por fin el Banco Central solicitó un crédito al FMI, porque pobre, enfermo y segregado, ¡nadie puede gaio!

*La autora es periodista, Licenciada en Comunicación Social de la Universidad de Chile, Magíster en Comunicación Estratégica de la USACh. Actualmente se desempeña como académica de Periodismo y Relaciones Pública en la UNIACC.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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