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¡Santiago y a ellos!: la caballería extraviada de 1973

Columna de opinión por Maximiliano Salinas
Lunes 22 de marzo 2021 19:53 hrs.


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“Todos los que baten ese huevo pobre de la guerra están locos o gagás.”

Gabriela Mistral a Matilde Ladrón de Guevara, 1951.

“Entre estas dos formas de luchar que son el amor y la guerra, [Alonso de Ercilla] ha escogido la última, por más franca y segura.”

Jaime Eyzaguirre, Discurso de incorporación a la Academia Chilena de la Lengua, 1957.

Si buscamos un reencuentro real de chilenas y chilenos en este año 2021 tenemos que encontrar las raíces que hicieron pedazos nuestra comunidad humana. Esto nos conduce al quiebre insensato de la convivencia social en 1973. ¿Qué ocurrió entonces? La elite chilena, parapetada en el miedo y la adversidad, perdió la cordura. Esto obedece a un extenso proceso colonial. Pero en el siglo pasado se llegó a una crisis psicológica y social aguda, exasperante. La elite quedó atrapada en su enajenación. Esto lo avizoró José Donoso en El obsceno pájaro de la noche de 1970. Una minoría quijotesca venía hacía rato inventándose libros de caballería. Nunca fueron muchos. Pero con los años se fueron juntando libros, lecturas y lecturas. Al fin, como le sucedió al hidalgo de la Mancha castellana, de tantas lecturas se secó el cerebro y se perdió el juicio. “Asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo” (Quijote, Parte I, Capítulo I).

Desde la década de 1930 la elite letrada de la caballería comenzó a buscar lugares comunes para encontrarse y acopiar libros. Deslumbrados en el ideal de la llamada por entonces madre patria quedaron clausurados en un hispanismo hermético. Los más afortunados rastreaban in situ la madeja central del ser en el tiempo. Así lo hizo el autor de una historia de Curicó publicada con una dedicatoria sorprendente en 1943: “A la memoria del capitán de caballería don Manuel Antonio de la Fuente Besoaín, muerto por los indios, querido bisabuelo curicano, dedico esta obra con veneración” (Juan Mujica, Antigüedades curicanas, Curicó, 1943). “Y lo primero que hizo fue limpiar unas armas que habían sido de sus bisabuelos, que, tomadas de orín y llenas de moho, luengos siglos había que estaban puestas y olvidadas en un rincón” (Quijote).

Las quimeras de la caballería chilena debían ser protagonizadas por hidalgos. Nada de villanos, menos de plebeyos…, o de indígenas y mujeres. Gabriela Mistral escribe hacia 1951: “Parece que hay en nuestra América un furor español de última hora. Pero por qué eso de no decirle ‘sí’ al espejo. Repito esto porque aquí, precisamente aquí, adonde nuestros godos fabricados me llueven. Me cuesta bastante no soltarme a reír.” (Gabriela Mistral a Alone, ¿octubre de 1951?, Antología mayor. Cartas). Francisco Encina, terrateniente y letrado del Valle central, publica entre 1940 y 1955 los veinte tomos de su Historia de Chile desde la prehistoria hasta 1891. Volúmenes de sobra para secar el cerebro, con su elogio majadero de la aristocracia ‘castellano-vasca’. “¡Ay, don Pancho / Panchisco / Pancho Encina! / Bajo su sombra encinera / prestidigitó / la historia / de nuestro angosto Chile”, satirizaba la revista Topaze (Pablo Noduda, Oda al tomo noveno de la Historia de Chile, Topaze, 3.4.1964). Publicado en 1948, un emblemático libro de historia titulado Fisonomía histórica de Chile, invocando un ideal católico e imperial, imaginó el tiempo nacional como las hazañas masculinas del “Caballero de la Ardiente Espada, que de solo un revés había partido por medio dos fieros y descomunales gigantes” (Quijote). ¿Los gigantes de Chile? Los indios ‘paganos’, los afrancesados ‘descreídos’: en fin, los enemigos del ideario y ruta hispanista del siglo XX.

En la década de 1960 los letrados se prepararon para arduos combates. Uno de ellos propuso como única salida histórica universal al emperador de la España católica del siglo XVI (Vigencia de Carlos V: Sergio Fernández Larraín, 1962). Un clérigo tomista expuso los fundamentos éticos y filosóficos para acabar con la izquierda desalmada (Variaciones sobre el tema del anticomunismo: Osvaldo Lira, 1962). Obsequiada por el ejército español en 1963 se erigió en Santiago la estatua ecuestre de Pedro de Valdivia que terminaría en la plaza de Armas. En 1968, al morir trágicamente Jaime Eyzaguirre, el autor de Fisonomía histórica de Chile, sus discípulos no trepidaron en compararlo con don Quijote de la Mancha. Pero entendido al revés de Cervantes: “Un Quijote cuerdo y convincente; más que eso: un adelantado; un adelantado de la genuina chilenidad” (Enrique Campos Menéndez, Boletín de la Academia Chilena de la Historia, 80, 1968). El triunfo de la Unidad Popular en 1970 alarmó a los caballeros letrados admiradores del Quijote de la Mancha. ¿Habría llegado el momento ansiado de batirse en armas? ¡A derribar la tiranía de los enemigos de Chile, con la licitud ética de las guerras justas! Con el día decisivo, el 11 de septiembre de 1973, comenzó el desventurado tiempo de la sinrazón: una historia disparatada digna de ser relatada por Cervantes. Los escuderos del fiel ejecutor de la guerra de Chile terminaron escudándolo en la demencia para esquivar su responsabilidad en los crímenes de lesa humanidad.

¿Es hoy necesario hacer y escribir otras historias?

¡Desde luego! ¡No más libros de caballerías! Ante la violencia colonial española, y su grito de guerra ¡Santiago y a ellos!, -patrón de España, de Chile, de los caballeros cristianos- Gabriela Mistral, mujer campesina y pacifista, le advierte al mismísimo Jaime Eyzaguirre hacia 1940: “Hay un misterio, que como tal sobrepasa mi entendimiento, en la crueldad española. ¡Ay, esa España de lejía no es maestra para nosotros, no, amigo mío, no!” (Carta a Jaime Eyzaguirre, ¿1940?, Antología mayor. Cartas). El destinatario pasó de largo del recado. En 1947, un año antes de la publicación de Fisonomía histórica de Chile Gabriela insiste: “No podemos, no, seguir vanagloriándonos de una civilización que tiene a la guerra sentada en sus entrañas mismas. Las mejores conciencias del mundo, sean cristianas, sean laicas, rechazaban con rubor la vieja declaración zoológica de que la guerra es el estado natural del hombre” (Gabriela Mistral, Suecia y la paz, 1947, Antología mayor. Prosa, 1992). En 1957 Mistral fallece lejos de Chile. Ese año, al ingresar a la Academia Chilena de la Lengua, Eyzaguirre, enarbolando a Ercilla y el Siglo de Oro, opta por la guerra en vez del amor. A ver si tantas generaciones después, esta vez con una buena dosis de cordura, decidimos darle la razón, y sobre todo el corazón -de ahí la palabra cordura- a Gabriela Mistral. Es una oportunidad preciosa de valorar el amor y no la guerra. Así nos constituimos en una comunidad de veras dialogante y respetuosa entre todas y todos (Marvin Goldwert, History as neurosis: paternalism and machismo in Spanish America, Lanham: University Press of America, 1980).

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor y no refleja necesariamente la posición de Diario y Radio Universidad de Chile.