En momentos en que la pandemia del COVID-19 está provocando crisis sanitarias, político-sociales y económicas en diferentes lugares del mundo, al mismo tiempo que cambia nuestros hábitos a los que solíamos estar acostumbrados, en Palestina nada es muy diferente.
De crisis sí que sabe Israel, país que durante el último año ha llevado a cabo 3 elecciones, junto además a un Benjamín Netanyahu acusado de soborno, fraude y abuso de confianza en tres casos distintos, quien recién hace algunas semanas pudo alcanzar un acuerdo de gobierno de unidad con el líder del partido Azul y Blanco, Benny Gantz.
Así, el contexto de la crisis del COVID-19, propició a que la “democracia” israelí acordara que ambos se alternarán el poder en un periodo de 3 años, pero bajo el denominador común de seguir adelante con el plan de anexión del Valle del Jordán, territorio palestino ocupado en Cisjordania.
Es que la colonización de Palestina no ha tenido color político en Israel desde 1948, y al parecer tampoco la tendrá. Es prioridad nacional y así lo han dicho los diferentes líderes israelíes. Ze’ev Jabotinsky, inspirador del Likud, partido del actual primer ministro Netanyahu, lo había dicho mucho antes: “No podemos dar ninguna compensación por Palestina, ni a los palestinos ni a otros árabes. Por lo tanto, un acuerdo voluntario es inconcebible. Toda colonización (…) debe ser llevada a cabo desafiando la voluntad de la población nativa. Y puede continuar y desarrollarse solo bajo un Muro de Hierro que la población local nunca podrá atravesar. Esta es nuestra política árabe. Formularlo de otra manera sería hipocresía”[1], afirmando además que el Sionismo “es una aventura de colonización”[2].
En 1992, al asumir el poder Isaac Rabin, del partido laborista, quien posteriormente firmaría los llamados “Acuerdos de Oslo”, anunciaba que las nuevas directrices aprobadas por la dirección laborista, establecen que el futuro Gobierno “reforzará los asentamientos a lo largo de las líneas de confrontación”, es decir, en los principales lugares estratégicos: el Valle del Jordán y el Golán, habiendo sido también partidario de que se continúe la construcción en Jerusalén, lo que demuestra claramente que el gobierno laborista tampoco tuvo -aunque algunos lo crean- intenciones de detener la colonización durante el proceso de Oslo y por el contrario, como sus estrategias de asentamiento lo testifican, éstos aumentaron considerablemente.
Ante ello, muchos palestinos no entienden por qué la Comunidad Internacional se muestra sorprendida a una política que ha sido sistemática por los sucesivos gobiernos de Israel y lo más grave aún, intensificada post Oslo, cuando se suponía Israel detendría la construcción de asentamientos.
Si bien la anexión se enmarcaría en la “propuesta” estadounidense-israelí denominada “Acuerdo del Siglo”, lo cierto es que bajo una perspectiva histórica, lo que está por acontecer es una nueva fase de la estrategia colonial israelí, anteriormente bajo la justificación legal de los “Acuerdos de Oslo” y hoy bajo la justificación legal del “Acuerdo del Siglo”.
Y ante esta nueva fase, el Presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, ha vuelto a repetir que se “retirará” de lo establecido en Oslo y consecuentemente de los llamados acuerdos de seguridad con Israel.
Lo cierto es que, como muchos claman, llegó el momento de cambiar la estrategia. Dejemos que esta crisis nos abra de perspectivas para enfrentar el triste escenario que enfrenta Palestina. Oslo fue un fracaso, fue solo una fase del proyecto colonial israelí, que no solo gatilló el aceptar la “legalidad” de la colonización de la Palestina Histórica, sino que eso conllevó a que inevitablemente se colonizaran también nuestras demandas y narrativas.
Oslo cambió la óptica con que se miraba la problemática palestina, como la de un lugar aún por descolonizar, que exigía el retorno de los refugiados palestinos, para ahora adoptar la farsa de los dos estados, con el fin de satisfacer a la Comunidad Internacional que nada ha hecho por Palestina, forjando la premisa – desde ese entonces – que se trataría de un “conflicto” y por tanto entre supuestas dos partes iguales, mientras en realidad los palestinos lo que aceptaron fue enjaularse a cambio de un estado que aún no llega y que se ve cada vez más lejano.
Peor aún, los llamados acuerdos de seguridad, ineludiblemente hicieron entender que la víctima era Israel y no los palestinos. Pues la necesidad de seguridad era (y es) para el ocupante y entonces los palestinos (agresores bajo esta lógica) debían garantizar su seguridad. Insólito. Oslo evidenció entonces la agresión israelí como una necesidad, como si efectivamente actuase en su defensa propia. Se aceptó entonces la lógica colonial.
Ante ello, es vital volver a retomar nuestro lenguaje, a centrar a Palestina como un lugar por descolonizar y a no seguir hablando de la “solución de los dos estados” (no precisamente porque no esté de acuerdo con esa solución, sino que porque desvía la atención sobre lo realmente esencial), mientras de Palestina apenas queda un pueblo fragmentado, ocupado y encerrado en un 8% del territorio que tenía en 1948.
A 27 años desde los fatídicos Acuerdos de Oslo, Israel sigue tratando a los palestinos como el mismo grupo no deseado y colonizado, sean éstos “ciudadanos” de Israel, “residentes” de Jerusalén, ocupados de Cisjordania, bloqueados de Gaza o refugiados de la Diáspora. Y tal fragmentación en grupos es parte también de la estrategia colonial, que no obedece únicamente a una fragmentación territorial, sino que a su vez identitaria, que despedaza el tejido social y nacional palestino. Por eso, la movilización que requiere el movimiento palestino tampoco será fácil ni instantáneo.
Lo cierto es que anunciar retirarse de los Acuerdos de Oslo no significa nada, sobre todo si consideramos que Israel nunca los ha respetado. Por lo demás ponerle fin a ellos, significaría ponerle fin también a la Autoridad Nacional Palestina, creada precisamente por Oslo, y a eso no creo que esté dispuesto ni el liderazgo palestino ni el israelí.
Dada la impunidad con que Israel ha violado el derecho internacional en los territorios ocupados y tras el anuncio de anexión, no hay mejor oportunidad para que los palestinos abandonen finalmente un discurso que aparentemente solo satisface a una Comunidad Internacional que ha propiciado el marco para que Netanyahu con la excusa de la paralización de las negociaciones continúe con su política de colonización.
Los palestinos, a pesar de sus limitaciones y tergiversaciones, ya han otorgado mucho tiempo a la Comunidad Internacional que nada ha hecho por Palestina. La Comunidad Internacional por su parte, también ya le ha dado mucho tiempo a Israel para que cese con sus políticas, sin éxito. Ante ello, la oportunidad de cambiar estrategia no solo está en Palestina, sino que también en la propia Comunidad Internacional, la cual debe constatar que la verdadera estructura territorial actual no da más para seguir sosteniendo la tesis de los “dos estados” y que los enclaves palestinos (bantustanes) en realidad no son autónomos, sino que en su totalidad están gobernados por la ocupación militar israelí.
No es necesario esperar a la anexión para comenzar a pensar en sanciones, ya que la vulneración legal que da justificación a ella es más que evidente. Lo ha dicho así la Corte Internacional de Justicia, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y esperamos pronto que lo fortalezca así también la Corte Penal Internacional. Por ello, se debe actuar ahora para poner fin a la violación sistemática a la legislación internacional, pero también como una medida de presión preventiva ante la eventual anexión.
La estrategia de la Comunidad Internacional debe ser trabajar en presionar para transitar del apartheid actual a una estructura que permita la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos del territorio que compone Palestina-Israel, puesto que la anexión de Cisjordania sepulta de manera definitiva cualquier posibilidad a una solución biestatal, y lo que es peor aún, constituye un quiebre sin precedentes a los pilares fundacionales de nuestra Sociedad amparada en la Carta de las Naciones Unidas.
Ante ello, es que la Comunidad Internacional debe reflexionar y comprender que la situación actual es fruto, no solo de la desidia de Israel, sino que del trato preferencial y permisible que le han dado a éste. La Comunidad Internacional no hizo lo suficiente para materializar la solución de los dos estados, ni tampoco tuvo la voluntad de enfrentarse ante las acciones internacionalmente ilícitas de Israel, o incluso el reconocer al Estado de Palestina -salvo excepciones-.
Así, se deben diseñar políticas que apunten a las implicancias de la realidad actual (impuesta por Israel), pero de una manera efectiva en el que se sopesen las relaciones con Israel versus el supuesto deseo de mantener la arquitectura internacional actual que prohíbe, no solo el apartheid, sino que también la adquisición de territorio por la fuerza.
[1] Ze’ev Jabotinsky, The Iron Wall, 1923.
[2] Nur Masalha, La expulsión de los palestinos.