Al inicio de la cuenta pública, Sebastián Piñera se detuvo un instante para decir que en esta ocasión su cuenta pública debía ser diferente. Tenía razón en esta parte: vivimos tiempos recios, que muchos llevan con angustia, con incertidumbre en el plano sanitario y económico. Producto de la pandemia, hemos perdido familiares, han colapsado las redes de salud, hubo que hacer de tripas, corazón. Para muchos de nosotros, éste era un momento adecuado para que el Presidente reconociera los errores en la estrategia de salud, de asumir que no éramos Italia o España, que el discurso de “tenemos todo bajo control” pudo haber sido más humilde, que muchas ayudas llegaron más tarde de lo necesario, que no podíamos salir a tomar un café con los amigos en ese momento, que había que ser más ambicioso en el despliegue de beneficios para nuestra siempre tambaleante clase media.
No hay que ser opositor al gobierno (o PPD, con su impresentable llamado a cacerolear sin haber escuchado siquiera el discurso) para reconocer que todo esto requería un Ejecutivo ordenado y receptivo con sus partidos, con la oposición, con los ciudadanos, no solo para “unir la casa” y sortear las consecuencias de la pandemia, sino para comenzar a reconstruir los débiles lazos de nuestro sistema político, también en estado crítico desde octubre.
Porque el escenario, según las palabras del Presidente, era distinto. Y este cambio de circunstancias exigía cambios de estrategia, de tono y de equipo. Una parte se logró con el cambio de gabinete. Pero el corazón del Gobierno —Piñera y su segundo piso— no pareciera haber cambiado todo lo que se requiere hoy en día. El discurso permitía ver qué orientación iba a seguir este nuevo modelo, pero, por los signos que dio, parece que seguirá en la misma tónica anterior. Con los días veremos si habrá espacio para que los nuevos ministros puedan desplegarse y así estabilizar al gobierno.
Hay que reconocer algunas cosas: fue un discurso correcto, sobrio, con anuncios importantes en materia sanitaria, de reactivación, o medio ambiente. El tono del Presidente mejoró, se lo vio más pausado y reflexivo en ese Congreso semivacío. Pero eso no es suficiente. Como bien reconoció, se requiere pensar en “un futuro a construir juntos”, pero esto tiene que ser más que un par de referencias a la paz, los acuerdos, los Padres de la Patria y Gabriela Mistral.
En el discurso de ayer, Piñera podía comenzar a dibujar un horizonte mucho más sustantivo, bajo en cual pudiera gobernar este año y medio que resta, dejando instalado, a la vez, un futuro para su coalición arrasada. La idea de reunificar Chile puede ser un buen esquema, pues le permitiría incorporar nuevos temas y aproximaciones a ellos: la fractura del tejido social, la polarización política, la falta de condiciones dignas de algunos compatriotas, reincorporar a los empresarios, o reunir el aparato productivo con el cuidado del medio ambiente. Todas metas ambiciosas, para un político ambicioso como Piñera.
Sin embargo, no pasó nada fuera de lo común, y más allá del buen tono del presidente, todo lo anterior no pasó de ser un amague.