En época de elecciones, el regreso a clases presenciales se ha transformado en una medición de poder entre muchos actores que están situando en primer lugar sus propios intereses en vez del interés de niñas, niños y jóvenes que han cumplido un año sin asistir a sus escuelas. Como siempre, las personas sin voz son aquellas que van quedando rezagadas.
En un país centralista y jerárquico como Chile, pareciera que solo nos enfrentamos a una dicotomía: Volver o no volver a clases presenciales. La incapacidad de diálogo, los mensajes enviados a través de medios de comunicación y redes sociales solo profundizan las diferencias en un conflicto donde nadie se va poder declarar triunfador porque las soluciones tendrán que ser en función de la realidad que viva cada comunidad educacional. Sin embargo, nos enfrentamos a que la comunidad escolar, si bien existe como concepto y abstracción, en la práctica son pocos establecimientos educacionales en el país que tienen comunidades escolares consolidadas.
La pandemia, la educación a distancia, los dolores, carencias y pérdidas, así como los compromisos, las lealtades, los esfuerzos de muchos, la solidaridad, nos pusieron en un lugar desde el cual podíamos ver la vida rutinaria de la educación en que tenemos tantas prácticas, buenas y malas, que están normalizadas. En Fundación Semilla nos dimos el espacio de reflexión para pensar y proponer la “nueva escuela” que debe surgir tras la superación de la pandemia.
El punto cuarto de nuestro decálogo de la “nueva escuela” nos invita a entender que la escuela es una comunidad. “Durante esta crisis quedó en evidencia cuán poco era el conocimiento entre las personas que componen la comunidad escolar; en general las relaciones estaban circunscritas a los muros del establecimiento. Es por esto que se hace prioritario crear y fortalecer los vínculos existentes en cada comunidad educativa, potenciar la generación de lazos efectivos y afectivos que desborden la simple pertenencia a un establecimiento. Es fundamental cuestionar el modelo de escuelas a gran escala, que imposibilitan relaciones comunitarias, y empezar a intencionar comunidades más pequeñas, y a escala humana”.
Esta será una buena oportunidad para ejercitar la vida en comunidad, para dialogar y llegar a acuerdos en torno a cómo retornamos a la escuela. Será responsabilidad de los directivos de cada escuela de convocar, provocar conversación, buscar acuerdos e implementar las soluciones para lo que será el año escolar 2021, entendiendo que serán las autoridades sanitarias quienes prosigan en su campaña de vacunación y prevención, así como los sostenedores quienes apoyen a las comunidades escolares en el camino elegido para cada una de ellas.
Es difícil vivir en comunidad porque requiere de compromiso y generosidad, de cuidar el lenguaje, de participación y de liderazgos horizontales capaces de buscar, con persistencia y paciencia, los acuerdos. Vivir en comunidad no se trata de imponer mi posición, sino que entender que otros tienen algo o mucho que aportar. Por ello, no transformemos la vuelta a clases en una medición de fuerzas y de poder.
* El autor es presidente de Fundación Semilla