En las últimas semanas, han aparecido diversas entrevistas, columnas de opinión, podcasts y seminarios virtuales relacionando la pandemia y los ya clásicos “problemas de la ciudad”. La pregunta ¿Cómo serán las ciudades post-covid? Se ha hecho común en estas instancias. En una rápida división de las posturas expresadas en diversos medios, destacan dos posturas principalmente.
Por un lado, están quienes entienden que la emergencia sanitaria ha desnudado las falencias de la calidad de la infraestructura y los servicios urbanos en gran parte de la ciudad, haciéndose evidente el déficit arrastrado por décadas. La pandemia se presenta como oportunidad de corregir dicho rumbo y mejorar los parámetros de diseño urbano, sobre todo en los sectores más vulnerables. Aparecen ideas para mejorar la movilidad urbana, aumentar la red de ciclovías o permitir el distanciamiento físico mediante veredas y espacios de ocio más amplios. Acortar distancias con una “ciudad a quince minutos”, oxigenar la red de transporte público con más subcentralidades y dotar de más equipamiento a la periferia. Los más aventurados plantean regular las superficies mínimas de la vivienda social y también privada, redescubriendo -al igual que el Ministro de Salud- el incremento del hacinamiento, conventillos, campamentos y precarias condiciones de las clases vulnerables, hoy con un alto nivel de inmigrantes.
Por otro lado, un grupo más crítico expone que las anteriores son propuestas necesarias, pero que debemos ir más allá y entender la crisis como un problema estructural de desigualdad urbana. En esta, encontramos barrios acomodados, concentrados en un área de la ciudad y con estándares de movilidad, calidad ambiental, espacio público y de vivienda comparables con las mejores ciudades del mundo. Mientras que a pocos kilómetros están los barrios más vulnerables, donde muchas de las calles ni siquiera tienen veredas, las ciclovías están improvisadas, los espacios públicos deteriorados, y las viviendas no cuentan con las condiciones para realizar las tareas habituales, mucho menos practicar el teletrabajo, educación de los niños o el cuidado de la tercera edad, aumentando la violencia de género e infantil.
Tal como manifiesta este segundo grupo, la narrativa de la ciudad post-covid no sólo debe entenderse desde la contingencia, sino, desde una perspectiva histórica. Entonces, ¿cómo serán las ciudades “post-covid”?, lo cierto es que serán muy similares a las ciudades actuales si no se discute sobre el modelo político-económico y la toma de decisiones. No habrá ciudades justas si no retrocede la privatización de los derechos sociales y los bienes comunes, si no se deja de imponer un modelo de desarrollo economicista, si no se radicaliza la democracia y, si no se reconoce a todos y todas como iguales en la ciudad.
La ciudad es un producto social inherentemente político e ideológico, que en el caso chileno presenta se funda en principios neoliberales impuesto en dictadura y consolidado los últimos 30 años; despolitizar la discusión y ponerla en un ámbito preferentemente técnico de planificación urbana neohigienista no será más que una nueva reflexión infértil. Surge entonces la necesidad de un tercer tipo de respuesta, una que reflexione sobre propuestas que surgen del actual contexto pero poniendo el foco en el desarrollo de una agenda urbana “posneoliberal”.
Es en este punto donde surgirán propuestas realmente sostenibles para una nueva ciudad, una que permita la socialización las tareas domésticas y de cuidado para disminuir las brechas de género, una que reconozca la diversidad de capacidades, una que redistribuya lo que produce y que sea aprovechable por todos y todas. También nos daremos cuenta de que no podrá ser una discusión entre políticos y técnicos, sino que se deberá construir colectivamente. Es momento entonces de replantearnos las respuesta, pero también las preguntas.