Originalmente había escrito la palabra “curiosa”, pero es demasiado frívola, dado el contexto acuciante que vivimos, para describir la siguiente paradoja: un proyecto de ley avanza, como lo hizo ayer el Tercer Retiro del 10 por ciento de los ahorros de las AFPs en la Comisión de Constitución de la Cámara de Diputados, mientras el debate parece estancado hace más de un año. Existe amplio consenso en que se trata de una mala política pública, en que es una aberración que los trabajadores paguen la crisis con sus ahorros previsionales, en que el Gobierno simplemente no llega con las ayudas donde se necesita, pero sin embargo todo sigue igual y ésta parece la única política capaz de proveer recursos frescos a la población. Tal como dijimos después del primer y el segundo retiro, ahora decimos que es altamente probable que haya un cuarto.
A estas alturas, no solo no cabe duda, sino que es cada día más notoria la incapacidad o falta de disposición para hacer un análisis integral de lo que está ocurriendo en el país, donde las medidas sanitarias tienen su correlato social y viceversa, donde la desigualdad hace que la pandemia golpee con más crueldad a los pobres y en donde el horizonte de las políticas públicas en ejecución -junio- contrasta con la evidencia de que la pandemia nos acompañará en su fase aguda por buena parte de este año.
Como en toda situación catastrófica, salvo que ésta no está acotada a un territorio puntual, sino que al país entero, se requiere un diagnóstico que acto seguido integre políticas, haga dialogar y complementarse a las distintas reparticiones y entregue todas las ayudas de que disponga el Estado para aliviar a quienes más padecen. Hasta los propios parlamentarios de Chile Vamos constatan que el Estado puede más, pero hay en La Moneda inquilinos que no quieren soltar sus riendas, con las consecuencias que eso tiene sobre el conjunto de la población.
Lo que antes era una opinión entre otras, ahora empieza a aparecer como una evidencia en la medida que lo dicen los propios partidarios del Gobierno: en Palacio hay un ensimismamiento, un diagnóstico que no quiere o no puede corresponderse con la realidad y, por lo tanto, que aplica medidas condicionadas por un corsé ideológico de Estado mínimo, aunque afuera reine la desgracia.
Pero la responsabilidad también es de las oposiciones que, aunque no sean gobierno, desde su lugar no han cumplido adecuadamente el rol al no haber sabido hilvanar diagnósticos complejos de lo que vivimos, lo cual implica ir más allá de la crítica (que a estas alturas sale gratis) y, por lo tanto, proponer, más que proyectos de ley por muy valiosos que sean, estrategias para salir de la crisis. Porque una crisis no es un momento cualquiera, es una circunstancia donde no solo se sufre, sino que también se derrumba el pasado y se abre un futuro lleno de incertidumbres, pero también de oportunidades. Circunstancias como éstas son fundantes, no solo estamos tratando de salir de la cueva, sino que también estamos construyendo el país del futuro. Y aquel se nos empieza a insinuar más desigual, más precarizado, más doliente para buena parte de la población.
Esta constatación pesimista, sin embargo, no debe desmovilizar. Son tiempos para mostrar todavía con más fuerza cómo está viviendo de verdad la población, para la solidaridad a pequeña y gran escala, para que la academia y las organizaciones sociales sigan haciendo sus contribuciones, para elevar el nivel del periodismo (más importante que nunca), para pinchar burbujas de las élites y para seguir induciendo a que las políticas públicas sean de verdad las que el país necesita.