Pablo Longueira: “votaré apruebo, seré candidato a la Contituyente y a la presidencia de la UDI”. Joaquín Lavín: “soy un socialdemócrata y creo que Chile necesita un gobierno de centro, que incorpore muchos conceptos de la socialdemocracia europea”. Heraldo Muñoz: “Hay que recuperar a la izquierda socialdemócrata. Yo estoy por un cambio tranquilo”. Gael Yeomans: “a mí me parece que si hay espacio para que un liberal de tomo y lomo se diga socialdemócrata, es porque hubo una izquierda que abrazó el neoliberalismo, bajo el humo de la tercera vía”.
Los últimos posicionamientos de algunas dirigencias políticas, en gran medida determinadas por el inicio de la campaña para el plebisicito, han tratado de redefinir conceptos instalados en la política chilena y cruzar fronteras. O defenderlas. La instalación de la idea del triunfo irrefrenable del “Apruebo” ha dejado un amplio margen para quienquiera interpretar esta opción a su manera. Para algunos, la bandera del “Rechazo” está perdida, por lo que habría que prepararse para la madre de todas las batallas, acto seguido. Para otros, la idea de un cambio tranquilo podría parecerse al devenir de la política de los últimos lustros, tiempo que seguramente es recordado con muchas nostalgias. Y, para otros, sería el momento de transformar en preceptos constitucionales la idea de que “No son 30 pesos, son 30 años”, es decir, que es un modelo el que está en cuestión y con ello también quienes han sido sus detentores.
Llama y no llama la atención que Lavín y Longueira, dos dirigentes surgidos del corazón de la UDI, partido que fundacionalmente aspiraba a ser minoritario pero a defender el orden de la dictadura, sean adalides del Apruebo. Pero bien lo explica Longueira: “No tengo duda de que la inmensa mayoría de los chilenos, que son moderados, quiere que rescatemos lo mejor de la actual Constitución y consensuemos los cambios necesarios para la que viene. En la crisis, la gente busca la moderación, no los extremismos”, indicó. Sometido a análisis de discurso, es tan evidente como legítimo que lo el ex senador y ex ministro busca es defender la constitución vigente en todo lo que sea posible, en el entendido de que el escenario es adverso. Lo suyo sería un Apruebo táctico para un Rechazo estratégico.
En esa línea se inscribe Lavín y, junto con su adhesión al apruebo, su autodefinición de socialdemócrata. La afirmación, obviamente, se apoya en el retroceso de ese sector a nivel mundial, luego de oscilar entre una alternativa al neoliberalismo o su simple maquillaje, con resultados disímiles. Preguntas que quedan de herencia luego del aire doctrinario con que la llamada Tercera Vía quiso renovar a la socialdemocracia, arrinconada hace casi tres décadas entre la caída de los socialismos reales y el avance sin contrapeso del capitalismo. Teniendo a Anthony Giddens de la London School of Echonomics como mentor, y a Tony Blair como vehículo movilizador, estas ideas representaron, en opinión de Giddens “la renovación de la socialdemocracia en un mundo en que las ideas de la antigua izquierda han quedado obsoletas, mientras que las ideas de la nueva derecha son inadecuadas y contradictorias”. Dispuesta a explicar las consecuencias de esta apuesta política e ideológica, cuando le preguntaron a Margaret Thatcher cuál fue su mayor aporte a la política del Reino Unido contestó con dos palabras: “Tony Blair”.
El propio Pablo Longueira señaló el día de la primera cuenta pública del presidente Piñera, el 21 de mayo de 2010, que “lo que ha ocurrido aquí es que hay muchos dirigentes de la Concertación que recién se están dando cuenta de que gobernaron con las ideas de la derecha” y agregó que le “parece normal” que los representantes de oposición sientan que existen “varias cosas continuistas”, ya que, a su juicio, “los veinte años de ellos fueron mucho más de derecha que los de Jorge Alessandri”.
Estos cruces y defensas de posiciones aluden, en última instancia, al cuerpo de ideas con que se quiere sostener el Apruebo. En principio, es muy legítimo que esa opción represente más de una cosa a la vez, puesto que una constitución debe ser la expresión de un consenso social amplio. En esa misma amplitud anida, sin embargo y al mismo tiempo, el riesgo de la vaguedad, que podría llevar a que luego de tanto esfuerzo, la nueva constitución termine pareciéndose mucho y/o demasiado a la actual. Una falta con la cita de la Historia que se debe evitar, puesto que aquí lo que está en juego es, ni más ni menos, la renovación del contrato social entre la institucionalidad y esta comunidad diversa que habita el territorio de Chile.