En Chile habita una comunidad diversa, pero que en una gran mayoría tiene un devenir parecido: una vida precaria, dificultades para llegar a fin de mes, mucha incertidumbre respecto al presente y el futuro. En este Chile casi nadie, salvo quienes viven en una burbuja, va en ningún cohete ni está cerca del desarrollo. Ese país es el que barrió en esta elección, como lo viene haciendo desde el 18 de octubre de 2019, con las fuerzas políticas que han trasmitido la imagen de un país próspero y exitoso, que no se corresponde con la vida cotidiana de las personas.
El resultado, si es que sorprende, podría ser la versión 2.0. de la frase “No lo vimos venir”, pero no debería pillar desprevenido a nadie, si tuviéramos la modesta pretensión que los representantes se parecieran a los representados. En su libro Identidad Chilena, el sociólogo Jorge Larraín describe cómo desde la Independencia se erigió una élite masculina, santiaguina y blanca, que ha operado para que todos y todas construyamos nuestra identidad creyendo ser como ellos, a pesar de que evidentemente no somos así. El modo en que el Estallido y la pandemia develaron la ignorancia de las dirigencias políticas y empresariales respecto al país donde viven, imperdonable por cierto, agudizó, merced al hambre y la desesperación, la distancia entre el país real y las pequeñas cúpulas.
Para esta elección, la respuesta del poder económico fue tratar de influir, a través del dinero, en la voluntad del pueblo. Es grosero como el financiamiento de las campañas se concentró en Chile Vamos y, en menor medida, en la ex Concertación, hasta el punto que entre ambas coaliciones recibieron el 82 por ciento del gasto electoral. Sin embargo, solo pudieron conseguir el 34 por ciento de los escaños, mientras una parte importante fue obtenido por candidaturas a pulso, sin dinero pero más afines al electorado.
Para Chile Vamos, resultará evidente que se cumplió el temor explicitado en época de campaña: la total desconexión entre el gobierno del presidente Piñera y el país iba a terminar golpeando a las expectativas electorales del oficialismo. La derecha mantuvo un voto de clase, pero perdió parte importante del apoyo fuera de lo que simbólicamente se ha llamado “las tres comunas”, las más ricas. Respecto a la ex Concertación, ha de ser una pregunta profunda, muy dura, tan dura que probablemente se va a esquivar, cómo tres de los cuatro partidos que encarnaron mayoritariamente las voluntades de transformación durante el siglo XX -el Partido Radical, la Democracia Cristiana y menor medida el Partido Socialista- terminaron siendo vistos por una porción importante del electorado como partidos del statu quo.
Si se me permite un agregado, resultan especialmente simbólicas las derrotas de Clemente Pérez, autor de la a estas alturas célebre frase “esto no prendió cabros”, un día antes del estallido social del 18 de octubre de 2019, y de Gonzalo Blumel, quien ejerció como jefe político de Carabineros en el periodo donde hubo más denuncias de violaciones a los derechos humanos en este gobierno.
Así, llena de esperanzas saber que el Chile diverso, los varios Chiles que existen dentro de este Chile, escribirá la Carta que regirá nuestra vida común en los próximos años. Esa diversidad, por cierto, traerá consigo el desafío de articularse en torno a consensos que permitan alcanzar los dos tercios. Pero permítanme dejar eso para más adelante: aún estamos en la mañana siguiente a la noche histórica del 16 de mayo.