Todo relato es una construcción. Desde aquellos que están en los libros de historia, hasta esa anécdota familiar mil veces contada. La mirada que desarrollamos respecto al pasado siempre está cruzada por nuestra situación en el presente, por nuestras emociones respecto a aquello que sucedió y por la información que –siempre de manera limitada- tenemos respecto a eso que quedó atrás. Claramente no es lo mismo un relato histórico con vocación científica que uno que se mueve en el espacio de la ficción, y tampoco es igual que un hecho del pasado sea reconstruido por quien lo vivió de cerca, que por alguien que escuchó rumores al respecto desde un espacio lejano. Pero, en todos los casos, la complejidad del pasado se nos escapa y siempre lo reconstruimos desde la imposibilidad de certeza.
La cinematografía ha puesto a los relatos históricos como un lugar favorito a la hora de buscar material para construir películas. Desde los inicios del cine, la vida de personajes célebres y la revisión – atención con ese concepto- de hechos claves del pasado han sido una fuente constante de guiones. El género cinematográfico de “cine histórico” se ha movido entre buscar mantenerse cercano al relato “oficial” de los hechos –consultando expertos/as o testigos, si viene al caso- hasta ir por un acercamiento más iconoclasta que desafíe los discursos más conocidos sobre ese hecho o persona. De todas maneras, y por las mismas características del medio cinematográfico, una película basada en un hecho histórico siempre tomará algunas licencias creativas para hacer más accesible o atractiva la narración.
Desde acá creemos que un creador o creadora tiene la libertad de contar el pasado como quiera, de hacer y deshacer con las figuras históricas en el ámbito del arte, de re construir el relato como su sensibilidad le dicte, pero haciéndose cargo de que esas decisiones no son inocuas y que tienen un efecto en la construcción de imaginarios respecto al pasado, especialmente cuando hablamos de películas cuya potencia audiovisual las convierte rápidamente en recuerdos en la subjetividad de la audiencia.
La polémica en torno a “La mirada incendiada” nos permite graficar esta tensión entre libertad y responsabilidad. Los dichos de la cineasta Tatiana Gaviola se contraponen a los de Veronica De Negri, madre de Rodrigo Rojas de Negri y cuya figura protagoniza la cinta. Gaviola ha señalado que ella quiso hablar con De Negri desde el inicio del proyecto y que ella se negó, De Negri ha dicho que ella no fue consultada y que la película termina siendo una afrenta a la memoria no sólo de Rodrigo, sino de todas las víctimas de la dictadura. Esta disputa es relevante porque influyó en el modo en que se produjo la película y también afecta la manera en que la recibimos.
El brutalmente denominado “Caso Quemados” es un hito en las violaciones a los derechos humanos en dictadura. No sólo porque es una evidencia más del horror de esta época, sino porque se transformó en un símbolo de la represión ante las movilizaciones de la ciudadanía. Rodrigo Rojas de Negri y Carmen Gloria Quintana encarnaron en sus cuerpos, con disimiles consecuencias, la crueldad y el actuar impune de las fuerzas armadas. Es por eso que la reconstrucción cinematográfica de este caso se encuentra con el relato que muchos chilenos y chilenas ya tenemos respecto a él, y de ahí que las opciones narrativas de Gaviola puedan resultar contradictorias.
“La mirada incendiada” escoge situar la acción más al interior que en el exterior. La película dedica mucho tiempo a desarrollar las relaciones afectivas de los personajes, no sólo entre el ficcionado Rodrigo y su tías y primas, sino también entre estos secundarios. No queda claro el sentido de esta construcción de la intimidad que, en algunos momentos, refiere a la hostilidad del mundo externo que no llegamos a ver hasta el final de la película. Hay poco espacio para comprender la vocación del protagonista, sus convicciones políticas y su vínculo con el fotoperiodismo de resistencia. El tono del relato es más bien amable, y la dictadura es algo que parece estar allá afuera pero que no afecta el cotidiano. Sólo en un par de escenas alcanzamos a vislumbrar algo de la represión, pero está lejos de lo que veremos hacia el final del filme y, por lo mismo, cuando llega la escena del atentado, ésta resulta tan brutalmente fuera de tono.
A pesar de que se acusa al cine chileno de hablar monotemáticamente de la dictadura, una investigación de CineChile demuestra que solo el 14% del cine chileno de los últimos veinte años ha tocado este tema, un tema que es fundamental que sigamos revisando. En un país en que el Estado no se ha hecho cargo de traer justicia, las artes han tomado un rol fundamental en la construcción de memoria. De allí que, con todas las libertades que un artista pueda detentar, la responsabilidad que posee en la construcción de imaginarios sociales y su aporte a la memoria es prioritaria para calmar las heridas de un país en llamas.