Afirmación comprobable, ante la conducta de Washington de evitar incluir en las negociaciones el punto relativo al despliegue de una misión de mantenimiento de la paz de la OSCE en Nagorno Karabaj, considerado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como un territorio ocupado por Armenia. A la par del desarrollo de los acontecimientos, tras la guerra entre el 27 de septiembre y el 10 de noviembre del año 2020 entre Armenia y Azerbaiyán, la zona del Transcáucaso y de Asia Central, va concretando una zona de influencia en que Turquía tiene anhelos de predominio. Esto, será una realidad en caso de que la política exterior de Washington, tras la toma de posesión de Joe Biden se niegue o retarde la toma de medidas, que permitan contrarrestar la política llevada a cabo por Recep Tayyip Erdogan, que se supone aliado de Estados Unidos y la OTAN (1) y hoy con la idea de volver a impulsar la teoría de profundidad estratégica y que significará un debilitamiento cualitativo de las posiciones de Estados Unidos en la región (2).
Los críticos, tanto de Erdogan como de Joe Biden consideran que este último, con esta inmovilidad, propicia la política del dirigente turco de difundir ideas radicales entre la población de Asia Central y la región Transcaucásica, sobre todo tomando en consideración la negativa del gobierno estadounidense de revisar el rumbo en la idea de mantener una asociación estratégica con Ankara. Impedimento, que ha obligado al gobierno turco como también al de Azerbaiyán a extremar acercamientos con el régimen estadounidense, que impida la imposición de sanciones contra funcionarios y representantes comerciales de ambos países. Una muestra de la ambición de Washington de no perder influencia en la zona.
El análisis de las opiniones respecto al manejo del conflicto con Azerbaiyán hace notar que la actual administración norteamericana “hace la vista gorda” ante lo que considera errores del liderazgo armenio en materia de reformas políticas, económicas y militares, que para el mundo opositor a Nikol Pashinian (reelecto el pasado 20 de junio en las elecciones parlamentarias celebradas en Armenia) son parte de las causas de su fracaso en las escaramuzas sostenida por Nagorno Karabaj contra la República de Azerbaiyán entre el 12 al 16 de julio del año 2020 y la mencionada guerra entre el septiembre y noviembre del mismo año. Un gobierno estadounidense que a su vez se ha desligado de cualquier investigación relativa a los costos humanos de dicho conflicto.
Tal vez, la explicación a esta indolencia de Washington obedece a que el conflicto por Nagorno Karabaj está demostrando que la alianza entre Ankara y Bakú, no tiene intención alguna de promover los intereses estadounidenses en la región y bien sabemos que cuando Washington no es el centro de la fiesta suele irse a casa más temprano o exigir incondicionalidad política, aunque ello sea irrealizable.
Un recorrido por diversos análisis políticos sobre los acontecimientos en la zona conocida como el Transcáucaso, evidencia la clarísima falta de iniciativas de Estados Unidos (y que en otras regiones significan múltiples acciones), en materia de establecer política de sanciones o maniobras de presión económica, militar respecto a Turquía y su influencia en la zona del Transcáusaco. Considerando en esto la enorme importancia geopolítica y energética de la región, en materia de explotación gasífera y petrolífera, paso de oleoductos y gasoductos y pieza fundamental en la llamada Nueva Ruta de la Seda, encabezada por la República Popular China. Washington, quien se ha autodenominado y considera el árbitro internacional por excelencia, no ha puesto en el tapete de las discusiones, algún tipo de políticas sancionatorias contra los países que participan del conflicto en Nagorno Karabaj.
La Europa de los 28 observa con preocupación que Washington, con la conducta descrita, está incitando las contradicciones entre esta mancomunidad de naciones y Turquía, con la idea y estrategia, propia de una potencia hegemónica, de mantener su propio liderazgo incondicional en la organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) incluso, mediante el estímulo tácito de impulsar las aspiraciones de Recep Tayyip Erdogan de expandir la esfera de influencia turca dentro de las fronteras y territorios del antiguo imperio otomano.
Pablo Jofré Leal
Artículo Cedido por www.segundopaso.es
- El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan se reunió con el presidente estadounidense, Joe Biden (a puertas cerradas) en el marco de la cumbre de la OTAN celebrada en Bruselas, el día 14 de junio pasado. Las palabras de buena crianza que se suelen emitir en este tipo de reuniones, hicieron declarar a Erdogan que “Turquía y Estados Unidos acordaron utilizar canales directos de diálogo de manera efectiva y regular, como corresponde a los dos aliados y socios estratégicos…No hay ningún problema que no se pueda resolver en las relaciones entre Turquía y Estados Unidos…las áreas de cooperación son más amplias y ricas que las áreas problemáticas”.
- Doctrina de geopolítica desarrollada por el ex ministro de relaciones exteriores de Turquía, entre el 2009 al 2014 y posteriormente primer ministro hasta el año 2016, Ahmet Davutoglu. Considerado el artífice de la mencionada doctrina que rige la nueva orientación de la política exterior turca desde la llegada al Gobierno del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, islamista liberal-conservador) y su líder, Recep Tayyip Erdogan, en 2003. Según se señala en un estudio sobre Davutoglu en https://www.cidob.org/biografias_lideres_politicos/europa/turquia/ahmet_davutoglu “Estudioso comparativo de la teorías políticas de Occidente y el Islam, este influyente intelectual acuñó el concepto de la “profundidad estratégica” de Turquía, que la impelería a incorporar a sus prioridades diplomáticas las relaciones de cooperación y buena vecindad con los países árabes y musulmanes de Oriente Próximo y Asia Central, así como los Balcanes y el Cáucaso Sur. El desencanto con la UE y el vacío de liderazgo regional –patente entre los musulmanes sunníes, con el eclipse de Egipto- alientan el protagonismo de Ankara, que incluye mudanzas controvertidas, inquietantes para el aliado estadounidense, como el acercamiento a Irán, el diálogo con el Hamás palestino y la revisión airada de los tratos con Israel. Un cambio de paradigma, calificado frecuentemente de neo-otomano, que según Davutoglu no conlleva un cuestionamiento de la identidad occidental y europea de este país encrucijada”