Al conmemorase el 07 de abril el natalicio de nuestra gran poeta Gabriela Mistral (1889), recordamos su escrito “El Grito”, que insta a América diciendo “¡América, América! ¡Todo por ella; porque nos vendrá de ella desdicha o bien!”.
Tomando la fuerza de ese grito y sus palabras, un grupo de académicas preocupadas por las infancias decimos: ¡Resguardemos el bienestar de los niños y las niñas, porque nos vendrán de ellos desdicha o bien, ya que son el presente y futuro de nuestro país!
Así grita Gabriela exhortando a los maestros, “…no seas un embriagado de lo lejano.” Hoy recordamos a todos las personas vinculadas con las infancias a partir por lo cercano a los niños y niñas, sus hogares, sus conocimientos previos, lo que los motiva y sobre todo velar por sus necesidades de exploración, juego, de risa y de movimiento, por permitirles que pregunten, se equivoquen y sobre todo acogerles con amor.
Ya en el año 2019 y antes de la Pandemia por COVID-19, la investigación de Mónica Kimelman, directora del Departamento de Psiquiatría y Salud Mental de la Universidad de Chile, junto al doctor en Psicología Infantil, Felipe Lecannelier, reveló que niños y niñas chilenos menores de 6 años sufrían la peor salud mental del mundo. Uno de los hallazgos fue que un 5% de los niños y niñas tienen ansiedad y depresión a nivel mundial, mientras en Chile el porcentaje asciende a un rango de entre 12 y el 16%. Ahora, en época de confinamiento donde no pueden ver a sus amigos, donde el educador mediador sólo se ve a través de pantallas, es urgente revisar este aspecto.
Hace dos semanas, un grito muy diferente por lo desgarrador de su origen se hizo sentir desde el Servicio Nacional de Menores (SENAME) de la Región Metropolitana. “¡Me duele!”, gritó un niño. Esta expresión de dolor nos estremece profundamente y nos llama también a “gritar” a la sociedad para que revisemos y nos hagamos responsables del trato que se da a los niños en los hogares, instituciones, medios de comunicación, programas de televisión, etc., para que sean bien tratados y considerados como sujetos de derecho y no como objetos.
La posibilidad de volcarnos hacia dentro nos desafía a “mirarnos” y a “observarnos”, a tomar conciencia de aquellos con quienes vivimos y nos relacionamos y a quienes amamos. En este mirar, vemos la presencia de la inocencia, de la simplicidad, de la espontaneidad y del ser sin miedo, esto que transmiten los niños y niñas en su naturaleza pura. Escuchemos lo que dicen solo con su presencia; necesitan un abrazo, un te quiero así como eres, sin ninguna condición, sin ningún indicador que evalúe su desarrollo y su aprendizaje, sus ojos parecen decir a gritos: con amor aprenderé todo lo que quiera y decida libremente, con amor aprenderé a ser feliz.