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Año XVI, 18 de abril de 2024


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Oportunidades de una crisis para construir un mundo común… La experiencia del tiempo en la educación

Columna de opinión por Patricia Hermosilla–Salazar
Jueves 26 de noviembre 2020 19:48 hrs.


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Imaginemos una gran habitación llena de ojos, voces, historias, deseos, misterios, miedos (…) Regalémonos un aula como un espacio simbólico de expresión, de reinvención, un aula donde podamos escuchar el mundo de la vida invadiéndolo todo, invadiéndonos.” (Marisol Anguita, 2014)

 

En mi labor como formadora de formadores ha sido recurrente la preocupación por la vivencia del tiempo en la formación docente y de igual manera, su relevancia en los procesos de enseñanza y aprendizaje en la escuela.  Aspecto crítico en la medida que comprendemos que la educación ha sido reducida a un producto, realidad en la cual el tiempo se ha constituido en una tecnología, un recurso, cuyo sentido es la homogeneización de la experiencia, el control burocrático de ella y su finalidad es el logro de objetivos previamente determinados en cada aula e institución educativa.

Perspectiva técnico-racional del tiempo (Hargreaves; 1996), que nos hace pensar en la vigencia de los planteamientos de Tyler respecto del curriculum en la escuela, que proponía la división de la vida en conjuntos de categorías manipulables. Enfoque instrumental que se plantea en una linealidad impecable, puesto que el tiempo es tratado como un factor objetivo y finito en el que se fragmenta la vida para su “administración veloz”.  Racionalidad que reduce y simplifica nuestra condición de seres humanos que con nuestra historia y contexto vivimos en el tiempo.  En este sentido nos ayuda profundizar De Vita (2007: p.50) que se refiere a la pedagogía del capital desarrollada por el capitalismo que propone e impone “relaciones humanas y sociales inclinadas hacia el intercambio mercantil (…) la extrañeza de la experiencia ajena, lo superfluo de las relaciones que sean ajenas “a cualquier valoración propiamente productiva.”

Es por ello oportuno preguntarnos en las actuales condiciones de virtualización “obligada” que se vive en la escuela (y en la universidad) tanto por los docentes como los estudiantes ¿cómo podemos recrear la relación entre el tiempo de la educación y el tiempo de la vida? Esta no constituye una pregunta nueva en la educación, sin embargo, me parece que existe la urgente necesidad de construir sentidos renovados para la experiencia educativa que permitan una original relación entre el tiempo de la vida y el tiempo de la educación (dentro de las instituciones) que dé consistencia y sostenibilidad a las prácticas educativas de todos los sujetos que participan de ella, potenciando la capacidad de vivir con otros y de actuar en común (Braidotti, 2019; .Garcés, 2013 ).

Es evidente que frente a esto no hay soluciones automáticas o mágicas sino que una vez más estamos frente a un importante debate que requiere de nuestra creatividad que debe contemplar en su complejidad los diferentes niveles que van configurando la experiencia educativa y tensionando los tiempos dentro de las instituciones, que considere por un lado, las concepciones políticas, pedagógicas y del conocimiento problematizando ¿cuáles son las finalidades y valores que se priorizan en el sistema educativo?, ¿cuál es la concepción de la calidad educativa?, ¿qué importancia se da a los procesos y resultados?, ¿cuáles son las concepciones del conocimiento y qué contextualización se hace del saber? ¿de qué manera se organizan los contenidos?.  Y al mismo tiempo, examine las cuestiones del orden biográfico, cultural y social profundizando por ejemplo en ¿cuáles son los tiempos que viven los niños, las niñas, los jóvenes y los adultos (docentes, familias, y todos quienes participan de la actividad educativa)?, ¿cuáles son los saberes de la experiencia vivida, ¿cuáles son las necesidades, contextos sociales y culturales que se encuentran en las salas de clase?

Requerimos de un diálogo pedagógico (Freire, 2008) entre quienes participamos de la experiencia educativa que permita recrear la relación entre el tiempo de la educación y el tiempo de la vida, en la cual se amplíen y enriquezcan las oportunidades, lugares y momentos de aprendizaje.  ¿Cómo realizar esta práctica dialógica? Allí radica parte de nuestro desafío de hoy: vivir esta escuela de emergencia como un espacio simbólico donde el tiempo sea vivido en su condición de devenir, la subjetividad reconocida en su importancia dando espacio a la diversidad, la diferencia y la singularidad de las personas; aceptando que es imposible calcular, controlar y medir la totalidad de la experiencia humana.

Aporta en este sentido la perspectiva de la pedagogía lenta (Doménech, 2009; Ritschers, 2011; Zavalonni, 2011) que pensada para la educación infantil, concibe una estrecha vinculación entre la pedagogía y el cotidiano, criticando que el objetivo principal (y casi exclusivo) de la educación sea el logro eficaz de ciertos resultados y con ello, el entrenamiento de evaluaciones estandarizadas.  Proponiendo repensar la “productividad”, el derecho a detenerse, la reconquista del tiempo personal y la reivindicación del cansancio, todas cuestiones importantes para “desacelerar” la vivencia del tiempo y descubrir en primera persona los ritmos del aprendizaje, que orienten la didáctica de la enseñanza de los docentes, posibilitando lo que Arendt (2011) identifica como la potencia humana de traer la novedad al mundo de todos quienes participan de la experiencia educativa.

 

La autora es académica del Departamento de Estudios Pedagógicos. Facultad de Filosofía y Humanidades.  Universidad de Chile

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.