Esta semana, una vez más, los medios de comunicación hicieron espectáculo con la violencia hacia mujeres: este martes encontraron a la niña de 13 años que fue secuestrada y abusada sexualmente por Miguel Zamora Poblete de 42 años, quien a través de redes sociales, se hacía pasar por un joven de 22 años. La niña estaba desaparecida hace una semana, siendo intensamente buscada por familiares y Policía de Investigaciones (PDI).
La cobertura de la noticia que hicieron los medios terminó siendo cómplice con el agresor: no tuvieron ningún cuidado al mencionar y repetir el nombre y los datos personales de la niña, pese a que es menor de edad y que fue víctima de abuso sexual. Información que no compartieron cuando la familia solicitaba ayuda en su búsqueda, sino cuando la encontraron, comunicando la noticia de manera sensacionalista y morbosa.
Es deber de los medios de comunicación proteger la identidad y privacidad de las niñas y mujeres víctimas de violencia, para evitar su exposición y estigmatización. Sin embargo, esta vez insistieron en proteger la identidad del pederasta Miguel Zamora, a quien incluso le preguntaron en cámara si tenía algún mensaje que enviarle a la familia de la niña que había secuestrado, dando pie así a la revictimización y posibilidad de defensa o justificación del agresor.
A lo anterior se suman los eufemismos utilizados para referirse al hombre de 42 años como quien “acompañaba a la niña”, o como el “acusado de persuadir a una niña de 13 años a dejar su hogar por siete largos días”, sin nombrar los hechos por lo que fueron: secuestro y violación.
Las niñas NO deciden estar en “relaciones sentimentales” con hombres adultos: en todos los casos, estas situaciones corresponden a abuso sexual y violación. Es innegable que entre la víctima y el agresor existe una relación desigual y jerárquica, debido a la diferencia de edad y las experiencias de vida que tienen. Esta relación de poder se puede traducir en manipulación, persuasión, intimidación o amenazas, entre otras manifestaciones, cuya finalidad es abusar de la niña.
La sociedad en que vivimos es adultocéntrica: en palabras del sociólogo Klaudio Duarte, se le atribuye únicamente a los adultos la capacidad y posibilidad de decisión y control social, económico, político y sexual, estableciendo así una relación de dominio hacia todas las personas que se desmarcan de dicha categoría: niñas, niños, jóvenes y personas mayores[1].
Si bien niños y niñas pueden ser víctimas de estos crímenes, estos afectan mayoritariamente a niñas. Durante 2019, el Centro de Estudios y Análisis del Delito identificó que, del total de denuncias relativas a delitos sexuales, 1.057 fueron efectuadas por niños, niñas y adolescentes; y, si se desglosa por género, 894 corresponden a niñas y 163 a niños. Además, entre las niñas, 409 denuncias son de menores de 14 años, equivalente a un 45,7% de las víctimas.
Entonces, cuando hablamos abuso sexual infantil, adultocentrismo se imbrica con patriarcado, concepto que refiere a la desigualdad estructural entre mujeres y hombres. La violencia sexual es ejercida por los hombres como un “acto moralizante” que busca dominar a mujeres y niñas mediante la apropiación y control de sus cuerpos, según lo explica la antropóloga Rita Segato.
La cobertura de los medios de comunicación debiese apuntar al cuestionamiento de prácticas que han sido históricamente avaladas por la sociedad, como el abuso sexual infantil, el cual ocurre con mayor frecuencia dentro del núcleo familiar, supuestamente un lugar que debiese ser seguro para las niñas. Que los medios de comunicación no visibilicen las relaciones de poder que se mueven en este tipo de situaciones, es decir, no señalar que la raíz se encuentra en la violencia hacia mujeres y niñas, sólo contribuye a su normalización.
Sacar la misoginia de las líneas editoriales de los medios implica una constante reflexión y responsabilidad ética con la cobertura que se realizará de estas historias y las posibles consecuencias que ésta puede tener tanto en las niñas y mujeres violentadas, sus familias y comunidades cercanas, como también en el mensaje que se transmite a la sociedad.
[1] “Sociedades Adultocéntricas: sobre sus orígenes y reproducción”. Klaudio Duarte.