Patrimonio Cultural Inmaterial: una mirada desde la danza

  • 30-05-2020

La danza como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial está asociada indefectiblemente al concepto de identidad y de comunidad, entre varios otros, claro está. Ambos conceptos podrían considerarse bastante laxos y generadores de tensiones según la perspectiva de análisis. La construcción de identidad es permanente en el tiempo, por tanto, no existe un artefacto cultural acabado o terminado que permanezca estático. Se afecta de múltiples formas en el transcurrir del tiempo y en las dinámicas de los procesos de mezcla cultural inevitable y situada.

En este sentido, no es posible pensar en una sola y única identidad representativa para una comunidad. Imposible pensar en una identidad estática en el tiempo, como si se pudiera congelar un proceso que está vivo y, por tanto, afecto a cambios permanentes. Claro que existe permanencia en el tiempo de atributos que se comparten en el colectivo, pero nunca en su totalidad de un sujeto a otro, esto sería negar a la persona y su subjetividad. La construcción de identidad ocurre en relaciones intersubjetivas en donde el acontecer nunca es igual a través del tiempo, por tanto, las manifestaciones culturales de la danza ante dichos cambios son las transformaciones que ocurren de forma inevitable.

Eso pasa con los cuerpos danzantes de un repertorio local al momento de la ejecución. Los intervinientes del hecho dancístico dialogan con su entorno corpóreo e incorpóreo, en un momento único e irrepetible. Sonoridades, ritmos, énfasis, energías, estados de ánimo, lugar, relaciones interpersonales, acontecer, incertidumbre, intensiones, etc., hacen imposible fijar una sola forma manera de despliegue corporal en la fugaz existencia de una danza. Con fugaz existencia me refiero a lo muchas veces dicho: nunca una danza podrá ser vivida de igual manera al momento de volver a ejecutarse. Del mismo modo que muchos podrán estar bailando al mismo tiempo en el mismo acontecimiento una misma danza, y jamás podrá ser una igual a las de los otros por tratarse de sujetos distintos.

Por otro lado, los miembros de la comunidad van cambiando en el tiempo, se renuevan en interacción con su entorno y afectos a la porosidad propia de los cuerpos. Existen, para mí, dos grandes tipos de comunidades para los efectos del Patrimonio Cultural Inmaterial en la danza. Una es la comunidad que mantiene un repertorio de danza realizada por cuerpos cotidianos, que no persigue fines artísticos escénicos, en donde no se convoca un espectador para que su realización sea posible, como el que se sienta a presenciar un espectáculo de danza en un teatro. El otro tipo de comunidad es la de los artistas de la danza. Esta danza es realizada por cuerpos extracotidianos y sus fines son artísticos escénicos. En ambas comunidades, desde mi punto de vista, existe Patrimonio Cultural Inmaterial referido a la danza.

La Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial organizada por la UNESCO el año 2003, promueve reconocer, valorar y fortalecer los diversos elementos culturales que constituyen el patrimonio inmaterial para las comunidades e individuos que lo hacen sostenible. Las comunidades a las cuales ha estado orientada esta salvaguarda han sido fundamentalmente las comunidades del primer tipo que señalo más arriba. Se refiere, en este caso, a la danza de cuerpos cotidianos cuyo repertorio ha sido transmitido de generación en generación dentro de las comunidades. En Chile existe mucha danza que permanece viva es esas comunidades y que son Patrimonio Cultural Inmaterial, al margen que hayan sido, hasta el momento,  reconocidas o no como Patrimonio Cultural Inmaterial chileno. Hay mucho más que los Bailes Chino, los Bailes Tradicionales de San Pedro de Atacama, los Cachimbos de Pica, Huara y Pozo al Monte y los Bailes Morenos de paso de Arica y Parinacota. Seguramente, con el tiempo habrá más danzas que sean consideradas institucionalmente como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial, pero lo cierto es que está lo que las propias comunidades consideran como su propio patrimonio dancístico, al margen del pronunciamiento de la institucionalidad respectiva. Por otro lado, están las comunidades que no están circunscritas a un solo territorio o localidad definida. Me refiero a comunidades migrantes, como por ejemplo las danzas del pueblo Mapuche que son practicadas en ceremoniales que ocurren en Santiago. Otro ejemplo es la cueca urbana practicada por jóvenes de Valparaíso y Santiago. Un mismo estilo en ciudades distintas.

La danza perteneciente a la expresión de los artistas de la comunidad de la danza, construida por profesionales intérpretes y creadores, tiene su propio patrimonio. Las expresiones de bailarines y coreógrafos no han estado aisladas de contextos históricos sociales también situados, además, con tendencias representativas de identidad, laxa y diversa, claro está, pero que se consideran como propias. No puedo dejar de nombrar ciertas obras coreográficas claves de la comunidad de la danza, aun cuando no todos los integrantes de la comunidad se sientan representados, como ocurre con todas las comunidades que construyen su identidad, puesto que no son homogéneas. Dentro de estas obras está “Carmina Burana” de Ernst Uthoff y “Calaucan” de Patricio Bunster, tal vez como las primeras obras de nuestro país de trascendencia y señeras por diversos motivos, que no viene al caso desarrollar aquí.  

Si consideramos el Día del Patrimonio como el momento de ir a visitar un museo o un lugar físico, bueno, no existe un museo para la danza chilena habiendo material suficiente para aquello. Tampoco existe aún un gran archivo de la danza chilena. Por tanto, nos queda acceder a la videografía existente en Internet. Hay mucho para hurgar, desde las danzas patrimoniales ya establecidas como Patrimonio Cultural Inmaterial, como otras tantas expresiones dancísticas de diversas comunidades. 

Carlos Delgado es coreógrafo y académico de la Facultad de Artes de la Universidad de Chile.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.

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