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Año XVI, 29 de marzo de 2024


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‘Si eres sabio, ríe’. El malhumor colonial y la risa oportuna

Columna de opinión por Maximiliano Salinas Campos 
Martes 19 de enero 2021 12:05 hrs.


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“No es hora de jolgorios para matar la pena y la soledad. Vivimos horas de duelo. No hay nada que celebrar.” La pandemia, peor que el terremoto, editorial de El Mercurio, Valparaíso, 11 de enero de 2021. 

“Si eres sabio, ríe”. Gastón Soublette, Sabiduría chilena de tradición oral (refranes), Santiago: UC, 2009, 21. 

 

La editorial de El Mercurio de Valparaíso, periódico más antiguo del mundo de lengua castellana, habla a piedrazos. Expresa el sentimiento trágico sino macabro de la vida. Un malhumor opuesto a la sabiduría recogida por Gastón Soublette de la tradición popular chilena. El diario porteño responde a la pedagogía colonial de un tiempo que conocimos y que no acaba de extinguirse. Los Estados modernos y sus comunicólogos apostaron por el control psicológico de la población. Desde la modernidad temprana los gobiernos europeos de América colonial idearon sistemas de disciplina política, ética, cultural. La Inquisición se instala para difundir la pedagogía del miedo. 

La risa, natural, abierta y desbocada, pasó a ser prohibida. Expresión de salud física y mental, no era oportuna. Se la asoció a la obscenidad y a la desvergüenza, a los herejes y pecadores: a quienes no respetaban el sagrado derecho de vivir en un valle de lágrimas. La risa, castigada, sin embargo, fue el arma cotidiana del pueblo. Los indígenas hicieron reír al mismo Cristo crucificado haciendo el amor delante suyo (Eduardo Galeano, “Bailan los indios a la gloria del Paraíso”, Memoria del fuego. Las caras y las máscaras, II, 76). 

La Europa monárquica de los siglos XVI al XIX resguardó sus dominios ultramarinos con culpas y sustos. El cuco de Dios, el infierno, y el purgatorio. Virreinatos y capitanías normaron la denuncia y el espionaje como malas costumbres para asegurar la legitimidad de la penitencia y del toque de queda. Se decretó la muerte como castigo divino. Los indígenas eran culpables por el solo hecho de existir fuera del orden católico romano. El terror se prolongó por siglos: “De alguna manera pensamos en los terribles Cristos españoles que nosotros heredamos con llagas y todo, con pústulas y todo, con cicatrices y todo, con ese olor a vela, a humedad, a pieza encerrada que tienen las iglesias […] hasta que se convirtió todo aquello en la religión del suplicio, en el peca y sufre, en el no pecas y sufres, en el vive y sufre, sin que ninguna escapatoria te librara” (Pablo Neruda, Confieso que he vivido). 

Los Estados imperiales de los siglos XIX y XX pulieron los sistemas de control cultural, ético, psicológico. Los políticos capitalistas y socialistas reales del siglo XX regimentaron a más no poder la vida de los pueblos durante la Guerra Fría. Dictaron la pena y el duelo. La liberación sexual vivida en Checoslovaquia desde fines de la década de 1940 -los promisorios estudios sobre el orgasmo femenino de 1951- fue frenada con la ocupación soviética de 1968 (Katerina Liskova, Sexual liberation, socialist style: communist Czechoslovakia and the science of desire, 1945-1989, New York, 2018). La liberación política y cultural vivida en Chile desde la década de 1960 -Allende bautizó su revolución con ‘chicha y empanadas’ en 1962- fue frenada con la ocupación norteamericana de 1973 (Jonathan Haslam, The Nixon administration and the death of Allende’s Chile: a case of assisted suicide, New York, 2005). 

La celebración del Concilio Vaticano II en la segunda mitad del siglo XX enterró el tradicional mundo de la opresión cristiana. No más amenazas y castigos. ¿Qué hicieron los Estados poderosos para seguir sosteniendo la pedagogía del espanto? ¿Dónde reclutar misioneros e inquisidores para reemplazar virreinatos y capitanías? ¿Cómo perseverar el control psicológico y mental de la población? Se recetó una catequesis política impartida ya no con misas dominicales o acotadas cuaresmas de ayuno y abstinencia. Se propuso ahora una cuarentena prolongada, ojalá sempiterna. La hipervigilancia del Estado auxiliada por avanzadas técnicas de comunicación de masas. La comunicología del miedo. Con un horario de veinticuatro horas, los periódicos y diarios – esa es la palabra – obsecuentes con los miramientos coloniales, cumplen las tareas que persiguieron en otro momento los sermonarios del cielo y del infierno de Occidente. Con su torpeza, es verdad, no han conseguido reconocer la realidad y la belleza de la Tierra. Según Gabriela Mistral: “El Mercurio me paga mi sueldo generosamente, pero no tiene ninguna voluntad de publicar lo que le mando, por parecerle malo” (Carta a Carlos Préndez Saldías, 1932). Pablo Neruda acusó al periódico más veterano de Chile: “¿De qué le servían ciento cincuenta años de vida a ese periódico? En tanto tiempo no aprendió a respetar la verdad, ni los hechos, ni la poesía.” (Confieso que he vivido). 

La pedagogía colonial históricamente se ha mantenido a duras penas. 

El historiador ruso de la risa Mijail Bajtin demostró que la comicidad popular y el realismo grotesco desbordaron la seriedad de la Europa medieval y renacentista. Más tarde la modernidad extendida en los extramuros coloniales de Europa volvió a desalojar la risa de sus territorios. La comicidad desvergonzada pasó de nuevo a ser inaceptable. Según Hobbes las grandes personas, great persons, podían vivir sin reír. Modernidad y sacrificios humanos. No es casualidad que un sabio inspirador del Concilio Vaticano II, el acontecimiento que cuestionó en su raíz el lenguaje conservador de Occidente, reivindicase el humor sano y bueno. Karl Rahner, en su breve y contundente teología de la risa, recuperó la experiencia histórica del carnaval (Karl Rahner, “Pequeña teología de la risa”, El año litúrgico: meditaciones breves, Barcelona, 1966). 

La hipervigilancia colonial aburre con su fáustica pretensión de explotar y dominar el mundo. Aunque hagan lo imposible por lograrlo, la Tierra, ¿pertenece a los poderosos? Como cantan los bellos salmos de Israel, ésta está reservada a los humildes, convocados a cuidarla sin avidez y con alegría. “Felices los humildes, porque ellos heredarán la Tierra” (Salmo 37,11; Mateo 5,4). Ellos comparten la risa del universo. No necesitan leer ni menos coleccionar los periódicos alarmistas y descreídos del malhumor colonial. A lo más les servirá para envolver la basura (Jürgen Moltmann, Le rire de l’univers. Traité de christianisme écologique, Paris, 2004). 

Encarnan la sabiduría de la tradición oral chilena: “Si eres sabio, ríe”.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.