La emergencia sanitaria irrumpió, alterando el programa anual de clases en un sistema que está organizado para la interacción presencial de la enseñanza-aprendizaje. Ante esto, en los últimos tres meses hemos visto los esfuerzos de las escuelas y liceos por implementar la modalidad de educación a distancia y todo indica que estos intentos por continuar educando tendrán que extenderse un buen tiempo más.
Para que la educación a distancia y en particular el formato en línea pueda funcionar, se requieren algunas condiciones tanto en lo técnico, como en lo social. En lo técnico, contar con un computador y/o celular con servicio de Internet. En lo social, que el estudiante disponga de las condiciones de espacio y tiempo para poder “trabajar” y, que el grupo familiar o al menos uno de sus integrantes pudiera apoyar la actividad, no sólo desde la supervisión, sino que preferentemente desde el acompañamiento.
En relación a la implementación de esta modalidad de educación de emergencia, hemos observado que la “inasistencia” a clases ha sido importante, las escuelas reportan que las y los estudiantes no han “asistido” a las clases online como se esperaba. Esta situación es más compleja conforme el nivel de vulnerabilidad se incrementa, lo que instala una directa proporción entre el nivel de ingreso y el acceso a la educación en línea, lo que viene a reforzar una vez más la desigualdad estructural que caracteriza nuestro sistema educativo. Empero, pareciese que la insistencia en continuar los procesos educativos del modo que sea posible no advierte esta nueva lógica de exclusión educativa.
Ahora bien, la cuestión que nos ocupa en esta reflexión no es el componente de infraestructura o conectividad, pues esto se puede resolver, no de forma inmediata, pero tienen solución. Lo que nos ocupa es otra dimensión de la problemática: la familia.
A partir de la experiencia de Saberes Docentes en convivencia escolar con comunidades escolares desde hace más de 15 años, hemos advertido que la percepción general es que los padres, madres y apoderados son los que más distancia tienen con la escuela en términos de acompañar los procesos formativos. Hay que poner el énfasis en que, en muchos casos, éstos se encuentran imposibilitados de desarrollar acompañamiento a sus hijos e hijas porque no cuentan con las posibilidades, competencias, tiempo o espacio para hacerlo, sea cual sea la razón, su rol o figuración en el actual contexto deberá ser objeto de reflexión.
Esta crisis sanitaria, humanitaria y educativa, nos ofrece la oportunidad para situar esta cuestión en un punto que lo aleje de la queja tradicional de la escuela respecto del papel de los padres, madres y apoderados y nos permita preguntarnos cómo desde las comunidades escolares hemos contribuido a promover un rol más integrado y colaborativo de este actor en el proceso educativo.
Luego, vale la pena hacerse una vez más la pregunta: ¿cuál es el rol de los padres, madres y apoderados en la escuela?, ¿qué papel juegan en la motivación y disposición al aprendizaje de sus hijas e hijos?, ¿deben comprenderse como fiscalizadores de los docentes y la gestión escolar?, ¿son formadores?, y si esto último fuera así ¿formadores en qué sentido?.
Desde la vereda del saber docente y de las comunidades educativas es importante preguntarse también por cómo la escuela ha significado el rol de las familias en el proceso educativo de niños, niñas y jóvenes. ¿Qué mensajes se transmiten en la cotidianidad escolar sobre el papel formativo y colaborativo que juegan las familias? O si se quiere, ¿con qué herramientas cuentan las escuelas para potenciar el rol de los padres en la formación de sus hijos e hijas?
Hemos venido insistiendo hace tiempo ya, en la necesidad de incorporar sellos que den identidad a las comunidades educativas, identidad que permita generar compromiso y disposición a integrarse en la escuela mediante la participación y el trabajo colectivo. Bajo esta lógica, el vínculo entre la escuela y la familia hace años cobra relevancia en la investigación educativa, en tanto se definen como las dos grandes instituciones educativas a disposición de las niñas, niños y adolescentes, en su trayecto a convertirse en sujetos políticos ciudadanos; ambos agentes socializadores trascendentales para generar la capacidad de autonomía y la construcción de saberes en éstos, razón por la cual el trabajo conjunto y colaborativo entre escuela y familia es imprescindible.
En el actual escenario socioeducativo, el resignificar y transformar la relación ‘familia-escuela’, asociándola a las nuevas formas de hacer y aprender, deviene como un desafío fundamental para el desarrollo de la convivencia escolar en este particular contexto y hacia el futuro.
En efecto, mucho se dice hoy por hoy a propósito de la virtualización de las relaciones y de las potencialidades de la educación a distancia, por ejemplo, que éstas han llegado para quedarse. Si esto es real, no cabe duda que el replantearse la relación familia-escuela en este nuevo contexto relacional y educativo, es una tarea primordial para apuntar a la enorme lista de pendientes que le quedará a la escuela después de esta pandemia.
Con todo, debemos dar con la clave que nos permita (re)encontrar el sentido a la educación y con eso también una educación en modalidad a distancia, logrando que sus convocatorias sean realmente significativas tanto para los/as estudiantes como para los/as adultos/as que acompañan esas trayectorias educativas.