Las burbujas están entre las cosas más bellas que pueden existir, quizás porque casi no existen. Alguna vez nos dijeron que era inaceptable que en una radio pública leyéramos a Miguel Serrano, poeta maravilloso y paradojal militante nazi, pero para estos efectos lo citamos cuando dice: “La flor inexistente, la única por la que vale la pena dar la vida, porque no existe”. Más directamente sobre el punto, Antonio Machado decía “yo amo los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles, como pompas de jabón”. Quién no recuerda de su niñez lo difícil que era dar con la proporción exacta de agua y jabón para lograr que saliera una burbuja de una boquilla, y cuanta felicidad producía. Todo eso es poesía, pero está en las antípodas de esta otra burbuja, la que motiva este comentario, aquella en la que vive la élite cuando el resto de las personas de la comunidad son arrastradas a una crisis que se agrava y agrava su vida diaria.
Burbuja es aquella en la que viven nuestras autoridades, cuando independientemente de sus legítimas posiciones partidarias e ideológicas, renuncian a una de las funciones indispensables de la política, que el filósofo y columnista de derecha, Hugo Herrera, definió en entrevista con Radio Universidad de Chile como “ser un mediador en lo que ocurre en la sociedad, entre el polo ideal y el polo real. Debe articular los anhelos populares, ofrecerles cauce con ciertas palabras y discursos”. Es decir, lo contrario de lo que ha ocurrido desde octubre del año pasado, cuando muchedumbres han pedido que el país avance en una dirección, mientras el Gobierno ha preferido una posición de atrincheramiento, habiendo tenido tantas oportunidades de conducción a la mano. La recurrencia al Tribunal Constitucional por el segundo retiro del 10 por ciento, respecto a la cual era previsible el enardecimiento constatado desde entonces, es la última demostración.
Burbuja es en la que incurre buena parte de los medios de comunicación, cuando frente a las manifestaciones muy mayoritariamente pacíficas, optan por dos caminos: invisibilizar, como ocurrió ayer cuando en la televisión pública, a la hora de las protestas, se transmitía la serie bíblica Moisés; o la estigmatización, cuando un grupito que rompe un semáforo vale más que miles manifestándose políticamente durante horas. Según la reflexión construida en torno al derecho a la comunicación, demanda que el Colegio de Periodistas espera ver reflejada en la nueva constitución, una de las condiciones para que se cumpla es que la comunidad se vea reflejada en los contenidos de los medios que operan en su territorio. Asunto que no ha ocurrido en muchos casos y que explica, desde el estallido social hasta hoy, la inédita animadversión de la ciudadanía movilizada contra diarios y canales.
Burbuja es la del gran empresariado, representada en el presidente de la CPC y dueño de Empresas Sutil, Juan Sutil, quien señaló que muchas personas no querían volver a trabajar para no perder los beneficios, cuando es evidente que la falta de ayudas está en el corazón de la crispación que se vive hoy en Chile. Por citar solo un dato para contrarrestar esta peregrina afirmación, la Encuesta COVID-19 del Ministerio de Desarrollo Social indica que el 59 por ciento de los hogares ha disminuido sus ingresos como consecuencia de la pandemia.
Cuando las bellas y casi inasibles burbujas que mencionábamos al principio del comentario, las de nuestra niñez, explotaban, había un estallido de felicidad fugaz y no pasaba nada más. Se deshacían en el aire y la vida continuaba. Cosa muy distinta a lo que ocurre con estas pesadas burbujas de las élites, que impiden ver, que impiden el diálogo y la construcción de comunidad, que afectan la vida cotidiana de las personas y alimentan el justificado enojo de los ciudadanos.